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52º FESTIVAL DE BERLÍN | PANTALLA INTERNACIONAL

Zhang Yimou trae con 'Tiempos felices' otra de sus maravillosas películas de amor

'Domingo sangriento', casi un documento.

No desfallece el talento del cineasta chino Zhang Yimou. En Tiempos felices nos embarca en otra de sus incursiones en el cine de amor y de nuevo derrocha finura, elegancia y refinamiento estilístico. Su película es un cuento sentimental sobre buena gente muy pobre, casi mísera, cuya peripecia bordea el melodramón desatado, pero que Zhang Yimou resuelve con facilidad en forma de comedia.

No deja ver grietas, en su prodigiosa mezcla de abundancia y de exquisitez, la imaginación de Zhang Yimou, que sigue dando su infalible goteo de gran cine realista y lírico, probablemente el más preciso que hoy se hace. Es Tiempos felices cine que no oculta, sino que hace alarde de ella, su deuda con el de John Ford, del que el maestro chino extrae ese delicado sentido de la medida que le permite hacer sentimentalismo torrencial sin dar sensación de que abusa de esta fuente de emociones.

Es incomparable el tacto de este hombre de cine para jugar con la inagotable capacidad de la imagen para sugerir acordes líricos y hacer llamadas al llanto consolador, que arrancó de Ju dou, La linterna roja y Vivir, y se prolonga en la última trilogía de su obra, que abrieron Ni uno menos y El camino a casa y se cierra con esta Tiempos felices ayer estrenada aquí. Es una hermosa trilogía en la que Zhang Yimou da rienda suelta, a través de tres fascinantes mujeres niñas, a su gran conocimiento de las conmociones del amor adolescente. La preciosa chiquilla alrededor de la que gira Tiempos felices se llama Dong Jie y es un milagro de elocuencia.

Cine muy diferente, por no decir completamente opuesto, es el que lleva dentro la coproducción entre Irlanda y el Reino Unido Domingo sangriento, en la que Paul Greengrass reconstruye con minuciosidad y con despiadado verismo -mediante un ejercicio de ficción que busca parecer, y a veces lo consigue plenamente, un documento- la terrible jornada, que se convirtió en un punto sin retorno dentro de la tragedia del Ulster, del 30 de enero de 1972, en la que 13 personas murieron en las calles de Londonderry y 14 más cayeron gravemente heridas por el fuego cruzado de fusileros paracaidistas del Ejército británico.

El general Patrick McLellan disolvió con esa salvaje eficacia una pacífica marcha -encabezada por el militante pacifista, discípulo de Martin Luther King, Ivan Cooper y la joven y popular parlamentaria Bernadette Devlin- de católicos irlandeses en reivindicación de sus derechos civiles. Y, tras aquella carnicería, emergió, irremediablemente, la etapa más bestial del terrorismo del IRA.

Y todo esto está allí, en la pantalla de este recio, inquietante y sin duda solvente filme didáctico, que por contraste con la delicadeza lírica del filme chino que le precedió dio lugar a un día muy rico en este comienzo de la Berlinale.

De izquierda a derecha, Paul Greengrass, Ivan Cooper y James Nesbitt, en Berlín.
De izquierda a derecha, Paul Greengrass, Ivan Cooper y James Nesbitt, en Berlín.ASSOCIATED PRESS

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