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Columna
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El euro, éxito y reto

Las realidades terminan por arramblar temores y prejuicios. Los europeos hemos saludado al euro con un entusiasmo que ha sorprendido: somos renuentes a cambiar hábitos, máxime relacionados con algo tan querido como el dinero. El que el euro haya llegado a ser una realidad tangible conlleva una doble lección. La positiva: que lo que se consideró utópicamente inalcanzable termina por lograrse, aunque venciendo no pocas dificultades; sería muy aleccionador recordar los muchos momentos en que la empresa estuvo a punto de irse a pique. Constituye así una advertencia seria para todos los realistas que, justamente, se creen serlo, por no ver más allá del horizonte establecido. Pero también una negativa: el euro es hoy realidad plena porque un puñado de estadistas se empeñaron en sacarlo adelante contra la voluntad mayoritaria de los pueblos. El déficit democrático de las instituciones europeas lo ha hecho posible.

Pero, más que felicitarnos por el éxito, conviene mirar adelante, dispuestos a enfrentarnos a los retos que se divisan en el interior y sobre todo en el exterior. A nadie se le oculta que el futuro del euro depende de que continúe el proceso de integración que su existencia, obviamente, refuerza. El primer tema que no puede esperar es la armonización fiscal, todavía en manos de los países miembros, después de haber perdido la otra columna fundamental, la política monetaria. Hay que evitar a todo trance que los países más pobres, pero no sólo ellos, caigan en la tentación de un dumping fiscal para atraer inversiones. Competir bajando los impuestos no sólo tendría efectos negativos para la estabilidad monetaria, es que pondría en cuestión el Estado social.

Más espinosos aún son los retos externos. Al fin y al cabo, una moneda vale lo que valga en la percepción de los otros. Con la creación del euro hemos conseguido un mayor grado de independencia frente al dólar; antes hasta las transacciones intereuropeas se hacían preferentemente en dólares. El que el euro compita, y no sólo como moneda de reserva, con el dólar, se quiera reconocer o no, implica una modificación sustancial en las relaciones de Europa con Estados Unidos. Teniendo una mayor población y capacidad productiva, al arrostrar unidos el afán de hegemonía de unos EE UU que han perdido la primacía económica mundial, lo probable es que se endurezcan los conflictos actuales -en las exportaciones agrícolas o del acero, en las construcciones aeronáuticas, en la política medioambiental o energética, etcétera- y que surjan otros nuevos. A su vez, está emergiendo un bloque económico regional que incluye a los países de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Asean) y a Japón, China y Corea del Sur, como reacción a la reciente crisis asiática.

Esta nueva zona de libre comercio representará un día serias limitaciones a las exportaciones norteamericanas, parecidas a las que ya suponen algunas políticas comunitarias, de modo que Estados Unidos en el futuro tendrá que imponer menos y negociar más.

Caminamos a un mundo con tres centros -EE UU, Europa y el Lejano Oriente- mientras Estado Unidos sigue empeñado en una política hegemónica unilateral, en base exclusiva a su superioridad militar. El hecho contundente es que su presupuesto militar supera el gasto sumado de los 10 países que le siguen.

En tiempos de paz y sin una amenaza externa -el terrorismo es un peligro de otra índole, que exige otras medidas-, mantiene unas Fuerzas Armadas de 1.400.000 soldados. Como además la economía norteamericana depende en buena parte del presupuesto militar -la investigación tecnológica es ya una tarea primordialmente militar-, la tendencia que prevalece es a plantear y tratar de resolver los problemas económicos y políticos en términos militares. Resulta evidente la militarización creciente de la política interior y exterior de Estados Unidos. La contradicción que arrastramos los europeos consiste en que nuestros intereses económicos se oponen a nuestra seguridad, que sigue necesitando de la protección de Estados Unidos.

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La autonomía que hemos alcanzado en economía sólo puede consolidarse si la conseguimos también en política exterior y de defensa. El que tengamos claro el próximo gran reto no quiere decir que vaya a resultar fácil. En todo caso, el éxito del euro no deja de animarnos.

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