_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Inmigración: algunas preguntas y respuestas

1. ¿Tiene España muchos inmigrantes? Se estima una cifra ligeramente superior al millón de extranjeros; aproximadamente un 30% tiene origen europeo. El porcentaje de población residente extranjera, alrededor del 2,5%, es todavía de las más bajas de Europa. Como ya aconteciera en todos los países occidentales, si mantenemos nuestro alto crecimiento económico continuará incrementándose el porcentaje de inmigración. Y esta tendencia responde a una inexorable ley, reiteradamente contrastada por la experiencia histórica: el crecimiento económico y el desarrollo conllevan un aumento de población procedente de terceros países. Que nadie se engañe; plantear un crecimiento sostenido en España sin recurrir a inmigrantes es sencillamente imposible.

2. ¿Pueden los inmigrantes llegar a España legalmente? Prácticamente, no. Desde 1985, nuestras leyes tan sólo contemplaron la entrada legal mediante unos contingentes aprobados anualmente, en función de los empleos que el Gobierno estimaba que no serían cubiertos por españoles. En paralelo, existía el llamado Régimen General, por el cual se podía otorgar de forma continua los permisos de residencia y trabajo. Otras vías son el reagrupamiento familiar o la llamada regularización por arraigo. Pues bien, el contingente siempre fue muy inferior a la demanda de nuestra sociedad, siendo utilizado, en muchas ocasiones, para legalizar a los que ya se encontraban aquí. Por tanto, apenas servía para su inicial función, regular la entrada de personas. Este insuficiente cupo, unido a la exasperante lentitud del régimen general, ha producido una dolorosa consecuencia: casi el 85% de los inmigrantes entraron por vías alegales, siendo posteriormente regularizados. Sabemos que necesitamos inmigrantes, pero no establecemos ninguna vía legal de entrada. Resultado: los impulsamos de facto hacia las vías ilegales.

3. ¿Cuál es mejor: la política de puertas cerradas o la de puertas abiertas? Ni la una ni la otra. Aunque en un mundo utópico -al que no debemos renunciar a medio plazo- lo más justo y humano sería conseguir un mundo sin fronteras, hoy en día, plantear una política de puertas completamente abiertas acarrearía más problemas que ventajas. Por eso, mientras conseguimos una mejor armonía en los crecimientos mundiales, la prudencia nos aconseja no abrir totalmente las fronteras. Pero también nos aconseja no cerrarlas a cal y canto, tal y como hacemos en la actualidad. En una primera etapa sería suficiente el conseguir algo tan simple como regular los flujos migratorios estimados.

4. ¿Cuántos inmigrantes necesitaremos en el futuro? Tan sólo podemos marcar tendencias. El incremento de población inmigrante será directamente proporcional a nuestro crecimiento económico y al diferencial de renta que mantengamos con los países de nuestro entorno. Nadie puede saber cómo se comportarán estas variables en el futuro, pero el Instituto Nacional de Estadística (INE) presentó sus propias estimaciones: entradas previstas en el año 2002, 227.000 inmigrantes; en 2003, 204.000; en 2004, 181.000, y en 2005, 160.000.

Si damos por buenas estas cifras, ¿no sería lógico que los contingentes anuales se ajustaran a la entrada prevista? Así conseguiríamos no condenar a las vías extraoficiales -gobernadas en muchas ocasiones por redes mafiosas- a aquellas personas que nuestras propias instituciones estiman que llegarán.

5. ¿Es posible otra política inmigratoria? Una política de inmigración alternativa debería basarse en un amplio consenso social, que abarcara varios frentes. En primer lugar, deberíamos adquirir el compromiso -y predicar con el ejemplo- de colaborar en una estrategia internacional de apoyo al desarrollo de las zonas más desfavorecidas. En Europa deberíamos crear una política de libre comercio e inversión, al menos, en la corona de países que nos circundan. Además de colaborar por un mundo más justo, estaríamos disminuyendo los brutales diferenciales de renta. En segundo lugar, deberíamos aspirar a regular los flujos migratorios previstos, incorporando eficazmente los permisos de campaña.

Por último, deberíamos tener en cuenta los derechos básicos que siempre han de acompañar a cualquier persona y apostar por la correcta convivencia de todos, lo que viene llamándose integración social.

6. ¿Qué es la integración social? Algunos consideran que la única integración social posible pasa por la asimilación absoluta de la minoría recién llegada con las costumbres y usos de la población mayoritaria. Prefiero un concepto de integración que pase por el respeto a las costumbres ajenas, siempre que no vulneren ninguna de nuestras leyes. En un Estado de derecho hay que buscar siempre referencias objetivas. Si un inmigrante trabaja, cumple nuestras leyes y paga sus impuestos, a partir de ese momento puede comer, vestir o bailar como le plazca.

Para conseguir una mínima dignidad, los inmigrantes tienen que poder acceder a viviendas dignas, a educación, a sanidad, a seguridad, toda vez que sus cotizaciones y retenciones ya suponen importantes ingresos para las arcas públicas. Sin ellas, la integración se hará mucho más compleja, ya que vivirán en malas condiciones, generando un mayor rechazo de la población.

7. ¿Deben cumplir los inmigrantes nuestras leyes? ¿Pueden mantener sus costumbres? España es un Estado de derecho y todos estamos sujetos a sus leyes. Los inmigrantes, como cualquier otra persona, están obligados a cumplir todas nuestras leyes, respetando sus obligaciones, pero también disfrutando de sus derechos. Los inmigrantes pueden conservar y desarrollar, no obstante, todas aquellas costumbres que no sean contrarias a nuestras leyes o principios constitucionales. En caso de la comisión de un delito, todo el peso de la ley debe caer sobre el culpable. Pero nunca debemos olvidar que los delincuentes son personas concretas, y no culturas, razas o religiones.

8. ¿Es bueno o malo el multiculturalismo? La experiencia nos demuestra que el complejo concepto de multiculturalismo significa cosas distintas para personas distintas. Si por multiculturalismo entendemos que bajo una misma frontera convivan culturas distintas gobernadas por leyes propias y diferentes, no cabe duda que estaríamos ante un fenómeno negativo y disgregador, que ocasionaría graves desequilibrios en el futuro. Es mejor el principio del Estado de Derecho: un país, una ley. Si por multiculturalismo se entiende que cada persona pueda expresar su cultura, dentro del imperio de la ley del país receptor, estaríamos ante un hermoso ejercicio de libertad.

9. ¿Estamos creando alarma social en nuestro país? Las continuas referencias de responsables públicos asociando siempre inmigración a problema, así como el tratamiento informativo que recibe el fenómeno, ha conseguido que cada vez un mayor porcentaje de la población perciba a los inmigrantes como una segura fuente de conflictos. En vez de emitir mensajes de respeto y convivencia, incitamos, de alguna u otra forma, el rechazo social a los inmigrantes. Quien siembra vientos recoge tempestades; desgraciadamente, veremos brotes racistas. Que nadie se extrañe, de alguna forma los habremos jaleado.

Manuel Pimentel fue ministro de Trabajo de enero de 1999 a febrero de 2000.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_