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Tribuna:DEBATE
Tribuna
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Cambio de política exterior

Al despedir al ministro de Exteriores, Renato Ruggiero (a quien todos los sondeos de este mes han confirmado como el ministro más apreciado y popular del Gobierno italiano), Silvio Berlusconi declaró que, en la política exterior de Italia no cambia absolutamente nada. Y Berlusconi es un hombre de honor. En realidad, hay que decir que las relaciones entre Berlusconi y la verdad son un tanto extravagantes y a menudo también imposibles de hallar. Hace poco, tras declarar en una televisión la superioridad de la civilización occidental frente al islam (en el preciso momento en que todos los Gobiernos de Occidente, y el de George W. Bush el primero, se esforzaban en negar que la guerra de Afganistán fuera un enfrentamiento de civilizaciones), frente a la tormenta diplomática que se estaba desencadenando, Berlusconi convocó a los embajadores de los países árabes, negó que hubiera pronunciado nunca esa frase, y les entregó una cinta de televisión debidamente manipulada y censurada. En fin, un falso.

Por otra parte, creer en serio que con el despido de Ruggiero no cambiará nada en la política exterior de Italia, significa forzar también la lógica. Si realmente no va a cambiar nada, por qué cambiar a Ruggiero, teniendo en cuenta que para tenerle en ese ministerio Berlusconi tuvo que hacer una enorme presión, pues Ruggiero era renuente, y fue necesario que intervinieran tanto el empresario Gianni Agnelli como el propio presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi. Y teniendo en cuenta cuánto agradaba Ruggiero en los sondeos que, para Berlusconi, van a misa. En realidad, cambiarán muchas cosas; es más, ya habían cambiado muchísimas, y Ruggiero era el principal obstáculo para ese cambio.

Cambiará (ha cambiado) la actitud del Gobierno italiano frente a las instituciones europeas, y sobre todo frente a su futuro próximo. En efecto, en el orden del día, después del éxito del euro, está la progresiva cesión de cuotas de soberanía por parte de los Estados nacionales a las instituciones comunitarias. El llamado mandato de captura europeo (en realidad una simple racionalización de los procedimientos de extradición) ha sido un pequeño pero significativo ejemplo. Y la justicia y la defensa son los dos sectores en los que un auténtico poder europeo (superior al de los Estados individuales) debería empezar a dar pasos concretos.

No por casualidad empieza a ser operativo Eurojust, es decir, el embrión de una auténtica Fiscalía Europea (el representante italiano es actualmente Gian Carlo Caselli, el ex fiscal antimafia de Palermo, al que Berlusconi por supuesto no confirmará, sustituyéndolo con un magistrado más complaciente con los políticos del Gobierno), y no es casualidad que la construcción de un avión militar haya sido el otro motivo de disputa entre Italia (la de Berlusconi) y Europa.

En esencia, Berlusconi quiere subrayar la fidelidad de su Gobierno a los Estados Unidos de Bush (hasta una declarada y exagerada sumisión del tipo Estados Unidos siempre tiene razón) como elemento fundamental de su política exterior, poniendo la fidelidad a Europa en segundo plano. Esta acentuación filoamericana sirve además de coartada para rechazar algunas elecciones europeas aparentemente de método y procedimiento, pero que en cambio serán cruciales: la definición de algunas áreas temáticas para las que el actual voto por unanimidad se sustituirá por el voto de la mayoría (cualificada o no).

Una gran parte de la cuestión de la soberanía gira en efecto en torno a este problema de procedimiento. Cuanto más extensa sea el área de las decisiones que se puedan tomar por mayoría, menos contarán los gobiernos individuales. Pero una vez establecido que una mayoría de gobiernos puede tomar decisiones vinculantes también para los demás, se planteará inevitablemente y con urgencia el problema de la democratización de este poder europeo, es decir, de la necesidad de otorgar un mayor poder al Parlamento Europeo respecto a los gobiernos.

Berlusconi quiere que Europa se mueva en una dirección completamente opuesta, la actual de una Europa de los gobiernos, con el derecho a veto de cada uno (evidentemente, a él le interesa su derecho al veto). En efecto, Berlusconi tiene miedo a Europa: a una opinión pública europea que considera escandalosa la nueva ley italiana que impide las rogatorias internacionales; a un periodismo europeo que subraya la gravedad del conflicto de intereses entre el Berlusconi del monopolio de la televisión y el Berlusconi jefe del Gobierno; a una derecha europea que con Jacques Chirac sigue considerando el antifascismo un valor irrenunciable, etcétera. Berlusconi ha calificado a publicaciones conservadoras como The Economist de instrumentos de una conjuración 'roja' contra él: sabe que gracias al monopolio televisivo puede hacer que incluso las mentiras más grotescas pasen en Italia, pero que en Europa 'una carcajada lo enterrará'.

Paolo Flores d'Arcais es filósofo italiano, director de la revista MicroMega.

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