Tavernier desata la polémica en Francia con su película sobre la ocupación nazi
'Salvoconducto' rinde homenaje a los cineastas que trabajaron en aquellos tiempos difíciles
El último filme de Bertrand Tavernier, Salvoconducto, sitúa su acción entre 1942 y 1943 en el mundo del cine y, más concretamente, en torno a la Continental, la sociedad alemana que producía películas francesas en París, que fue inspirada por Goebbels y que, según sus instrucciones, exigía que 'los filmes franceses sean idiotas'. La productora fue dirigida por Alfred Greven, rival del ministro en cuestiones de faldas y un nazi que descubrió que 'para eso del cine, los judíos son los mejores' y decidió aceptar a algunos en la sociedad que le tocó gobernar.
Uno de esos judíos que aceptó Greven en la Continental fue Jean-Paul Le Chanois, alias de Jean-Paul Dreyfus, judío y comunista, guionista y realizador, que se decía a sí mismo: 'Cuando se está en la boca del lobo, lo mejor es situarse entre los dientes, donde no puede morderte'.
La película de Tavernier ha vuelto a reunir en su contra lo que pudiéramos llamar 'la banda de los cuatro' de París, los cuatro medios de mayor influencia entre el público cinéfilo: los diarios Le Monde y Libération y las revistas Cahiers du Cinéma y Les Inrockuptibles. Tavernier es, desde hace años, una pieza de caza mayor contra la que los colegas de Libération disparan con saña y continuidad, justificando sus ataques con argumentos sorprendentes, ya sea el sociologismo considerado insoportable del cineasta o el sustrato petainista en que se sostiene el discurso de sus ficciones.
Si en sus presentaciones en San Sebastián películas de Tavernier como Coup de torchon o El capitán Conan obtuvieron el aplauso unánime de la crítica internacional, incluido el de los pocos periodistas franceses que acuden a la capital donostiarra, esas opiniones no sirvieron de nada cuando la cinta se estrenó en París. Entonces, los comentarios de los enviados especiales fueron desmentidos por durísimas críticas en los cuatro medios antes citados.
Para Libération, la última película de Tavernier pretende la 'clonación idéntica del cine de esa edad de oro paradójica' que fue para la producción gala el periodo de la ocupación alemana.
Dos resistentes
En Salvoconducto vemos cómo viven dos personajes reales, el guionista Jean Aurenche (Denis Podalydès) y el ayudante de realización Jean Devaivre (Jacques Gamblin), los dos resistentes, cada uno a su manera, y las relaciones que mantienen con la productora Continental (1941-44), de la que salió el 15% de las películas galas rodadas durante la época. Tanto Devaivre como Aurenche son figuras reivindicadas por el cinéfilo Tavernier, que ha contribuido de manera decisiva a publicar las fenomenales memorias del segundo -La suite a l'écran- o a desempolvar los largometrajes realizados por el primero.
Pero Devaivre, que tiene 90 años, ha sido entrevistado por Libération para que diga que ha 'sido engañado, estafado y expoliado' por Tavernier, entre otras cosas porque 'ha hecho con mis memorias un trabajo que hay que calificar de pillaje', sin tener en cuenta que 'no se puede jugar con la auténtica vida de un creador'.
Para rematar la jugada, Libération aprovecha una entrevista al también cineasta Maurice Pialat para que éste, sin que venga a cuento, también arremeta contra Tavernier y le trate de 'director adormecido' que 'no dice la verdad sobre la ocupación'.
Publicidad de queso
En Le Monde consideran que el academicismo de Tavernier le lleva a 'momificar una época del cine francés', creen que Salvoconducto contiene secuencias 'filmadas como la publicidad de queso' del país y le reprochan a la puesta en escena el 'ahogar los objetos de su amor', a saber, las películas y los personajes de entonces.
Les Inrockuptibles, por su parte, publica que el filme es 'un manual de fabricación a la gloria de una cierta tendencia del corporativismo francés'. Es decir, que Tavernier respira hoy una actitud idéntica a la de los colaboracionistas que respaldaban a Petain. En Cahiers le reprochan que no nos hable de Jean Renoir -exiliado-, que muestre pocas estrellas amarillas, que no haga referencia al viaje a Berlín de ciertos actores franceses, que, en resumen, 'tras la apología del pintor académico que era Un dimanche à la campagne, nos proponga una apología del ayudante de realización como director ideal'.
La mala fe del ataque es evidente. Primero, porque en la película sí se habla de la visita a Berlín de algunos artista; segundo, porque las referencias a la persecución a los judíos son frecuentes y pertinentes, a veces incluso excesivas, como en el que debe ser el plano peor rodado de toda la película, un plano en el que se ve pasar un autobús repleto de figuras marcadas con la infamante estrella. Y tercero, porque a Renoir se le rinde homenaje al hablar de La gran ilusión.
A favor de lo artesanal
Tavernier, según los comentarios de diferentes medios franceses, es culpable de empatía con 'una profesión que, con la buena conciencia del artesano ante su hermoso trabajo, no hizo otra cosa que seguir las consignas del ocupante'. Lo que no soportan, en definitiva, es ese diálogo entre Pierre Bost y su compañero Aurenche, cuando aquél dice que 'hay gente que hace pan, que hace tejidos, que hace dinero o que hace... historias. Y nosotros somos eso, faiseurs (los que hacen, en un sentido artesano) de historias. Y las historias sirven para decorar la vida de los que hacen pan o hacen tejidos'. Las dos horas y cincuenta minutos de Laissez-passer son una reivindicación del faiseur, pero no a cualquier precio. Devaivre fue un auténtico resistente, hizo de espía y participó en atentados y nunca se dejó comprometer en películas de propaganda nazi o petainista. Aurenche, según Tavernier, 'encarna otra forma de resistencia, la de quien se niega a aceptar su época y los dictados de Vichy, un hombre que escribe diálogos como los de Douce, en los que a los pobres, en vez de aconsejarles paciencia y resignación, les recomienda impaciencia y rebelión'. Bertrand Tavernier, que para poner en marcha un proyecto necesita estar en contra de algo o alguien, está aquí en contra de quienes simplifican el pasado, de quienes no saben ver las múltiples formas de resistencia -o de compromiso- que pudieron existir entonces y ahora. En contra, al fin y al cabo, de quienes pretenden que el cine francés comenzó con el movimiento conocido como la nouvelle vague.
Babelia
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