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España va a menos

Josep Ramoneda

1. Hay una técnica política de la que algunos monarcas absolutistas de finales del siglo XVIII fueron maestros: reivindicarse como modernizadores para poder actuar como déspotas. Aznar aplica con sumo acierto esta técnica del poder: se apunta a todo lo que suena a moderno para disimular con su discurso una política muy conservadora. Ahora 'toca' estar contra los nacionalismos. Aznar va y da un paso al frente: 'Nosotros no somos nacionalistas'. Lo dice la ponencia sobre 'Patriotismo constitucional en el siglo XXI', que el próximo Congreso del PP debe refrendar. El 'nosotros' tenemos que entender que se refiere al conjunto del Partido Popular. Es decir, la derecha española, los herederos de Alianza Popular, eslabón de continuidad entre el franquismo y la nueva derecha, se proclama oficialmente no nacionalista. Poco importa que resulte absolutamente incongruente con la práctica del partido, sea en materia autonómica, en inmigración o incluso en política internacional (en Europa, Aznar comparte con Berlusconi el ala dura del frente nacionalista). Da imagen de modernidad y basta. Y, sin embargo, es inevitable una pregunta: ¿por qué el nacionalismo español sigue presentándose de modo vergonzante, como si estuviera en falta, como si desde el propio españolismo se reconociera una cierta incompatibilidad entre nacionalismo español y tradición democrática?

En realidad, la negación de la condición nacionalista del PP es perfectamente coherente con el sentido general de la ponencia: reducir el discurso ideológico a cero para practicar con toda impunidad una política absolutamente ideológica. Es el mensaje de Aznar a Pujol: no le pide que deje de ser nacionalista para entrar en su Gobierno, sólo que se adecue a lo que 'yo creo -dice el presi-dente- que es lógico y favorable'. Las ideologías, para la intimidad, a la hora de los rezos. Ésta es la modernidad del PP desde que está en el poder: las palabras son irrelevantes, nada es sustancial -excepto las reglas y el poder, por supuesto-, con lo cual no hay necesidad de justificar ni dar explicaciones sobre las razones de lo que se hace.

2. La pieza maestra de esta operación es la sacralización de la Constitución. Es decir, la conversión de las reglas en objeto de la fe. Cualquier 'ismo' es indicativo de un prejuicio compartido. El patriotismo tiene el agravante de que lleva incorporadas unas resonancias de 'ismo' armado que invitan a la desconfianza. En este caso, el prejuicio es la Constitución, elevada a horizonte absoluto de nuestro tiempo. A las reglas -por definición, pactadas y siempre provisionales- se les exige la función de verdad política, como si fueran anteriores a la realidad de la vida en común. Si la Constitución lo resuelve todo, ¿por qué hacer política? La despolitización de la sociedad es la verdadera cruzada del patriotismo constitucional.

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Para conseguir este objetivo es necesario sepultar el pasado y minimizar las diferencias del presente. Para ello se descalifica cualquier argumento que pueda venir de lejos: 'Las nuevas generaciones no se merecen que esos nuevos retos sean abordados con viejas ideas, con viejos prejuicios y agravios, con viejas historias'. Se despide a la historia con una arrogante absolución de los pecados de unos y otros, de la izquierda y de la derecha, 'que supieron desprenderse de sus máximas ideológicas, que dificultaban la reconciliación'. Tierra sobre el ayer, como si fuera lo mismo el franquismo que la resistencia, el golpismo que la legalidad republicana. España empieza el día en que Aznar vio la lucecita de la Constitución -fecha, por otra parte, bastante posterior a la aprobación de este texto legal-. Cualquier apelación a lo que haya sucedido antes es 'añoranza de situaciones y problemas que afortunadamente hemos superado'. Y, sin embargo, la propia experiencia personal del presidente -que hoy entroniza la Constitución que ayer rechazó- debería hacerles reflexionar sobre el sentido de esta sacralización. ¿Y si Aznar cualquier día vuelve a cambiar de idea?

Sin tradición cultural a la que referirse, sin una historia que nos explique cómo llegamos hasta aquí, con el instrumento -la Constitución- como doctrina, naturalmente la idea de España que se propone tiene más de tópica campaña de promoción turística que de sólida reflexión política. España como 'realidad pujante y atractiva', dice el texto.

3. La Constitución como nuevo lugar de las adhesiones inquebrantables. Es, sin duda, un progreso extraordinario ver cómo la derecha española ha pasado de la plaza de Oriente a la voluntad popular, del lenguaje de la unidad y del cierra a España al vocabulario corriente de la normalidad democrática. Pero la conversión del marco constitucional en fe y en doctrina, objeto de la pasión patriótica, supone un peligro grave de deterioro democrático.

Las reglas del juego son, en democracia, la garantía de que cualquiera puede desplegar sus doctrinas, sus argumentos, sus propuestas. Si convertimos a las reglas en doctrina, estamos expulsando de la comunidad a aquellos que respetan las reglas aunque no compartan la doctrina. Y estamos olvidando que los que no respetan ni las leyes ni la doctrina están en la ilegalidad, pero no fuera de la sociedad. No hace falta ser patriota (ni español, ni constitucional) para aceptar la obligación de cumplir la ley aunque se discrepe de ella. Al contrario, a menudo los patriotas entienden que su fe les da patente de corso para saltarse la ley, en nombre de la patria, por supuesto. La mayoría no hace verdad, sólo hace ley. Cumplir con la legalidad mayoritariamente establecida no significa adherir a la decisión de la mayoría como si fuera una verdad. Ésta es la razón de la democracia que el PP nos quiere escamotear, convirtiendo la aceptación de la ley en deber patriótico fundamental.

Si hacemos de las reglas del juego una ideología, ¿con qué autoridad podemos exigir a los discrepantes o los que vienen de fuera que se adapten a ella? Las ideologías son muchas. Las reglas del juego son unas y, por definición, cambiantes. Porque son las leyes las que se tienen que adaptar a los cambios sociales y no viceversa. Por eso es regresiva y difícil de defender -salvo por razones de oportunismo partidista- la indignación de los ponentes frente aquellos que proponen una revisión periódica que actualice la Constitución. España ha cambiado mucho en veinticinco años. ¿Qué tiene de perverso sugerir la reforma de la Constitución a la vista de la experiencia adquirida en este periodo?

El PP actúa con los reflejos de un partido profundamente conservador: no toquemos nada. La derecha siempre augura calamidades cuando se proponen cambios. El patriotismo

constitucional es el elogio del statu quo. Pero un elogio lleno de trampas, porque se niega a reconocer la España realmente existente. Y la sustituye por un listado de eslóganes de la España abierta. Y centrada, por supuesto.

4. El patriotismo constitucional puede tener un objetivo compartible: cerrar filas en Euskadi. (En realidad, pesa sobre la ponencia el hecho de que está escrita pensando fundamentalmente en el País Vasco, y en el PNV para ser más precisos, de ahí la reiterada apelación al nacionalismo excluyente). Pero, precisamente porque lo que ocurre en Euskadi es profundamente anómalo, no parece muy razonable utilizarlo para reducir los espacios de disentimiento en el resto de España. Definir el patriotismo constitucional como todos contra el terrorismo y afirmar que es 'la mejor actitud para combatirlo' es una confusión de planos. Luchar contra el terrorismo es una obligación democrática, no es un acto de patriotismo. Al convertirlo en acción patriótica se está excluyendo a los que tienen otros patriotismos, a los que no tenemos ninguno y a los que no están de acuerdo con la estrategia del patriotismo constitucional. Demasiada gente queda fuera del retablo nacional que el PP nos pinta.

Hecha la transferencia de Euskadi a España, el discurso deriva en un ejercicio retórico sobre un mito ideológico: la España abierta. 'España es una nación plural', se dice. Pero en ningún caso se asume la pluralidad de naciones. Ni Euskadi ni Cataluña son reconocidas como tales, lo cual choca por lo menos con opiniones mayoritarias en uno y otro lugar. Del reconocimiento de la realidad se pueden deducir consecuencias diferentes: un nacionalista deducirá que toda nación tiene derecho a un estado; un no nacionalista priorizará otros factores de convivencia democrática. El PP, siguiendo el ejemplo de los nacionalistas que tanto critica, fabula una realidad a su medida por la vía de la negación de aquello que no cabe en su diseño político.

La España de las autonomías ha sido un éxito especialmente para aquellas autonomías que en 1975 ni habían soñado en serlo. Esta transformación cultural reclama una plasmación política. El Senado podría ser el lugar adecuado para que las cuestiones territoriales tuvieran normales cauces democráticos. Pero el PP prefiere atraparlo todo en el patriotismo constitucional, es decir, en la negación de cualquier evolución de las reglas del juego. Ni siquiera las que la misma Constitución prevé. En realidad, lo que se presenta como abierto ha sido previamente cerrado.

5. Al proclamarse como 'no nacionalista', el PP está haciendo un salto demasiado grande entre lo que dice y lo que hace. ¿Por qué negarse a sí mismo? ¿Se cree realmente que así se consigue autoridad para descalificar como antiguallas a los otros nacionalismos?

La política democrática no es ni la apoteosis del diálogo -como algunos insisten con falsa ingenuidad- ni la reducción que consiste en convertir las reglas del juego en doctrina, cercenando de este modo la posibilidad de los proyectos alternativos que las propias reglas del juego contemplan. La política democrática es la acción continuada por la vía de la negociación y la palabra para avanzar en la consecución de los objetivos políticos que cada cual se plantea. Estos objetivos no son neutros. Hacernos creer que los objetivos del Partido Popular lo son porque equivalen a las reglas del juego es imponer una lógica de movimiento nacional. No creo que lo que necesite España en este momento sea que la ciudadanía quede atrapada en el corralito constitucional del PP. Más bien lo que se requiere es hacer política para adecuar la Constitución a la nueva realidad del país, antes de que el Partido Popular le haga el peor servicio: patrimonizarla. No hay nada más anticonstitucional que apropiarse de lo que, por definición, es de todos. Nos pensábamos que España era la ciudadanía que la habita y ahora resulta que sólo es la Constitución. Decididamente, con el PP España va a menos.

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