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Columna
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El poder pesimista

Los norteamericanos no parecen precisamente lo que eran. Contra su evangelio de la nueva buena, su tenaz disposición al optimismo, su celebración del quehacer prometedor y el cumplimiento del final feliz, nace en la femenina universidad de Wellesley una teoría que desdice el carácter de la nación. Julie Norem, una psicóloga de ese centro, ha elaborado una teoría contraria a todos los libros de autoayuda que se expenden en los supermercados.

El título de su obra, aparecida hace unas semanas, es The Positive Power of Negative Thinking (El poder positivo del pensamiento negativo). Lo escrito hasta ahora sobre la cualidad del pensamiento tenía una dirección opuesta y el pesimismo se asociaba en Estados Unidos a una pervertida intelectualidad europea, cosa de pueblos viejos con débil capacidad para la acción. El pesimismo en la literatura psicológica norteamericana era un tabú. Una traba para el triunfo y un lastre para ofrecer un look. Característico de la vida cotidiana norteamericana es saludarse mostrando los más vistosos indicios de buen humor y alegre visión del futuro. Todo ello, sin embargo, parece vuelto del revés tras los sucesos del 11 de septiembre. Efectivamente, antes de los atentados, un 64% de los norteamericanos esperaban que sobrevendría un ataque terrorista pero eran especulaciones dentro de un característico coqueteo nacional con el miedo que potencia la aventura de vivir.

Lo que ahora segrega el libro de Julie Norem es de una sustancia extraña para el país. Ningún terapeuta podría ejercer en Estados Unidos recomendando a los pacientes que se ejercitaran sus pensamientos negativos. El pensamiento negativo estaba erradicado de las escuelas, del trabajo o de la religión. Pensar positivamente era equivalente a proveerse de la fuerza necesaria para superar al rival en los negocios, los deportes o la sexualidad. Ser pesimista era propio de gente pobre, mientras para ser rico o famoso se requería buen humor.

Frente a ello, el argumento de Julie Norem es que el optimista contribuye con sus expectativas a incrementar la ansiedad y, más tarde, a sufrir hondas depresiones. La ventaja del pensamiento pesimista es que prepara para no esperar nada o dispone para lo peor. De esa manera, todo lo que ocurra por encima de la catástrofe se convierte en beneficio. La idea de que ser ambicioso conduce a grandes conquistas se contrarresta mediante la idea de que desear demasiado favorece la infelicidad. Y ahora se trata, sobre todo, de ser lo más feliz posible, dentro de lo que cabe. Los pesimistas asumen que la vida es un desastre y los desmentidos que reciba a esta creencia primordial se trasforman en regalos, dones que proceden de la providencia o de una capacidad personal todavía ignorada. A la vida se le ha pedido demasiado, sintetiza Julie Norem, pero la vida es lo que es e incluso menos.

Un pensamiento mágico, muy extendido, conduce a suponer que haciendo determinadas cosas se cumplirán nuestros deseos, que de seguir una superstición conjuraremos un peligro, que de echar una moneda a una fuente y a los pies de un santo nos preservaremos del mal. Todo ello se derrumba con el pensamiento negativo. El pensamiento negativo niega la salida o la posible protección. No hay más allá ni eficaces amuletos. Más bien las cosas se dilucidan en una concatenación vulgar y proclive a aguarnos la fiesta. El pesimista se revela por tanto como el individuo que considera esta vida como un valle de lágrimas, más o menos inundado ya. Es decir: el pesimista es, en definitiva, un católico ortodoxo, un ser que no espera lo mejor de la existencia sino de la época postmortem. El católico resultaba un tipo sombrío frente al calvinista protestante que esperaba ver brillantes trozos del reino de los cielos en la contemporaneidad. Ahora, de golpe, cambian las cosas y aumentan los agoreros. ¿El atentado de septiembre ha empujado a abrazar la oscuridad? ¿El terrorismo ha rebasado la cultura norteamericana del miedo y ha invadido la fe? ¿Una nueva conquista del papado?¿Un triunfo del Opus canonizado? ¿Un regreso de las tinieblas en plena era de la información?

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