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Reportaje:

Una historia inexplicable

La decisión judicial que permitió la fuga de Carlos el Negro oscurece la más brillante operación antidroga realizada en España

Todo empezó una madrugada de julio antes de que dieran las dos. El juez Baltasar Garzón interrogaba a uno de los jefes gallegos del narcotráfico, un tal Manuel Vila Sieira, de 44 años, antiguo albañil y desbrozador de montes. El juez sospechaba que Vila, aficionado al fútbol y a los coches caros, tenía escondidos en algún lugar de Galicia más de 4.000 kilos de cocaína pertenecientes a un narcotraficante colombiano, Carlos Ruiz Santamaría, más conocido por Carlos el Negro. El detenido no soltaba prenda, así que el juez decidió mentarle la bicha. Le advirtió que su socio, un tipo de armas tomar, estaba muy enfadado con él, dispuesto a rebanarle el pescuezo porque creía que el gallego le había birlado el alijo.

Los jueces tendrán que explicar de dónde se sacaron que la depresión neutralizaba el riesgo de fuga
Quienes les conocen garantizan que no les influyó ni el miedo ni la codicia ante un supuesto soborno
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-Yo sólo le pido, señor juez, protección para mi familia...

Garzón asintió y el detenido posó sobre un mapa su dedo de albañil:

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-Ahí, en A Pobra do Caramiñal, hay una casa grande en obras, que ya tiene puestas las puertas de madera. Ahí metimos la droga, en el primer piso... y también en el segundo.

De esa forma culminó Garzón, aquella madrugada del 9 de julio de 1999, la exitosa Operación Temple. Unos días antes, agentes de policía y de aduanas habían abordado en alta mar un barco cargado con seis toneladas de cocaína. Y unas horas después de que Manuel Vila ingresara en prisión, la policía localizaba otras cuatro toneladas de droga justo en el lugar donde él había indicado. Fueron detenidas 55 personas, algunas de ellas piezas fundamentales en el tráfico de cocaína entre América y Europa.

Tan orgulloso estaba Garzón de aquel golpe que se lo contó con todo tipo de detalles a la periodista Pilar Urbano para que lo incluyera en su último libro. Nada más publicarse, Carlos el Negro pidió a su abogado que recusase al juez por desvelar datos del sumario. El narcotraficante, también llamado Pelopincho, poseedor de cinco pasaportes falsos y un pasado tan oscuro que tras él aún se oculta su verdadera nacionalidad, no se quedó ahí. Desde la cárcel amenazó de muerte a Manuel Vila y a Alfonso León, otro de sus compinches.

Así estaban las cosas hasta el pasado 21 de diciembre. Aquel día, en una decisión inexplicable, los tres jueces de la Sección Cuarta de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional dejaron en libertad bajo fianza de cinco millones de pesetas a Carlos Ruiz Santamaría. Fue visto y no visto. El narcotraficante, al que un psiquiatra de la prisión había diagnosticado una depresión que le inducía al suicidio, recuperó de inmediato las ganas de vivir. Debió de pensar lo que no valoraron los jueces:

-Si dentro de tres semanas se celebra un juicio en el que el fiscal pide con bastantes pruebas que se me condene a 60 años de cárcel y 67.000 millones de pesetas de multa, ¿no sería mejor irse quitando de enmedio?

Y Carlos el Negro desapareció, dejando tras de sí un escándalo considerable y una negra sombra de sospecha sobre los tres jueces que tenían que juzgarlo el próximo día 14. ¿Qué fue exactamente lo que llevó a Carlos Cezón, Juan José López Ortega y Carlos Ollero a dejar escapar a un delincuente tan peligroso?

Quienes les conocen ponen la mano en el fuego por ellos y garantizan que no les influyó ni el miedo ante una hipotética amenaza ni la codicia ante un supuesto soborno. El viernes, en medio de toda la polémica, un magistrado de la Audiencia Nacional que conoce bien al trío de jueces sólo acertaba a decir: 'Se mire por donde se mire, la medida es inexplicable. Y, como usted comprenderá, es muy difícil de explicar lo inexplicable. Quizás sólo ellos lo puedan explicar, pero ni siquiera de eso estoy seguro'.

No andaba muy descaminado el juez. Para empezar, y en cuanto el fiscal general del Estado, Jesús Cardenal, dé curso a la investigación, Cezón, López Ortega y Ollero tendrán que explicar de dónde sacaron una misteriosa frase con la que rubrican su auto de libertad provisional: 'La enfermedad [el trastorno bipolar diagnosticado por el psiquiatra] aparece como elemento neutralizador del riesgo de fuga'. No sólo ha quedado claro que no es así -¿dónde estará a estas horas Carlos el Negro?-, sino que en ninguno de los tres folios del informe psiquiátrico elaborado por Ángel Lebreros se dice tal cosa. Lo que sí advierte el doctor es que la psicosis maniaco depresiva suele empeorar en prisión y que en ocasiones puede conducir al suicidio. Pero de ahí a lo otro...

También hay un dato que se baraja en fuentes jurídicas como inductor o detonante de la decisión. Si por algo destacan últimamente Carlos Cezón y Juan José López Ortega es por su sistemática oposición a las decisiones de Garzón. Sobre todo en las cuestiones relacionadas con ETA y su entorno. Garzón mandó detener a los dirigentes de Ekin y los acusó de ser la oficina política. Cezón y López Ortega los pusieron en libertad. Garzón dijo que Xaki era el ministerio de exteriores de la organización terrorista y encarceló a sus cabecillas...; ellos los pusieron en libertad. ¿Se imaginan quiénes fueron los jueces que dejaron en libertad al periodista Pepe Rei, detenido por Garzón bajo la acusación de señalar objetivos para ETA? Tantos y tan seguidos pronunciamientos a favor de los simpatizantes de ETA que la Asociación de Víctimas del Terrorismo pidió públicamente que se investigara a Cezón y López Ortega 'por si su capacidad para juzgar delitos terroristas estuviese viciada por el miedo'. Carlos Ollero, el tercer juez de la Sala, suele estar siempre en desacuerdo de sus colegas y ya hace tiempo que gestiona extraoficialmente un cambio de destino.

'No sé si por miedo, por dinero o por ganas de fastidiar a don Baltasar', dice un mando policial que participó en la captura de El Negro y de sus secuaces, 'pero lo que resulta inadmisible es que estos jueces sigan ejerciendo y no hayan sido apartados de sus puestos mientras se aclara todo. Estuvimos trabajando durante meses en los seguimientos de gente muy peligrosa, abordamos un barco de noche y en alta mar..., como dice el de la televisión, pa habernos matao, y ahora vienen ellos y tienen un detalle humanitario con un tipo de esta calaña... Que se lo cuenten a las madres contra la droga ¡Vamos, hombre!'.

Pocas veces una decisión judicial provocó un rechazo tan unánime, un enfado tan general. El viernes, mientras todo el mundo lo ponía de vuelta y media, el juez López Ortega seguía en silencio. 'Yo no soy partidario', dijo a este periódico, 'de que los jueces hagan declaraciones. Espero que me comprenda. No debo hablar ni para defenderme. Le ruego que me disculpe'.

Su voz era la de un hombre tranquilo, si bien la realidad parece distinta. 'Está hundido', dice una persona de su entorno más inmediato, 'sabe que quizás nunca consiga quitarse de encima la sombra de la sospecha'.

Agentes de la policía descargan la droga aprehendida en la Operación Temple.
Agentes de la policía descargan la droga aprehendida en la Operación Temple.RAFA AVERO

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