Historia de una enfermedad
Ariel Sharon parece ahora querer ceder en algo, quién sabe dónde, cuando las víctimas, no ya palestinas, sino israelíes, van alcanzando cifras de tristes récords. Más muertos ha tenido Israel desde la empachosa entrada de Sharon en la Explanada de las Mezquitas que las sumadas en varias de sus guerras abiertas con Estados árabes enemigos en el último medio siglo. Un balance trágico que no parece importar más a algunos que ese reguero de muertos palestinos que avanza día a día.
Sharon mata porque le odian y le matan a sus ciudadanos porque le odian. Hasta ahí no hay nada original. Él es capaz de bombardear al propio Arafat, pero incapaz de evitar que estalle una bomba, o dos o tres, en el centro de Jerusalén, entre decenas de ciudadanos israelíes que comparten o no sus ideas. Si su política se circunscribe a generar desesperación, como parece, habrá siempre desesperados que maten a inocentes que asumen, involuntariamente, su lugar como víctima y nuevo pretexto para la próxima agresión.
Hay quien dice que no tiene un plan. Otros creemos que lo tiene y que es mucho más inteligente que las caricaturas que de él, gordo, tosco y bruto, se hacen. Sharon quiere expulsar a los palestinos de Palestina. Lo ha conseguido ya con la clase media, que puede permitirse no seguir viviendo entre el yunque de la miseria y la desesperanza y el martillo del Ejército israelí. Ha dinamitado un plan de paz, el de Oslo, con la inestimable colaboración de ese líder corrupto, cínico y solipsista que es Yasir Arafat, al que sin duda debe el cargo el primer ministro israelí. A ambos deben los israelíes su peor situación de inseguridad desde 1948. Es todo un éxito.
Hoy estamos en una fase del conflicto en el que, exhaustos los contendientes, aterrados los demás, sólo contamos muertos, heridos, humillados y mártires potenciales. Sharon tiene lo que quería: una dinámica que lleva a Palestina a convertirse en unos 'bantustanes económicamente inviables' y razonablemente invivibles. Y vive del pretexto de que la ultraderecha le pide más asentamientos y más represalias bíblicas y de que la izquierda acomplejada de Simón Peres esboza tímidos planes de paz que los acontecimientos se encargan empecinadamente en desbaratar.
Triste historia en Israel. El apartheid aumenta día a día, el odio se dispara, la impotencia de muchos se revela obscena y la indiferencia de quien puede intervenir para acabar con el cruel juego, EE UU, deja el incendio en manos del pirómano. Son muchos los culpables de que la Tierra Prometida sea hoy paradigma del infierno. Hoy, Palestina es una enfermedad de la humanidad. O se cura o se extiende.
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