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Crítica:LOS ARGENTINOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cayendo hacia el futuro

Va siendo hora de que en España, y en general fuera de Argentina, el nombre de Fogwill suene, para algo más que unos cuantos enterados, a lo que ciertamente es: uno de los más interesantes y contundentes escritores de los que el lector pueda tener noticia, al menos cuando se trata de averiguar qué apuestas originales, atrevidas e incumbidoras ostentan actualmente agudeza y vigor en el horizonte de la narrativa en castellano.

¿No dicen que a la tercera va la vencida? Pues por si no hubiera bastado la publicación, en 1998, de Cantos de marineros en la pampa (donde, precedida por una indispensable presentación de sí mismo, y acompañando una formidable selección de relatos, iba incluida la alucinante y genial novela Los Pichiciegos, sobre la guerra de las Malvinas), seguida, hace apenas un año, de la subyugante La experiencia sensible (asimismo en Mondadori), la aparición ahora de En otro orden de cosas no deja lugar a dudas sobre el talento siempre sorprendente de Fogwill para interpelar a la historia y a la sociedad de su país, sin dejar de hacerlo, a su vez, a la más acomodaticia conciencia del lector y, de paso, al género mismo que en cada ocasión practica (pues además de novelista y cuentista, Fogwill es un muy notable poeta).

EN OTRO ORDEN DE COSAS

Rodolfo Fogwill Mondadori. Barcelona, 2002 200 páginas. 13,50 euros

Si La experiencia sensible se abría con una serena impugnación de la estética antirrealista que imperaba por los mismos años de la dictadura militar en Argentina, En otro orden de cosas, cuyo argumento se desarrolla también en la década de los setenta, alude en su sugerente prólogo al género proliferante de la novela histórica para insinuar cómo el texto propone, entre otras cosas, una reflexión de fondo en torno al tipo de orden en que las historias particulares se articulan con la Historia con mayúsculas.

La novela cuenta, en el transcurso de 12 capítulos, cada uno correspondiente a uno de los años sucesivos que van de 1971 a 1982, el irresistible ascenso de su innombrado protagonista: un joven que abandona su indolente vida de pareja para ingresar en uno de los grupos revolucionarios armados que la dictadura militar de Videla terminaría por aplastar, momento en el que el personaje pasa a trabajar como obrero en la construcción de una autopista de circunvalación de la ciudad de Buenos Aires. Su diligencia lo promueve de simple peón a maquinista, y enseguida, gracias a su talento para hacer oportunas recomendaciones acerca del rendimiento de las máquinas, pasa a las oficinas de la empresa constructora, donde su discreción y su eficacia continúan promoviéndolo a puestos de cada vez mayor responsabilidad, hasta terminar como asesor y conductor de iniciativas culturales destinadas a velar intereses, por así decirlo, 'indirectos'.

Fogwill remite a 12 años cruciales de la historia argentina: los que van desde el regreso de Perón y el delirio revolucionario hasta la guerra de las Malvinas. Años en que alcanzó prosperidad una nueva burguesía cebada por el cinismo y la corrupción que fomentó el régimen de Videla, ante cuyas atrocidades cerró los ojos. La impasible disección que en sus dos últimas novelas viene haciendo Fogwill de ese periodo prolonga la enojosa y constante interpelación al mismo que Fogwill emprendiera ya desde sus comienzos literarios y adquiere, en estos momentos de bancarrota nacional, un valor casi forense y netamente inculpatorio. Pero no hay que pensar que su alcance se limite a registrar la evolución social de un determinado país. Para el lector español, sin ir más lejos, resultan casi pavorosas las semejanzas del retrato que tiene lugar en estas páginas con el que pudiera hacerse de la España de los años ochenta, por la que Fogwill parece sentir escaso respeto. Y es en general todo un estilo de vida, el de la rampante burguesía neoliberal, y toda una cultura, la del capitalismo mediático, lo que Fogwill somete a su infalible, demoledor y concretísimo poder de observación.

'El hombre cae hacia el futuro',

se dice por algún lado. Aunque Fogwill desalienta cualquier intento de clasificar esta novela, cabe considerar En otro orden de cosas como un relato de formación. Su protagonista es un hombre sin características, en un sentido, si se quiere, musiliano del término: una conciencia poderosísima que actúa, a partir de situaciones dadas, como un impertérrito procesador de signos de todo tipo que induce el desenmascaramiento de la realidad circundante. Ni la austeridad argumental de la novela, ni su engañoso esquematismo, tampoco esa intencionada 'frialdad de manual técnico delirante' (Beatriz Sarlo) que acusa siempre la prosa de Fogwill, deben llamar a engaño: la deriva ensayística de esta escritura es sustancialmente narrativa, y lo es por virtud de su capacidad para hacer que el pormenor íntimo sea tan representativo de un planteamiento filosófico como de una crisis social.

Por lo demás, y como suele, Fogwill trenza su propia biografía a la de su personaje. De modo que la peregrina cultura y la extravagante trayectoria de este autor (que ha sido, entre otras cosas, 'publicitario, investigador de mercados, redactor, empresario, especulador de Bolsa, terrorista y estafador -eso consta en mi prontuario de la policía federal argentina-, columnista especializado en temas de política cultural en todo tipo de medios, profesor universitario y consultor de empresas') se proyecta aquí, más que nunca, en la incorporación, al radio de observación del narrador y de su personaje, de muy precisos detalles (marcas de coche, erudiciones náuticas, indumentarias, hábitos de consumo, programas televisivos, modas del lenguaje, tics generacionales, consignas culturales, esnobismos) que Fogwill acierta a explotar con sensibilidad y pericia adiestradas en ámbitos muy alejados de la literatura.

Especialmente afilada resulta la visión de la cultura como narcótico social. 'Debía haber algo en la cultura, quizá el enigma de tanta gente haciendo tantas cosas inútiles a cambio de nada, que la predisponía a convertirse en un tema de atracción', especula el protagonista. Y en otro lugar se observa que 'la diferencia entre la cultura y los sindicatos era que éstos abusaban del orden para imponer el caos, mientras que el arte y los espectáculos usan el caos para producir el orden'.

El tipo de revisión crítica, incomodadora, reacia al sentimentalismo y profundamente reveladora que Fogwill hace del pasado reciente de Argentina sólo tiene correlato en España con la obra de Belén Gopegui, más en particular con Lo real, novela con la que, aun siendo tan distinta, En otro orden de cosas ofrece remotas pero elocuentes afinidades. Ojalá cundieran sus actitudes a la hora de escrutar literariamente las razones del presente.

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