Artificios narrativos

No le faltaba gracia a la última película de Nick Hamm estrenada entre nosotros, Martha conoce a Frank, Daniel y Laurence. Había en ella una cierta puesta en solfa del romanticismo amoroso de personajes cercanos a la treintena, con la excusa de un enamoramiento colectivo de tres jóvenes por una inquieta, fascinante americana aburrida de que en su vida no pasara nada.

Aunque aquí ha rebajado la edad de sus personajes en una década, y los moldes de la comedia romántica se trastocan en peripecia criminal, o más bien en artero cruce entre cuento cruel, película para adolescentes con algún toque gore y enigma policiaco de crimen perfecto, hay elementos comunes entre Martha... y esta The hole. Otra vez un personaje femenino aburrido que actúa como impulsor de la acción; otra vez una vuelta de tuerca sobre la posesión amorosa, aunque aquí la figura geométrica invocada no sea el cuadrado, sino un pentágono... con psicóloga incluida.

Ambientada en un sofisticado college británico en el que ha ocurrido -y es justamente el arranque lo mejor del filme: que el resto no se aguante como su deslumbrante planteamiento es su principal problema- un suceso espeluznante, pero sobre el que iremos siendo informados poco a poco, la acción de The Hole -el agujero del título es una especie de refugio en el que se recluyen, en un fin de semana todo menos apacible, dos parejas de jóvenes- se asemeja a la estructura de una cebolla. Cada una de las capas que la constituyen nos va acercando al jugoso centro del dilema, pero con más artificios y trampas de los sensatamente admisibles.

Deseo juvenil

No pasará el filme a los anales de la autoría cinematográfica por obra y gracia de una puesta en escena funcional y anodina; pero se aguanta bien por algunos puntos de interés. Uno, la actuación de la magnética, repulsiva Thora Birch, la cuitada hija de American Beauty, una actriz de esplendoroso futuro, que soporta buena parte de la acción. Dos, por la inteligencia de su planteamiento; y tres, por su voluntad de dinamitar desde dentro el propio deseo juvenil, hasta hacernos recordar que ser joven es, muchas veces, cualquier cosa menos grande.