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Columna
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La oposición

¿Oposición? Probablemente nunca, desde la transición, hubo en España una oposición más desorientada, más inconveniente, más flu. Yo no escribo de política, bastantes lo hacen. Me refiero a la actual oposición como una molestia intelectual que daña el gusto por la vida española y perjudica el pensamiento. No sólo el pensamiento, sino la fe en el pensamiento.

Esta oposición, cuyos líderes más locuaces en Madrid o en el País Vasco llevan todos una z en el apellido (un zzz...), nos adormece o nos espanta. Nunca un líder de derechas ha parecido tener más razón al faltarle quien pusiera en claro sus torpezas; nunca una gobernación tan anodina pareció tan insustituible porque, basándose en lo más común, resulta preferible al despiste. No sólo el Gobierno es el que viene tomando la iniciativa en la cuestión laboral y no los sindicatos. No sólo el Gobierno es el que propone una mejora de la educación y no los instruidos socialistas. No sólo el Gobierno mantiene clamorosas deficiencias en sanidad sin que lo denuncie una alternativa. La oposición tiene apagadas las luces y palmotea aquí y allá, sin saber dónde. Lanza ideas fiscales chuscas, propone ministerios de juventud sin causa, hace crítica por criticar, viajes por viajar, pactos por pactar. Esta oposición se opone a sí misma como un ocioso ante el espejo.

Seguro que trabajan en sus despachos, pero dan la sensación de no saber en qué; seguro que pretenden el bien para el país, pero no se les ocurre nada interesante ni para la alcaldía de Madrid. Logran, en suma, que mediante su impotencia el rival se apuntale, y hasta Arenas con camisa rosa ha ganado aplomo en televisión. ¿O qué decir de Aznar (otra z) como indisputado jefe?

No me refiero a la política en sí. Mi impresión se relaciona con la calidad audiovisual. Muchos ciudadanos preferiríamos no sufrir estas impresiones y evitar o ignorar un modelo de oposición tan feo por defecto o por exceso. Hasta ahora parecía incluso aconsejable no hablar porque hay incontables comentaristas de lo público, pero el problema desborda ya el tópico de lo político y se adentra de lleno en el mundo mismo del estilo, del sentido y de la paciencia intelectual.

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