Apuntes para el futuro de un museo
La marcha de Miguel Zugaza como director del Museo de Bellas Artes de Bilbao se ha poblado de las consabidas expectativas. Todos quieren saber quién será la persona designada para ocupar ese puesto. Sobre el tapete especulativo se memoró los nombres de dos de aquéllos que aparecen en todos los eventos cimeros de estos últimos años. Ciertamente, en estos años precedentes, con la costumbre como argumento, esos dos sobre quienes se especula figuran, junto al propio Zugaza, como únicos e idóneos candidatos a estrella, dignos de regir los destinos museales y semejanzas culturales de este país.
Discrepo contra esa costumbre, por otra parte no demasiada fundamentada. Entre nosotros existen algunos cuantos más que esos tres con tantos conocimientos en arte contemporáneo como ellos o tal vez con superior saber al de ellos.
Mas parémonos en el papel ejercido por Zugaza como director del Museo de Bellas Artes. Ha realizado una buena labor, sin duda, aunque mejorable, como todo. Por ser el último de los directores que ha tenido el museo se diría que todo lo que ahora es esa entidad se ha hecho a través de él y sólo con él. Craso error. Nadie se acuerda ahora de que en los últimos veinte años por ese museo se formalizaron exposiciones de Picasso, Allen Jones, Matta, Jörg Immendorf, Chillida, Robert Motherwell, Oteiza, Equipo Crónica, Andreas Schulze, Nam June Paik, Henry Moore, André Masson, Palazuelo, Gordillo, entre otros muchos. Esta lista deja un poco en suspenso la pretendida canonización de quien fuera hasta ahora director del museo. A veces nos ponemos estupendísimos por ciertos caprichos estrellantes de corte un tanto kitsch.
Eso de las estrellitas del universo del arte es una canción de cuna para inexpertos, inventada por quienes viven de ello. Los directores de museo, comisarios de arte, críticos y demás fauna afín no son nada sin los artistas; aunque la costumbre, siempre la maldita costumbre, lleva tiempo imponiendo la ley de aquellos, su interesadísima ley. No olvidemos que el ascenso de los integrantes de esa nueva ley se debe en gran medida a la ausencia de crítica frente a los que ostentan el poder político. Callan, porque tienen mucho que ganar; es decir, su silencio les sirve para medrar. No es imposible aducir que se alzaron más que por lo que saben, por lo que bien que supieron arrimarse a la sombra del poder de cada momento. Ya se sabe que el poder tiene cara de medusa...
Pues bien, viven dentro del arte -y viven del arte-sin atender lo que emana del propio arte. Esto es, el arte se nutre poniéndose en cuestión a sí mismo permanentemente. Incluso es obligado saber en todo momento y tiempo que los museos sólo son guardianes de lo conocido, en tanto el arte del porvenir es un viaje a lo desconocido.
El joven crítico estadounidense James Gardner lo ha dicho de manera bien explícita: 'El arte nunca ha sido más adulado que ahora; nunca ha merecido menos adulación'. Qué verdad tan verdadera y contundente. Léase otra vez y compruébese su exacto razonamiento.
Por lo tanto, más que la necesidad de encontrar una estrellita para dirigir la pinacoteca bilbaína, mejor sería confiar en los componentes del equipo que existe en la actualidad, con el añadido de poner al frente a alguien como figura responsable. Todo lo que sean veleidades absurdas poco le favorecen al museo. La prueba está en que la última veleidad que dejó Zugaza con la muestra Gaur, Hemen, Orain lleva la marca de lo errático. Ahí se daban y siguen dándose cita un montaje disparatado, una lista de nombres cuya procedencia despedía un tufillo clanístico, un querer imitar a no se sabe qué otro museo, una claudicación ante la delirante y tontusca dictadura de unos pocos aprendices en nuevas tendencias tecnológicas, entre otras inseguridades intelectivas y desnortamientos varios.
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