El testamento de Pujol
UNA COSA ES CIERTA: los municipios son la cenicienta del proceso de descentralización del Estado. Pero a estas alturas las autonomías pondrán todo tipo de resistencias a cualquier iniciativa de refuerzo del poder local, porque es evidente que serían competencias suyas las que se traspasarían a los ayuntamientos. De ahí el recelo que ha provocado la oferta de Aznar al PSOE para negociar un pacto municipal. Desde las autonomías los más sensibles a los signos del Ejecutivo hablan de una nueva LOAPA. Y algunos sectores socialistas temen que la querencia pactista de Zapatero le arrastre a un pacto que las baronías territoriales del partido ven con temor.
En este contexto, quizá se entienda mejor el rechazo de los nacionalistas catalanes a la oferta de Aznar de entrar en el Gobierno español. Pujol lo explica así. El día 9 de enero recibió una carta de Aznar que le hablaba de 'una mayor cooperación en el interior de nuestros Estados descentralizados e incluso la adopción en su lugar de nuevas facultades para los gobiernos centrales'. El presidente catalán se imaginó la Generalitat 'reducida a un negociado administrativo'. A renglón seguido, Aznar le pedía entrar en el Gobierno. Pujol lo considera incomprensible: 'Nos dicen que harán una política contraria a lo que defendemos' y nos piden 'la adhesión y que contribuyamos a aplicarla'. A continuación, Aznar ofrece un pacto político, pero no a los nacionalistas con los que quiere gobernar, sino al PSOE, con quien, obviamente, no quiere gobernar. Un pacto sobre un tema hipersensible para Convergència i Unió. ¿Incongruencia o mala fe?
Aznar quiere cerrar el Estado autonómico -dejando el problema vasco al margen- y sabe que sólo hay una manera de que realmente todo el mundo se lo crea: que los nacionalistas catalanes entren en el Gobierno. La celada es muy evidente. Pero Aznar sabe que en tiempos de rebajas ideológicas el discurso de la eficiencia hace milagros e intenta acorralar a Pujol apelando a los intereses económicos de Cataluña y del empresariado en particular. 'No nos conocen', responde el presidente catalán. 'En Madrid cometen siempre el mismo error: se han metido tanto en la cabeza que los catalanes sólo vamos detrás de la peseta que ignoran que el pueblo catalán es profundamente sentimental'.
Y, sin embargo, la solemnización del no delata al presidente. ¿Por qué darle tanta importancia? Porque sabe que una parte de su electorado duda, y que la otra -la sentimental- se siente desconcertada. Los años de flirteo con el Partido Popular son para el pueblo convergente un calvario. Les habían dicho que era el enemigo, que representaba lo más ajeno políticamente al país y ahora resulta que son socios. El no a Aznar es en el fondo un sí a las propias bases convergentes: somos los de siempre, no creáis que ya no es necesario ser nacionalista para trabajar por Cataluña.
Para dar su no a Aznar, Pujol mostró una vez más un dominio extraordinario de lo que podríamos llamar la ambigüedad doctrinaria. Desde la más rotunda apelación a los principios, porque no hay 'otro grupo político que desde 1975 haya mantenido tan constantes las líneas básicas de su discurso y de su acción', fue tan contundente en la negativa como en dejar puertas abiertas. Todas menos una: el matrimonio con una de las fuerzas españolas, porque lo propio de CiU es la condición de pareja disponible de quien gobierne España, sea quien sea. Durante 25 años ésta ha sido su política española. La clave está en la siguiente frase: 'No sabemos cuándo ni con quién, si con el PP o con el PSOE, pero un día este debate se reabrirá y quizá Convergència i Unió tenga ministros en Madrid'. Dicho con toda claridad: puede que llegue un día en que los nacionalistas catalanes, si se les dan determinadas satisfacciones, acepten sellar el cierre del Estado autonómico entrando en un Gobierno español.
Pero nunca llegará el día -salvo que los herederos del president impugnen la herencia- en que CiU elija para un matrimonio definitivo al PP o al PSOE. Al fin y al cabo, si algo ha demostrado saber Pujol a lo largo de su carrera es que la política es la capacidad de especular con las relaciones de fuerzas. Aznar puede soñar todavía con dar por terminado el edificio autonómico, pero se puede olvidar de una confederación de derechas autónomas que cierre para siempre el mapa electoral español.
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