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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Negociar en Colombia

La ruptura se ha evitado casi en el último minuto. El Gobierno colombiano del presidente Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), formalmente dirigida por Manuel Marulanda, reanudarán hoy las negociaciones interrumpidas el pasado 9 de enero. Pero ésta no ha sido una ruptura-reconciliación más, puesto que se trata del primer éxito auténtico que obtiene la Administración en tres años y medio de frustración, ilusiones y amargos despertares. El presidente había formulado un ultimátum a los insurgentes, y éstos le han dado crédito, cediendo esta vez sin obtener compensaciones a cambio.

Sería fácil subestimar lo logrado por Pastrana, con el argumento de que las FARC tendrían que haber enloquecido para renunciar a los 42.000 kilómetros cuadrados del despeje, simplemente por no plegarse a la exigencia presidencial de imponer controles en la periferia de ese territorio, una verdadera Marulandia de la espesura. De igual forma, el persistente fracaso de la Administración en obtener una mísera tregua, el fin del secuestro de civiles, o una humanización de la guerra, hace que resalte hoy mucho más ese cambio de actitud de las FARC, aunque no deje por ello de ser modesto. Lo obtenido tiene el gran valor de que es la primera vez que la guerrilla vacila y da un paso atrás. Algo tiene que ver, sin duda, el 11 de septiembre, que redondea el aislamiento planetario de los insurgentes, el creciente interés estadounidense por erradicar terrorismos en todo el mundo, y los primeros efectos militares del Plan Colombia, que, por mediación de Washington, está acerándole la dentadura al ejército colombiano.

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Para Pastrana es prioritario terminar su mandato con la mejor ejecutoria posible, entre otras cosas porque con ello espera favorecer al candidato conservador en las inminentes elecciones de mayo. En ese sentido, el presidente, armado de un vigor hace tiempo desconocido, exige que de aquí al día 20, fin del periodo actual de despeje o cesión del territorio a las FARC, haya progresos auténticos en las negociaciones, o de lo contrario, hay que empezar a creer que hará efectivo el reciente ultimátum en forma de guerra abierta. Ese progreso sólo puede ser una concesión de la guerrilla como las que se han perseguido inútilmente hasta ahora, idealmente una tregua de larga duración.

Tener que recurrir a la guerra nunca será un éxito del presidente Pastrana, pero ahora no se ve ya esa coyuntura como tan desesperada. Por el contrario, la opción que prefiere todo el pueblo colombiano, la de una negociación que dé sus primeros frutos, quizá no sea ya una utopía. Si en las FARC queda un adarme de sentimiento patriótico, por muy bien que le vayan los negocios de cobrarle peaje al narcotráfico y la extorsión, ése debería ser el único curso sensato de actuación. Porque Marulandia ha de ser también parte de Colombia.

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