Rouco compara las críticas a la Iglesia con 'páginas martiriales' del primer cristianismo
El cardenal cumple su mandato al frente de la CEE con reservas sobre el futuro laicista de Europa
'Pocas veces se ha utilizado un lenguaje tan agresivo contra Dios, rayando a veces lo blasfemo, y tan injusto contra los que han encontrado en la pertenencia religiosa el sentido de sus vidas. Recuerdan páginas martiriales de los primeros siglos cristianos'. Así juzgó ayer el cardenal Antonio María Rouco las diatribas de algunos intelectuales españoles contra la Iglesia católica en el último año. El cardenal termina hoy su mandato de tres años como presidente de la Conferencia Episcopal con quejas porque Europa está olvidando sus raíces cristianas. 'Constituiría un fallo sin excusas', proclamó.
El cardenal arzobispo de Madrid cumplió ayer su primer mandato al frente de Conferencia Episcopal Española (CEE) con una mirada sombría sobre Europa y el mundo. También volvió a quejarse amargamente de la agresividad con que 'plumas y voces amparadas en el prestigio social' atacan a la Iglesia católica y a Dios. 'En España, y fuera de sus fronteras [esas personas] han continuado insistiendo en las teorías de que la idea de Dios y las expresiones religiosas son la causa de la intolerancia y de las guerras. Pocas veces se ha utilizado en el pasado un lenguaje tan agresivo contra Dios, rayando a veces lo blasfemo, y tan injusto contra los que han encontrado en la pertenencia religiosa el sentido de sus vidas', dijo Rouco.
Reunida en Madrid hasta el próximo viernes, la asamblea plenaria de los obispos, que renovará hoy y mañana a todos sus cargos directivos [menos el del secretario general y portavoz, que ocupa Juan José Asenjo, con mandato hasta el año que viene], escuchó estas quejas del cardenal Rouco con el convencimiento de que, efectivamente, en estos últimos tres años la Iglesia ha estado sometida a turbulencias difíciles de asumir, a juzgar por las reacciones de los eclesiásticos. Rouco lo expresó con palabras poco convencionales: '[Las agresiones] recuerdan páginas martiriales de los primeros siglos cristianos en los que éstos eran perseguidos también por defender la paz. Pocas veces la contraposición Dios-paz se expresó culturalmente de un modo tan virulento', afirmó.
El pecado como raíz
Este complicado 'sitio en la vida' que padece hoy la Iglesia católica, la inestabilidad de la paz, la raíz de tan terrible desprecio del hombre, incluso la amenaza de que se extienda el radio de acción de la guerra contra el terrorismo a otros países del Medio y Lejano Oriente tienen causa en pecados contra los que Rouco se pronunció ayer con energía. 'Muchos han sido, tristemente, los que han osado invocar el nombre de Dios o usar su santo nombre como instrumento de la acción terrorista, o han tratado de explicarlo con un discurso que quería ver en el terrorismo internacional un signo de la máxima perversión, que supuestamente puede implicar la religión', explicó. También advirtió de que sigue 'viva y lacerante' la pregunta sobre las causas del proceder del terrorismo internacional, 'tan cruelmente inhumano, que ha llevado las fronteras del crimen hasta límites morales y humanos de una gravedad insospechada'. '¡Que jamás se utilice el nombre santo de Dios para corroborar el odio! ¡Que jamás se haga de Él motivo de intolerancia y violencia!', proclamó el cardenal de Madrid, nacido en Villalba (Lugo) el trágico año de 1936, como apelación solemne al requerimiento proclamado urbi et orbe por el papa Juan Pablo II la Navidad pasada.
Aprovechando que el Gobierno de España preside este semestre los destinos de la Unión Europea, el cardenal Rouco subrayó que Europa vive 'un momento extraordinariamente decisivo' para el desarrollo político y económico de sus instituciones y de la propia sociedad europea, pero hizo una petición y proclamó dos severas quejas a modo de advertencia. Así, a la ley constitucional de la Unión que debe proponer la comisión de notables creada en la cumbre de Laeken, el líder de los obispos españoles le pide que 'no margine a las comunidades de creyentes'. Y ello porque 'a nadie se le oculta una cierta correspondencia entre los principios de bien común, subsidiaridad y solidaridad de la doctrina social de la Iglesia, y el proceso, la naturaleza y fines de la Unión Europea', dijo.
Se quejó, en cambio, porque la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea, aprobada en Niza en diciembre de 2000, 'deja en la penumbra lo más propio del alma europea'. 'De muy poco sirve cuidar celosamente la integración económica cuando se olvida que el punto central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios'.
La otra queja fue sobre la forma como se están planteando las relaciones de las instituciones europeas con la realidad religiosa de los pueblos. 'Es claramente discriminadora, históricamente miope y de efectos nada buenos para el futuro del proyecto de Unión Europea. Constituiría un fallo sin excusas el ignorar, eludir y/o dificultar la aportación de los cristianos en la construcción de la verdadera Europa del espíritu con las urgencias éticas que de él se derivan. Resultaría extraordinariamente preocupante la pretensión relativista de los que intentan imponer su visión fragmentaria de la cultura europea mediante la teoría de un indiferenciado multiculturalismo', dijo antes de subrayar que Europa posee una precisa identidad cultural ('de inconfundibles raíces greco-romano-cristianas') y que su futuro 'corre paralelo a su madurez moral, religiosa y espiritual'.
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