Una política cultural valenciana
En las últimas semanas se está urdiendo con conspiración de artistas incluida una interesante polémica mediática a propósito de los derroteros que debería seguir la política cultural valenciana. Como los periódicos pero no la televisión, ¡ay! están para eso, para debatir lo que interesa al público, querría aportar aquí mi granito de arena a un debate que, contra lo que pueda parecer, ni es estéril ni resulta intrascendente. Antes que nada, empero, una advertencia: éste no es un debate que se pueda saldar con las compartimentaciones partidistas al uso. Quiero decir que las dos o tres posturas en liza no son la de la derecha, la de la izquierda y la de los nacionalistas.
Dentro de cada una de estas opciones políticas se han dado y se están dando partidarios de todas ellas porque la cosa tiene que ver con la ideología, pero no sólo. Por resumirlas de alguna manera diría que compiten tres líneas de actuación preferencial. Una: la que privilegia la contratación de grandes santones culturales para conseguir un número elevado de impactos mediáticos que lleven el adjetivo valenciano (un ruego, éste como filólogo: ¿por qué no hablan simplemente de 'menciones periodísticas'?; lo de los impactos tiene un no sé qué de garita de tiro o de revista porno que lo hace ridículo). Dos: la que fomenta el cultivo de la cantera con el propósito de que la gente de casa sea capaz de hacer cosas que lleven por el mundo los productos culturales valencianos. Tres: la que se solaza en dar a los valencianos ocasión de reforzar su sentimiento comunitario a base de dosis masivas de cultura valenciana.
Un ejemplo de lo primero es la movida de la Bienal de Arte y el proyectado Encuentro Mundial de las Artes. Como se sabe, constituye la línea prioritaria de actuación de la Subsecretaría de Promoción Cultural , fuertemente contestada por el mundo de la cultura local, aunque defendida con calor por algunas firmas, entre otras en este mismo periódico. ¿Qué quieren que les diga?: a mí la palabra 'mundial' me produce urticaria, pues no dejo de pensar que es el adjetivo que se suelen poner los circos que se instalan en Navidades y la publicidad de las hamburguesas (the world famous, etc.). Desde luego, si Valencia pasase a ser una referencia obligada de los circuitos turísticos culturales, como Venecia, París o Nueva York, ya podríamos darnos con un canto en los dientes. El problema es que no llevamos ese camino. Seamos sinceros: ¿a cuántos españoles (ya no digo extranjeros) les ha interesado la Bienal lo suficiente como para desplazarse a Valencia? O peor aún: ¿cuántas personas cultas de fuera de Valencia se han enterado del estrambótico y carísimo montaje de Las Troyanas? Pero, ya que somos sinceros, debemos ser también justos. El IVAM atrae gente, el Museo de las Ciencias atrae gente. El día que estos espacios se completen con una rehabilitación del centro histórico, Valencia atraerá mucha gente. Y, por supuesto, estos proyectos también han sido promovidos desde la Consejería de Cultura.
Una buena muestra de lo segundo es el taller de ópera del Palau de la Música. Todavía resuenan los aplausos con los que el público ha premiado una admirable y barata versión de La Sonnambula. Hace dos años se estrenaba en España (así como suena) otra ópera, El emperador de la Atlántida. Y así llevamos media docena ya. ¿Cuántas comunidades autónomas españolas tienen lo que, a todas luces, podría considerarse como una compañía regular de ópera? Eso por no hablar de la continua actividad teatral, desde montajes minoritarios, pero imprescindibles, como los de la sala Círculo, hasta la aplaudidísima Besos, pasando por el festival de Alicante y por el de Castellón. O las sugestivas galas de danza, clásica, moderna y española, o los innumerables conciertos, o los logros del audiovisual valenciano, tan maltratado. Muy bien, ¿y quién se ha enterado? Como en el caso de la primera opción, fuera de aquí, casi nadie. Pero ahora la culpa no es del espectáculo, sino de la falta de promoción. ¿Qué sentido tiene que en la Comunidad surjan este tipo de cosas como setas si, luego, la administración no se preocupa de que lleguen a todas partes?
¿Que a menudo se trata de espectáculos surgidos por iniciativa privada y que su difusión no redunda en el brillo de las instituciones? Es posible, pero les recuerdo que el dinero no es de ellas, es nuestro, de los contribuyentes, y queremos estar orgullosos de la cultura valenciana, no de tal ayuntamiento o de tal consejería. Eso sí, orgullosos de la cultura, no de la seudocultura: a nadie escapa el peligro de subvencionar mediocridades a que conduciría la proliferación indiscriminada de esta política.
Vayamos con la tercera opción. Que las corporaciones subvencionen generosamente los espectáculos ligados a fiestas populares es lógico y legítimo. Nada que objetar, por tanto, a las subvenciones que se entregan a la Junta Central Fallera, a comisiones de fiestas y demás. Es evidente que estas actividades también proyectan hacia fuera la cultura valenciana, en este caso la popular. Pero que no se haga un esfuerzo por incardinar dicha cultura con la tradición histórica valenciana ya es harina de otro costal. Un ejemplo tan sólo.
La fiesta de exaltación de la Fallera Mayor es una velada que transcurre tradicionalmente a finales de enero y que suele venir precedida de algún tipo de espectáculo. El año pasado el Ayuntamiento tuvo la buena idea de encargar un montaje renacentista con textos de nuestros poetas clásicos, algo que enlazaba perfectamente con la tradición de teatro de aficionados de muchas fallas. Pues bien, no me consta que este tipo de dignificación cultural de las fiestas falleras vaya a prosperar. Me temo que este año volveremos a la consabida horterada a base de grupos de rock o de algún cantante de música ligera. La pregunta, si se confirmase el pronóstico, sería por qué. Fuera de los asistentes y de quienes sigan el acto por la TV local no se enterará nadie, pero tampoco se reforzará el sentimiento de pertenencia a una comunidad histórica que es lo que, en definitiva, justifica las fiestas populares, pues para comer bien y beber en exceso con la marcha de fin de semana tenemos de sobra.
La cosa es complicada, ya ven. No se trata de la simple disyuntiva localismo u universalismo. Tampoco es una cuestión baladí. En estos tiempos de la aldea global, la verdad es que a los gobernantes de una pequeña región les queda poco espacio para la iniciativa. La economía se la chulean en el FMI y tanto da que se pongan de una manera o de otra. Las inversiones y las infraestructuras se las manejan en Madrid, casi siempre barriendo para casa. En cambio la política cultural todavía es de su competencia. Desde mi punto de vista -objetable, por supuesto-, lo que cumple a la cultura valenciana es aprovechar el fermento local para alcanzar una proyección estable más allá de nuestras fronteras. Habida cuenta de que este fermento es rico, riquísimo, sería un grave error no aprovecharlo, eso sí, sin enzarzarse en una política indiscriminada de subvenciones. Sólo merece la pena ayudar al que nos hace grandes y nos da a conocer en el exterior. Lo demás, me temo, supone confundir la velocidad con el tocino y seguir tocando el violón. Aunque no precisamente el de la orquesta municipal.
Ángel López García-Molins. Catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.
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