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Columna
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Turno de noche

El muchachote del taxi ronda los treinta, y acude un par de veces a la semana a uno de esos locales donde se practican ejercicios gimnásticos y le ponen a uno el cuerpo en forma mediante masajes mecánicos y manuales. Dice que trabaja demasiadas horas sentado y que hay que estar preparados para cualquier eventualidad. Tiene entradas en el pelo que anuncian una calva incipiente, y sujeta el volante con la camisa remangada. Sus brazos firmes dejan constancia de la utilidad práctica de los ejercicios físicos. No tutea a sus clientes y, cuando cae la noche, conduce con exquisita prudencia por calles de tráfico intenso. Este valenciano de adopción habla, sereno, de su jornada laboral y de los riesgos nocturnos en un trabajo que le gusta y con el que se gana el pan y paga la hipoteca del piso de recién casado. Siempre es preferible el taxi al coche propio, porque uno se entera de que un destartalado asaltó esa otra noche al muchachote del taxi; se entera de que el taxista lo redujo, y teme ahora volverlo a ver e identificarlo donde los juzgados: el presunto destartalado es reincidente y harto conocido en juzgados y comisarías. El recién casado del taxi comenta la falta de tranquilidad y sosiego en la ciudad de Valencia: demasiada inseguridad e impotencia ciudadana especialmente al caer el sol. No blasfema contra los extranjeros ni contra la democracia, ni añora los métodos arbitrarios , para el caso, de regímenes autoritarios o dictatoriales que no conoció. Lamenta que en la calle reine una irresponsable permisividad nada democrática ni respetuosa con sus derechos cívicos. Dice que no es de recibo la ineficacia e inoperancia de los gobernantes.

Este valenciano no es reaccionario, ni troglodita, ni cavernícola, ni franquista: destaca la sensatez y la preocupación en su incipiente calva de recién casado. Cuando para en el semáforo, se gira y le da al cliente un periódico, doblado por la página de sucesos, para que lea un despacho de la agencia Efe fechado en Barcelona. La noticia alude a los 47 atracos con intimidación en calles y cajeros, llevados a cabo por un par de niñatos pertenecientes a familias acomodadas, que necesitaban sufragar su adicción al juego. El taxista cobra el servicio prestado y da las gracias por la propina sin añadir comentario alguno en torno a la ludopatía o a la filosofía materialista, que pueda haber o no, en el origen de la afición al juego. Calla, y es casi seguro que desconoce las románticas y añejas teorías rusonianas sobre el hombre que nace bueno y a quien la sociedad corrompe. Esa teoría no le devolvería la calma, porque es un teoría demasiado amable y demasiado desconocedora de la capacidad humana e individual para actuar en un sentido o en otro, de forma responsable o irresponsable. Y esa es una asignatura pendiente del progresismo histórico.

Esa es una asignatura que quiere aprobar, ahora y un pelín tarde, José Luis Rodríguez Zapatero, quien propone más policías, la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal para solucionar el problema de los delincuentes habituales y el impulso de los juicios rápidos. Lo rusoniano es un progresismo histórico, pasado de moda, que ahora quiere asumir José María Aznar, calificando, entre otras cosas, de 'exageradas' las quejas serenas del taxista. El aumento de los atracos, de las bandas criminales, de la violencia de género, del gamberrismo vandálico que destruye vehículos y farolas es, a lo peor, ficticio. ¡Que alivio viene a ser en ciertas ocasiones la sana costumbre de utilizar los transportes públicos!

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