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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aznar y Cascos

A dos semanas escasas del comienzo del XIV Congreso del Partido Popular, la enmienda a los estatutos planteada por el ex secretario general, Francisco Álvarez Cascos, sobre la limitación de mandatos de los presidentes de Gobierno se ha convertido en el tema estrella del debate. Lo paradójico del asunto es que la enmienda más bien nació contra la autolimitación que se impuso a sí mismo Aznar, al comprometerse a no presentarse por tercera vez. Pero también la iniciativa de Aznar se ha convertido en algo diferente a lo que parecía ser en su origen.

Al adelantar su propósito de no permanecer más de dos mandatos consecutivos, José María Aznar intentaba marcar un perfil diferente al de su predecesor en La Moncloa, que permaneció en el cargo durante cuatro legislaturas. Pero fue el propio Aznar quien en un momento dado precisó con gesto astuto que él había hablado de candidatura a la presidencia del Gobierno, no a la presidencia del partido. Es decir, que pensaba dar paso a otro candidato electoral, pero sin abandonar el timón del PP. El mensaje implícito era que dejaba abierta la posibilidad de un ulterior regreso, especialmente si el sucesor no tenía el éxito esperado. Una variante, por tanto, del tutelaje ejercido antaño por Fraga, cuando probaba y destituía candidatos.

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Lo que ocurrió fue que entretanto se produjo el experimento de las primarias en el PSOE, cuyo relativo fracaso provocó grandes sarcasmos del PP respecto a la bicefalia Borrell-Almunia. Aznar acabó comprendiendo que para bicefalia la que él proponía. El resultado fue que recientemente tuvo que admitir que también renunciaría a encabezar el partido, aunque no inmediatamente. El resultado no es, por tanto, exactamente el previsto. Si quiere volver a ser candidato a La Moncloa será tras una temporada en Colombey-les-deux-Èglises.

La iniciativa de Álvarez Cascos, a comienzos de noviembre, se produjo en un contexto en el que no había día en que no saliera algún ministro o dirigente regional a decir que no renunciaba a convencer a Aznar de que olvidase su compromiso y se presentase de nuevo, porque era el mejor candidato. Cascos se sumó al coro con una propuesta algo más sutil: someter la decisión al congreso. Ello daría ocasión a Aznar -si lo consideraba conveniente- de romper su compromiso ante el mandato inapelable del partido, etcétera. Pero la resistencia del afectado obligó al enmendante a precisar su planteamiento, convirtiéndolo en una doble propuesta: por una parte, se institucionalizaba la limitación de mandatos, fijando un máximo de dos legislaturas; por otra, se facultaba al congreso del partido para establecer excepciones a esa norma. Tampoco es exactamente lo previsto.

Sobre todo porque la enmienda amenaza con anegar el gesto heroico de Aznar (renunciar 'en el mejor momento de mi vida política', según confesión propia de ayer mismo) en una decisión burocrática. Algo incompatible con la atmósfera de exaltación del gran pero modesto líder que se respira en el Partido Popular y alrededores.

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