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Columna
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Juguetes con vida

En una primera fase del desarrollo infantil el mundo es sin exclusión un universo animado. Las piedras, las chapas, los ratones o las hormigas pertenecen a un mismo cosmos de vida. No hace falta insuflarles imaginación. Los objetos poseen la suficiente atracción como para hacerlos vivientes y simular alma propia. Para ese tiempo es inútil fabricar juguetes que hablen o se muevan porque el niño los hace moverse y hablar como si el resultado fuera un efecto de la cosa y no de su manipulación. En esa dialéctica, además, el niño aprende sobre sí mismo y llega un día en que constata que existe su yo y un entorno sobre el que puede proyectarse y cuya potencial interacción se encuentra en sus manos.

Los nuevos juguetes vivientes, sin embargo, se inmiscuyen en el proceso de esta exploración de lo que vive y lo que no. Hoy la mayoría de los juguetes se expenden con un grado de vida simulada y valen más o menos según la dosis de animación que incluyan. Hay muñecos que se mueven y lloran tan sólo pero hay otros de precio superior que comen, defecan y hasta entran en erección. Los Cocolín Pum-Pum y los Cocolín Colita aluden con sus nombres a las funciones relacionadas con la escatología y la excitación sexual. Los niños, imitando las enseñanzas que inculcaban ciertos padres, podían tratar de trasmitir a sus muñecos las sencillas oraciones que habían aprendido antes de ir a la cama. Pero ahora, por el contrario, el denominado Ángel Serafín es un adefesio de pelo rubio que por sólo 3.995 pesetas enseña oraciones a los niños propietarios, e incluso se acompaña de un cómic que pretende hacer más simpática y laica la vinculación. Tener una relación con un juguete moderno no es ya un acto de libertad completa. El juguete, sin duda, se encuentra en inferioridad de condiciones y, si lo desea, el niño lo puede matar, destripar, degollar, sin temer una venganza de sus semejantes y parientes. Sin embargo, ¿cómo comportarse de esta manera despiadada con alguien que obedece tus órdenes, te selecciona el cuento preferido, lo recita, lo entona, lo repite o lo interrumpe con una pulsación? El oso, el shrek, el mago piloso, o lo que quiera que represente un monigote con el nombre de Yano, es un artefacto de apariencia animal que sigue escrupolosamente las indicaciones de un dispositivo que le convierte en un siervo a cualquier hora y mientras resistan sus siete pilas de dos clases.

El juguete moderno es inagotable en su reiteración, pero en esto es incluso menos obcecado que el tradicional, capaz de manifestarse en su parálisis como un esclavo expuesto a toda suerte de maquinaciones. Los juguetes actuales imponen alguna resistencia porque hacen cosas por su cuenta y por su cuenta descubren la limitación de un repertorio tasado. El niño les deja hacer de acuerdo con las instrucciones del folleto pero esas instrucciones deciden a la vez su nivel. Posee una autonomía impensable pero se ahogan en sus propios confines, en las fronteras de su programación, dentro del coto, en definitiva, de un precio que no les permite dar más de sí. Frente a la infinitud de ofertas del chisme sin vida el artefacto con apariencia de vida hace saber como conclusión la realidad de sus recursos según la técnica, el desarrollo de la empresa y la capacidad adquisitiva familiar. Hace un par de años el perro robot Aibo de Sony costaba 463.000 pesetas. Más dinero que un perro de verdad. ¿Era también más verdad que un perro de verdad?

La tesitura a que se ven abocados los niños no es sólo la de tratar los nuevos juguetes como seres animados sino de tratar a los seres vivos como ediciones mejoradas de los otros. Así, el aprendizaje del yo y el mundo, de lo que es la vida y la no vida se enreda en una trama cuyas consecuencias van más allá de los regalos de la Navidad. La experiencia de uno mismo como un mecanismo sólo más complejo que el de un robot o de la relación con el mundo como un juego interactivo programable, desemboca en la consideración del ser como un objeto y sus prestaciones como un asunto de la tecnología, la ingeniería genética y de todo eso de lo que ahora se habla más.

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