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Columna
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Mascarada triste

No hay carnaval sin máscara y sin bullicio callejero. Siempre fue así y lo seguirá siendo con toda probabilidad. Otras máscaras podrían desaparecer y su desaparición no sería de lamentar. Un debate sobre la educación o la escuela pública podría carecer, por ejemplo, de máscaras y mascarada; que la mascarada suele ser lo poco serio y engañoso. Quizás sean estas fechas las que nos lleven de lo uno, el carnaval, a lo otro, la mascarada.

En que la educación y la escuela pública están deterioradas y se deterioran desde hace algo más de una década, están de acuerdo todas las comparsas. La comparsa cartaginesa de los conservadores, en el poder desde hace como seis o siete años, no le puso remedio al desaguisado con dos caras feas: la falta de inversiones por un lado, y la palabrería bella y hueca de la Logse, que la realidad ridiculiza y que necesita de reformas. Y que quede claro que la ridiculización, que de ella hace la realidad, es lastimosa y carnavalesca a un tiempo.

En vísperas de las carnestolendas del capicúa 2002, la ministra del ramo con disfraz cartaginés apunta, sin precisar demasiado, determinadas medidas para enderezar el entuerto. A buena hora, mangas verdes. Porque ya hay varias promociones de jovencitos y jovencitas que han disfrutado, y siguen disfrutando, de barracones y estabulación. La estabulación, a la que se refería en esta misma página ese otro día el maestro de lenguajes A. López García-Molins, no es precisamente una escolarización correcta, adecuada y efectiva que se necesita hasta los 16 años y -¿por qué no?- hasta los 18 como en algunos países más progresistas que el nuestro.

Pero, vecinos, las comparsas públicas tienen cada una su disfraz como indicaba con no poca mala leche Juan de Mairena: 'Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara (...) que un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado'. Y siguiendo la exigencia del personaje de Antonio Machado, nuestros romanos con disfraz progresista actúan tal y como les corresponde en el desfile callejero: trazar itinerarios diferenciados a partir de una edad escolar más que prudente, itinerarios flexibles porque flexible y tolerante ha de ser todo cuanto se relaciona con la condición humana y con la escuela... eso es segregación disparatada y aberración social que necesita la presencia disuasoria de la Guardia Nacional de los USA en los estados sureños del progresismo carnavalesco. Y una vez más, que otras sociedades más progresistas que la nuestra tengan itinerarios diferenciados y exámenes y pruebas ponderadas que indiquen el grado de aprendizaje y los conocimientos del alumnado... eso carece de importancia, e incluso puede ser un casus belli para romanos con máscara progresista. Así que, en adelante y en este desfile carnavalesco inevitable al parecer, que sepa muy bien el maestro o la maestra que coloca una nota a la resolución de un problema matemático o al nivel de comprensión lectora de sus alumnos mediante un comentario de textos, que sepa el atolondrado o atolondrada maestra que pueden ser anatematizados, porque seleccionan, clasifican y etiquetan. Y que Dios nos pille confesados cualquier miércoles de ceniza.

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