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Columna
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Alemania, en año electoral

Con la designación de Edmund Stoiber como candidato demócratacristiano en las elecciones del 22 de septiembre ha comenzado, de hecho, la contienda electoral. Hace sólo unos meses, la única incógnita que se planteaba era si el actual canciller, Schröder, podía ganar con mayoría absoluta. El deterioro de la situación económica ha vuelto a hacer verosímiles todas las hipótesis. El que gane uno u otro candidato depende en buena parte de que la economía se recupere antes del otoño. El destino de los políticos está ligado a la coyuntura económica, que no parece que puedan controlar. De ahí que cada vez convenza menos el discurso de que la prosperidad se debe a la labor que lleva a cabo el Gobierno. Pero, en cuanto disminuye, son factores externos los responsables. La presidenta del partido hermano mayoritario, Angela Merkel, ha cedido al fin a las muchas presiones internas. Al renunciar a su candidatura, se ha convertido en la única ganadora segura. Si, como todavía parece lo más probable, el partido más votado es el SPD, la derrota es de Stoiber; si éste ganase, ha sido ella la que con su renuncia hizo posible la victoria.

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Hay que decir que un bávaro en Alemania, para ser presidente de Gobierno, lo tiene tan difícil como un catalán en España. Hace 20 años ya fracasó Franz Joseph Strauss, uno de los políticos más inteligentes y oportunistas. Tal vez en populismo oportunista Stoiber pueda competir con su antiguo jefe, pero en lo demás está a considerable distancia. Cabía pensar que la señora Merkel, en una situación de crisis y de hondo descrédito de la democracia cristiana, ofrecía dos activos, ser mujer y provenir de la Alemania del Este, que podrían haber deparado alguna sorpresa. La CDU ha llegado, sin embargo, a la conclusión de que no favorece sin más a Angela Merkel el hecho de que las mujeres superen en dos millones el número de votantes masculinos, ya que los prejuicios contra la mujer en puestos claves están aún más extendidos entre las mujeres que entre los hombres. El feminismo tiene todavía una amplia labor que realizar para mejorar la valoración que las mujeres hacen de la mujer.

Y en cuanto al segundo activo, nada tan voluble como el electorado de la Alemania oriental, cuyas pautas de comportamiento electoral siguen siendo una incógnita. Lo único seguro es que en 12 años no se ha consolidado un electorado que permanezca fiel a uno de los dos grandes partidos, aunque sí uno que vota al PDS, el sucesor del antiguo partido comunista de la Alemania oriental, pero que representa sólo el 20% del voto. El 80% bascula entre los dos grandes partidos. Las elecciones se ganan según a qué partido se incline el voto de la Alemania oriental. Ello garantiza la perpetuidad de ayudas y subvenciones.

En la Alemania occidental, donde el voto es mucho más estable, también se percibe una tendencia creciente a cambiar de partido en cada elección. Según disminuyen las diferencias ideológicas y la población pierde conciencia de pertenecer a una clase -en las últimas elecciones, en la Alemania oriental el 41,4% de los trabajadores votó a la CDU, mientras que el 35%, al SPD- aumenta la facilidad para trasladar el voto de un partido a otro. Están muy lejos los tiempos en los que el burgués y el obrero sabían qué partido en ningún caso podían votar. Tal vez el factor decisivo que ha inclinado la balanza a favor de Stoiber es el miedo conservador a 'hacer experimentos', y no era pequeño probar fortuna con una mujer de la Alemania oriental, teniendo probablemente que competir con una derecha dura que ya ha dado un buen susto a los demócratacristianos en las pasadas elecciones en la ciudad-Estado de Hamburgo. Con Stoiber como candidato, los que más se benefician son los liberales (FDP). Al norte de Baviera no pocos conservadores, antes de dar su voto a un candidato bávaro y católico, con las connotaciones que todavía conllevan estos dos adjetivos en Alemania, se lo darán a un partido laico como el liberal.

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