Un filón morfológico
La extracción minera sacó a la luz un caprichoso promontorio cárstico en el Parque Natural de la Sierra Norte
Los paisajes modelados por la actividad humana esconden casi siempre lecciones de historia y hasta de política. El Cerro del Hierro, uno de los múltiples yacimientos mineros andaluces explotados por empresas extranjeras en el pasado, deja patente dos cosas: los ingenieros británicos vivían la mar de bien y los mineros locales debieron hacer auténticos esfuerzos titánicos por arrancar hierro en una época sin I+D.
El conjunto minero, que ocupa unas 363 hectáreas que fueron compradas por la Consejería de Medio Ambiente en 2000, representa una singular oferta dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla, un espacio que abarca 164.840 hectáreas en la zona más septentrional de Sevilla. Es también, gracias a las frecuentes lluvias, el territorio más húmedo de la provincia. Parece asilvestrado y, sin embargo, la labor humana ha modelado su actual perfil con la actividad agrícola, ganadera y minera. Canteras, yacimientos y antiguas minas salpican todo el espacio, declarado parque natural en 1989, aunque entre todos los restos del pasado minero sobresale el Cerro del Hierro por su espectacular complejo cárstico y por el resultado de un paciente y peliagudo trabajo para extraer mineral.
Los romanos, como tantas otras veces, ya dieron cuenta de las riquezas del yacimiento, pero la explotación industrial no se inició hasta el siglo XIX por una compañía británica, también como tantas otras veces. Una sociedad escocesa de Glasgow arrendó las minas en 1893 y comenzó la explotación dos años después. De su legado arquitectónico han sobrevivido una iglesia que se asemeja más a un templo de la isla de Skye que a su vecina ermita mudéjar de San Diego.
Las casas de los ingleses, como se denomina el conjunto residencial que ocupaban los ingenieros de la mina, también recrean más el urbanismo anglosajón que la estructura rural de San Nicolás del Puerto y otras localidades de la sierra sevillana. Las residencias, bastante deterioradas en la actualidad, se irguieron sobre una colina desde la que se divisa el Cerro del Hierro y una sucesión de pastizales, huertos y dehesas. Junto a las casas arrancan varias rutas que permiten adentrarse en el antiguo yacimiento minero, que llegó a producir unas 200.000 toneladas anuales entre 1895 y 1932. La guerra civil paralizó la actividad, aunque se reanudó posteriormente. La mina se transfirió a partir de 1946 a sociedades sucesivas hasta llegar a manos de una cooperativa de mineros en la década de los ochenta, aunque ya sólo se beneficiaban de las baritas existentes en el criadero.
El cerro es un espectacular promontorio de formas caprichosas debido a los singulares procedimientos de extracción y a la erosión natural. Desde la distancia parecen montículos óseos o cañones del colorado en miniatura. Dentro se abren desfiladeros, simas creadas por la excavación minera y túneles horadados en la piedra para abrir paso a las vagonetas que transportaban el material. Sobre ellas planean a gran altura grupos de buitre leonado y otras aves como el roquero solitario, la golondrina dáurica o el gorrión chillón.
Lagunas rojas
Su morfología resulta espectacular por su origen cárstico, pero también por el legado minero. Aunque la explotación se desarrollaba básicamente a cielo abierto, las bolsas de mineral se hallaban intercaladas en la formación kárstica bajo el suelo, que afloraron gracias al trabajo minero. Las curiosas formaciones calizas generan así casi un efecto lunático, una estampa pintoresca y como fuera de contexto en un territorio donde reinan las dehesas. Las pequeñas lagunas siguen aún teñidas de rojo en recuerdo de su pasado ferruginoso, aunque la riqueza geológica del cerro incluye otros minerales como el cuarzo, la barita, la mica o la calcita.
Los restos abandonados de la actividad minera, como las escombreras, los cargaderos, las rampas o el ferrocarril son amenazados ahora por la expansión de jaras, una de las especies más frecuentes en la zona junto a las encinas, alcornoques, quejigos, lentiscos y madroños. En el Cerro del Hierro abundan las setas, entre ellas la Amanita caesarea y distintos tipos de boletos que atraen a numerosos recolectores durante el otoño.
Último reducto truchero
- Dónde: Al Cerro del Hierro se puede acceder a través de la carretera que une Constantina con San Nicolás del Puerto, que dista 94 kilómetros de Sevilla. El desvío está señalizado. Otra ruta de acceso es una carretera sinuosa, estrecha y sin arcenes que corre paralela a la ribera del Huéznar y que va desde Cazalla de la Sierra hasta San Nicolás del Puerto. La vista es magnífica, pero la carretera es de mayor riesgo que la de Constantina. Desde Sevilla se puede llegar hasta las poblaciones del Parque Natural de la Sierra Norte por varias carreteras como la A-432, que pasa por El Pedroso, o la A-455, que conecta con Lora del Río desde la salida de Carmona en la N-IV. - Cuándo: Se recomiendan las visitas en primavera, otoño e invierno. - Alrededores: En San Nicolás del Puerto, una pequeña población de menos de un millar de habitantes, se puede visitar la iglesia mudéjar de San Sebastián, la ermita de San Diego (XV-XVI), un crucero de piedra del XVI y numerosos vestigios romanos y árabes. Sin embargo, el gran patrimonio de la localidad reside en su valor geológico y paisajístico. El término, atravesado por ocho kilómetros del río Huéznar, presume de ser el único lugar provincial donde aún hay truchas comunes. - Y qué más: Información en el centro de recepción del Parque en Constantina (955 88 15 97).
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