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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Redondo, en Moncloa

Que el secretario general de los socialistas vascos se entreviste con el presidente del Gobierno, a petición de éste, puede ser normal. Lo anormal es la forma en que Nicolás Redondo ha conducido desde el principio dicha entrevista. Esa torpeza es la que ha convertido en sospechoso un tema que debía haber sido inocuo.

Existe torpeza en no haber informado rápida y claramente a Zapatero, su jefe natural, a cuya ejecutiva pertenece. Existe torpeza en haber elegido como acompañantes a dos de las personas que más desconfianza pueden suscitar en la dirección actual del PSOE y más en general en toda la familia socialista: su padre, Nicolás Redondo, que convocó la huelga general que más daño hizo a los gobiernos socialistas de Felipe González, dentro de la estrategia de la pinza con la derecha, y el defensor del Pueblo, Enrique Múgica, uno de los correveidiles más gratos al Partido Popular, y especialmente a Aznar, cuya propuesta para su actual cargo aceptó también sin consultar al partido. Existe torpeza añadida, en fin, en la forma en que Redondo ha defendido el asunto una vez en la calle: con un secretismo absurdo en relación al quinto asistente, que, según todos los indicios, resultó ser Javier Zarzalejos, interlocutor del PSOE (no del PSE) en todo lo relacionado con la aplicación del Pacto Antiterrorista.

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Redondo ha reconocido que la entrevista fue apalabrada después de las elecciones vascas y que la atrasó hasta finales de julio, una vez celebrado el debate sobre el estado de la nación. Luego no fue algo imprevisto: tuvo dos meses para informar a Zapatero antes de consumar la cita. En el marco de los compromisos mutuos adquiridos en el Pacto Antiterrorista por el PP y el PSOE no puede decirse que fuera una reunión irrelevante. En todo caso habría evitado todos estos malentendidos que sin duda le debilitarán si decide optar de nuevo a la secretaría general. Resulta difícil no ver en la actitud de Redondo al menos una imprudencia, agravada por la elección de sus sorprendentes acompañantes. Es cierto que ha hablado con Arzalluz, por ejemplo, sin que nadie dedujera que iba a recibir instrucciones sobre su estrategia. Pero esa entrevista, y otras celebradas con diversos dirigentes políticos, fueron públicas o informó de ellas de inmediato.

Estas circunstancias son las que han hecho que un tema que el propio Zapatero ha calificado públicamente como menor haya actuado de espoleta en medio del debate interno de los socialistas vascos. El encuentro sería en todo caso trascendente si su celebración probase la supeditación de la estrategia del PSE a los intereses del Partido Popular, aunque nadie ha ido tan lejos. Lo lamentable es que estas peleas intestinas dejen en segundo término otros aspectos de la realidad vasca mucho más lacerantes; por ejemplo, lo sucedido en Zumárraga, cuyos habitantes han visto drásticamente limitada su representación democrática. Al final, lo más importante es que los socialistas vascos, inmersos en pleno debate precongresual, mantengan con coherencia los principios enunciados en el Pacto de las Libertades, cuyo promotor y garante es Rodríguez Zapatero. A veces conviene recordar lo obvio.

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