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Reportaje:

200 velas para el museo verde

La Universidad de Valencia celebra el bicentenario de la instalación del Jardín Botánico en su actual ubicación

Un vergel urbano, una minúscula selva de apenas cinco hectáreas enclavadas en el centro de Valencia, atesora para disfrute de ciudadanos o estudio de expertos desde hace justo 200 años valiosísimos ejemplares de todo tipo de plantas: ínfimas herbaceas o gigantescos árboles, raros exotismos o escasos endemismos, vegetales vistosos durante todo el año o sólo espléndidos de forma fugaz. El Jardín Botánico de la Universidad de Valencia celebra este año el bicentenario de su instalación en su actual ubicación, que si bien en su día estaba junto al río y en las afueras de la urbe (extramuros, junto al convento de Sant Sebastià) ahora se halla, sin moverse del sitio, acosado por los edificios y con el Turia desfilando a kilómetros de distancia.

Según explica Manuel Costa, de 63 años, catedrático de Botánica y director del Jardín desde 1987, el traslado a su ubicación actual fue un gran salto cualitativo ya que, hasta entonces, y al igual que en las grandes universidades europeas, la Facultad de Medicina, a través de la Cátedra de Hierbas, disponía desde mediados del siglo XVI de varias ubicaciones en las que se cultivaban plantas medicinales, pequeños huertos que fueron desapareciendo y mudándose a distintos solares de la ciudad sin solución de continuidad. El actual Botánico cuenta con un cuadro de plantas medicinales equivalente a lo que serían aquellos pioneros jardines.

Sólo el auge de las grandes expediciones científicas a raíz del descubrimiento de América supuso una revolución en el concepto de estas colecciones de plantas. El interés por los vegetales de uso medicinal se amplió a la domesticación de raros ejemplares de otras latitudes, que despertaron el interés tanto de los científicos como de los ciudadanos. Sin embargo el intento de crear, a mediados del siglo XVIII, un moderno jardín botánico en la Alameda fracasó por un conflicto de intereses por la propiedad de los terrenos. Así las cosas, el nacimiento del Botànic tuvo que esperar casi otro medio siglo.

Así las cosas, el entonces rector Vicent Blasco, asesorado por su discípulo y amigo Antoni Josep Cavanilles, quizá el botánico más importantes de la historia de la Biología española y por aquel entonces director del Real Jardín Botánico de Madrid, lanzó finalmente el proyeco, que culminó, en Valencia, con la creación de un auténtico jardín con plantas y árboles exóticos además de una representación de la flora valenciana.

Un concepto de jardín botánico que tiene más de arboreto que de herbolario natural y que pasó a formar parte del paisaje de la ciudad. Costa explica que, en muchos casos, botánicos como el de Valencia servían para aclimatar plantas traídas de América antes de ser trasladadas a Madrid. Sin embargo, el de Valencia ya nació con una incipiente vocación investigadora muy de la época, como fue el ensayo de la aclimatación de especies útiles para la industria, como el añil o la goma arábiga.

El umbráculo de madera y de 5 metros de altura construido en 1845 o la estufa tropical de vidrio concluida en 1862, un éxito tecnológico en la España del XIX, fueron dos hitos importantes en la historia del jardín. Lo mismo que, por otros motivos, lo fueron la invasión francesa, que arrasó el enclave en 1811 o la riada de 1957, que asoló muchas plantas y destruyó el archivo. Pero quizá hubieran palidecido estos eventos si finalmente hubiese salido adelante el proyecto que pretendía ampliar el Botànic en el antiguo cauce del río tras el desvió del Turia. Proyecto que hubiera comunicado el jardín con el tramo fluvial más próximo mediante un imaginativo paso bajo el puente en que se convertiría un trecho del paseo de la Pechina.

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Abortado el plan, el Botànic vuelve a quedar confinado, sin posibilidad de crecer, en sus escasas cinco hectáreas, al igual que la mayoría de los botánicos históricos europeos. Pero la inauguración, en mayo de 2000, de un moderno edificio de investigación tras el derribo de una serie de destartaladas casas de la calle de Quart ha completado finalmente el proceso de restauración del enclave. Si,según Costa, este tipo de instituciones sufrieron a lo largo del siglo XX una tercera revolución, al pasar a ser centros eminentemente investigadores, el nuevo edificio de Valencia ha permitido insalar allí el herbario de la Universidad, una biblioteca especializada, los más modernos laboratorios y el banco de germoplasma de la flora valenciana amenazada.

Árboles de dos siglos han contemplado inamovibles la transformación de la ciudad ajenos los peligros que han implicado algunos proyectos urbanísticos que pretendían hacer sombra de cemento y cristal a su belleza vegetal. Y ahora imponen igualmente su delicada indeferencia a la celebración que ha diseñado la Universidad para conmemorar el cumpleaños, que incluye exposiciones, reuniones científicas, edición de libros y ciclos cinematográficos bajo un moderno logotipo del diseñador valenciano, y de dimensión internacional, Javier Mariscal.

Valor incalculable

Los beneficios que reporta el Botànic a la ciudad de Valencia y a sus vecinos son incalculables. Parece obvio que al valor intangible de un paseo bajo la sombra de majestuosos árboles de 200 años, de la mágica presencia de exóticos ejemplares o del aroma de las plantas durante su eclosión primaveral se le puede poner, con mayor o menor fortuna, adjetivos, pero difícilmente una etiqueta con un precio. Sin embargo, los modernos sistemas de valoración, reconocidos ya en muchos ámbitos, permiten dar una dimensión monetaria lo mismo a un Goya que a un bosque. Y un estudio científico reciente, Estudio y valoración del arbolado monumental del Jardín Botánico de Valencia, realizado hace tres años por Alejandro Constant, un joven ingeniero agrónomo valenciano, cifró en más de 40 millones de euros (6.778 millones de pesetas) el valor de sólo 202 ejemplares del jardín valenciano, los considerados árboles monumentales, los grandes ejemplares y los árboles singulares (las tres categorías analizadas). Cifras significativas si se tiene en cuenta que todo el arbolado urbano de la ciudad (23.000 ejemplares) sólo suponía el doble de ese precio. Una palmera de la especie Phoenix dactylifera, conocida como La carcasa por la forma de fuegos artificiales de sus 27 brazos, alcanzó el mayor valor, con 1,5 millones de euros (253 millones de pesetas). Tras la palmera se situaban un roble americano (242 millones) o una Ginkgo biloba (200). Para el director del Botànic, Manuel Costa, la excelencia de esos árboles es evidente. Pero él aprecia aún más 'la valiosa colección de plantas endémicas', que constituyen 'la representación de la originalidad florística valenciana'.

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