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Columna
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La carga

Aquella carga fue memorable. Mandaba en el distrito Centro el entonces concejal Ángel Matanzo, aquel carnicero amigo de Fraga que le dio tantos dolores de cabeza a su partido y tantas satisfacciones a sus rivales políticos. El Sheriff, como le llamaban los que se decían amigos suyos y que terminaron por hacerle creer que era el más grande y querido munícipe en la historia de la Villa y Corte, quiso acabar de golpe y porrazo con el mercadillo de artesanos que montaban cada sábado en la plaza de Santa Ana. Reunió para ello a un pequeño ejército de policías municipales con el que proceder expeditivamente contra los tenderetes.

La resistencia inicial de los vendedores fue excusa y preludio de una de las ensaladas de palos más nutridas que se recuerdan en Madrid. Por cobrar, cobró hasta algún periodista que asomó por allí la nariz. El violento episodio de la plaza de Santa Ana terminó en los tribunales donde la Policía Municipal hubo de sentarse en el banquillo de los acusados.

Les cuento esta vieja historia porque hace unos días me llamó uno de los artesanos que encajó golpes variados en aquella refriega. Con un punto de sorna y sin disimular su complacencia, me aseguraba haber reconocido al menos a dos de sus represores entre los agentes que fueron aporreados el jueves 21 de febrero en la calle Mayor. Ese día, efectivos antidisturbios de la Policía Nacional cargaban contra los policías municipales de paisano que protestaban contra la reestructuración del cuerpo.

Según mi interlocutor, él vio por televisión cómo los agentes que le zurraron recibían entre gritos de dolor e indignación la misma medicina que ellos le suministraron a él años atrás. Mientras hablaba se reía y descendía al detalle contando cómo se retorcía uno de los que en aquel entonces le partió la crisma.

No puedo asegurar que todo su relato fuera rigurosamente veraz, tal vez equivocaba los deseos con la realidad, pero resultaba bastante verosímil. Esos funcionarios constituyen la prueba fehaciente de que una cosa es el hombre y, otra muy distinta, su circunstancia. Los agentes municipales que decidieron manifestarse ante el Ayuntamiento cambiaron radicalmente su circunstancia y asumieron el riesgo que contrae cualquier otro colectivo que decide saltarse las normas de orden público. Aunque es verdad que existe cierta rivalidad entre ambos cuerpos, todo parece indicar que los efectivos de la Policía Nacional no tuvieron más remedio que intervenir para que aquello no se les fuera de las manos. Es más, según cuentan, aguantaron lo indecible antes de ofrecer a la ciudadanía el lamentable espectáculo de una batalla campal entre servidores de la ley. Desde luego, no parece que las quejas por una reorganización interna justificaran una protesta tan desproporcionadamente dura, a no ser que esté manipulado por algunos provocadores con intereses inconfesables. Con cinco centrales sindicales y un sindicato de mandos, la Policía Municipal de Madrid está inmersa en un progresivo proceso de corporativismo y endogamia que alcanza límites insospechados. Familias y grupos de poder pugnan en su interior protagonizando en ocasiones luchas entre mandos superiores que son incapaces de poner orden en sus propias unidades. En ese ambiente, afiliarse a determinados sindicatos ofrece ventajas notables. Un carné garantiza cierta impunidad profesional ante las infracciones, liberarse del servicio y asistencia jurídica. Es decir, que se pueden sentar de tú a tú con los jefes del cuerpo, los concejales y, si me apuran, hasta con el propio alcalde. Una calidad de vida muy distinta a la que tienen los guardias de tráfico que se chupan un montón de horas a la intemperie oliendo a tubo de escape. Paradójicamente, esa labor impagable a pie de calle es denostada en la cultura interna del cuerpo por considerarla propia de pringados. Hay, por fortuna, funcionarios honestos y muy cualificados en esa institución, pero entre las castas y los sindicatos se encuentran elementos tremendamente radicales interesados en atizar la crisis con exigencias absurdas y profesionalmente suicidas. Su estrategia de tensión pretende forzar situaciones límite como la de esa carga, porque está en juego quién manda en la Policía Municipal. O mandan los representantes que los ciudadanos elijan en las urnas, o mandan ellos.

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