Ay, qué risa
Pero mira que nos ha salido cachondo, este Trocóniz, haciendo ocurrencia del disparate, dejando caer, 'en broma', lo justo que sería rebajar las pensiones a las jubiladas, dado que no tienen la deferencia de morirse un poco más temprano. Descacharrante.
Todo en este asunto resulta muy diver. Para troncharse, que el desempleo y la precariedad castiguen con doble ración a las mujeres, con la tajada completa en acoso sexual, mientras que sólo disfrutan de un tercio de los salarios y de una mínima parte de los puestos de responsabilidad (situación exagerada en la propia Administración).
Te lo cuento, resalao. Ellas triunfan en los estudios, pero cuanto más cualificadas, mayor distancia en los sueldos. Sin embargo, cuánta chispa inspiran tan graves incumplimientos de la normativa, incluso con la complicidad de los compañeros. Y qué juerga, que detrás del hombre más pobre siempre haya una mujer más pobre aún, que tantas viudas cobren una limosna 'porque nunca han trabajado'.
Una humorada, lo de no incluir en PIB ni Renta Nacional las 250.000 pesetas (muchos euros) mensuales en que se evalúa el trabajo reproductivo y doméstico. Un chiste, que 6 millones de profesión 'sus labores', prestadoras del servicio familiar obligatorio y nunca 'retiradas', no cobren pensión tras 70 años de vida laboral 'porque no han cotizado'. Un sarcasmo, que tampoco cuenten las tres horas diarias de más que la 'superwoman' le echa a la casita, por más que le duela el cuello, que tenga las pilas cansadas, que carezca de caletre (Trocóniz lamenta) para entender las gracias. Eso sí que es economía sumergida, y encima pretenden morder las prestaciones -con mucho gracejo, eso sí- a las pocas que emergen. El humor, dijo Maurois, es una máscara para la tragedia, y Wilde, docto en ambas materias, añadió que es la única forma de soportarla. Pero humor también quiere decir supuración, mucosidad, secreción. La segunda acepción produce asco. La primera, la del ocurrente político tocado por el genio, se supone que sólo un sano descojone. Para mearse, vaya, mientras las vemos venir. O dicho finamente: ay qué risa, tía Felisa.
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