Murga para corazones carnavalescos
El ingenio, el bullicio y la parafernalia de las carnestolendas tomaron Barcelona
La rua del carnaval de Barcelona comenzó en el metro. A primera hora de la tarde en la línea 5 era probable encontrarse con numerosos Harry Potter o una Blancanieves acompañada de la Pantera Rosa. Un hada de siete años ocupaba todo el asiento con su traje de gasa rosa, lo que enfurecía teriblemente a su hermano de cinco, un principito rubio que parecía salido del cuento de Saint-Exupéry, aunque con menos paciencia que el entrañable personaje. A las 17.30 la calle de la Riera Blanca era un hervidero de adultos y pequeños. Más de 200.000 personas, muchas ataviadas con los más dispares disfraces, aguardaban impacientes un desfile que se hizo esperar más de media hora. Inauguró la Gran Rua la banda de músicos Els Ministrils del Baix Camp de Tarragona, seguida de los Gegants de Carnelstoltes. Estos emblemáticos gigantes, que se construyeron para el carnaval hace más de cien años, se han recuperado en la edición actual. 'Estaban en muy mal estado, pero los hemos restaurado para mantener la tradición', explicaba José María Blanes, de la colla de gegants de Ciutat Vella. Detrás desfilaron más de 80 comparsas, entre las que destacaron las de origen andino, que aprovechaban el carnaval para propagar sus raíces a base de bailes tradicionales. 'Lo hacemos por nostalgia, para no olvidar de dónde venimos', explicó Juan Carlos Chaves, un boliviano de la comparsa Cori-Incas. El público observaba el derroche de colores bailando la música de las comitivas. Lo que más sonó fue la samba y los ritmos latinos y facilones de los éxitos del último verano. Pero sin duda los más entusiasmados eran los participantes. 'Empecé a hacer el disfraz en junio y he tenido el carnaval presente todo el año, pero hoy es cuando adquiere su encanto', explicó Mari Carmen Castellón, comerciante de Sants, que desfilaba en la comparsa El Cazador de Sueños vestida de mariposa azul. Ayer, fiesta de la persmisividad, los niños estaban de suerte. 'Hoy puedo ser mala y no voy a hacer caso a mis padres', afirmaba Inés Bonet, una bruja de nueve años con largas uñas. También hubo quien, sin perder el espíritu festivo, optó por no disfrazarse. 'Hay gente que se disfraza de lo que sueña ser, yo voy disfrazado como siempre de mí mismo. Me basta con ser quien soy', señaló Víctor Vendrell, vecino de Sants.
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