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Columna
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Corre, Cela, corre

La velocidad no existe y la lentitud tampoco, todo depende de quién corra, de si el que va a algún sitio decide acelerar o pararse. Así de fácil. Por eso, algunas cosas van deprisa y otras despacio, dependiendo del quién, el cómo y el porqué.

Por ejemplo, sólo ha pasado un mes desde que murió el premio Nobel de literatura Camilo José Cela, y Madrid ya le ha dedicado una calle. Sin embargo, han tenido que pasar más de veinte años de democracia para que el PP acepte condenar el franquismo en el Parlamento, aunque no tiene la intención de indemnizar a las víctimas, ni tampoco de quitar de las ciudades españolas donde gobierna los símbolos y monumentos fascistas que quedan en ellas, empezando por la estatua ecuestre del dictador que sigue emponzoñando el horizonte de Nuevos Ministerios. No debe de ser muy agradable ser uno de esos españoles: les quitaron su país, los metieron en la cárcel a causa de sus ideas, arruinaron sus vidas durante 40 años, no les quieren resarcir económicamente por sus sufrimientos y, cuando salen a la calle, tienen que soportar un monumento a su verdugo.

El PP corre cuando se trata de Cela y se para cuando se trata de otros, como corrieron mil y un ministros para llegar al entierro de Iria Flavia o se pararon todos a la hora de despedir a Adolfo Marsillach en Madrid, que les pillaba más cerca, y han vuelto a pararse, casi todos, a la hora de dar sepultura a José Ortega Spottorno. Como siempre son los propios políticos del PP o sus intelectuales afines los que hablan una y otra vez de la España cainita, bandista y no sé qué más, hay que deducir que en estos casos el que Marsillach fuera socialista y Ortega Spottorno fuera un probado liberal, además de fundador de EL PAÍS, no son nada más que casualidades.

El PP corre para ponerle una calle a Cela, pero se para y se opone a todos, por ejemplo, cuando la cuestión es dedicarle una calle a los abogados laboralistas asesinados en Atocha. Desde luego, quién puede negar que el autor de La familia de Pascual Duarte tiene todo el derecho del mundo a tener una avenida en Madrid, como las tiene en muchos otros lugares. No sólo porque se trate de un premio Nobel, el único de toda la historia de la narrativa española, sino porque sus vínculos con la capital fueron muy estrechos y variados a lo largo de su vida: Cela vivió en Madrid antes y después de la guerra, y aquí escribió muchos de sus libros; Madrid es, también, la ciudad a la que Cela pidió el traslado cuando se ofreció como delator al Cuerpo de Investigación y Vigilancia, en 1938, porque creía poder 'aportar datos sobre personas y conductas que pudieran ser de utilidad', dado 'que el Glorioso Movimiento Nacional se produjo estando el solicitante en Madrid' 'y que, por lo mismo, cree conocer la actuación de determinados individuos'; en Madrid ejerció también media vida como miembro de la Real Academia Española de la Lengua; y, por encima de todo, Madrid fue inmortalizada por Cela en dos de sus cuatro mejores novelas, La colmena y San Camilo, 1936. Está bien que le pongan una calle, cualquier día iré a pasear por ella llevando bajo el brazo Oficio de tinieblas, 5.

Lo que resulta irritante es que se vaya tan despacio, con una lentitud que parece tan mal intencionada, en esas otras cosas que parecen menos cercanas ideológicamente a los políticos del PP. Hace 10 años, cuando empezó a hablarse en serio del tema, los posibles damnificados por el criminal Generalísimo eran 32.000; ahora no llegan a 9.000. Desde luego, dentro de poco ya no quedará nadie a quien indemnizar, es sólo cuestión de tiempo y parece tristísimo que tanta gente que sufrió tanto se vaya de este mundo a veces tan cruel sin haber disfrutado de una mínima reparación, de esa justicia menuda que es darles a cada uno un modesto millón de pesetas a cambio de su negra pesadilla. Seguro que con lo que costó fletar el avión militar con que se trasladó a ministros, altos cargos y amigos a Galicia, para asistir al entierro de Cela, se podría indemnizar a unos cuantos. Pero así son las cosas. Ya no hay dos Españas, pero a unos se les dice: 'Tranquilos, qué prisa hay, dejen que lo pensemos', y a otros: 'Corre, Cela, corre'. Sólo es eso.

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