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Columna
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Escuchar

Javier Benjumea tenía una familia larguísima. Entre parientes de primero, segundo, tercer y cuarto grado, eran innumerables. Y eran tantos los que se preciaban de haberle costeado la carrera de ingeniero que si fuese cierto en todos los casos habría estudiado cuatro o cinco carreras. A casi todo el mundo gusta tener un vínculo especial con las personas que sobresalen, ya sea en las artes, las ciencias, la política, el mundo empresarial o cualquier otro campo.

Desde la infancia se ven grandes y se creen importantes a todas las personas mayores y eso justifica que no pierdan el tiempo con niños. En la adolescencia se reduce el círculo de superioridad y se admira un gesto, una frase, una atención que llegue de arriba a abajo. En la madurez se comprende que quienes no triunfan suelen seguir siendo como niños para las personalidades de relieve.

Claro que, como en todas las generalidades, siempre hay excepciones, y una de ellas ha sido Javier Benjumea. Muchas personas de diversa edad y condición afirman que Benjumea respondió a su llamada y les citó o acudió personalmente a escuchar con interés un tema a discutir o un problema a solucionar. Quizá en su profunda realidad sintiese a sus interlocutores como niños, pero, en cualquier caso, esa atención que prodigaba tiene tanto mérito como rara es hoy la cortesía. Viene a estar muy cerca de eso que ahora calificamos como la virtud de tener presente y aceptar la otredad.

También es probable que algunos casos no sean ciertos y se divulguen como mito o como privilegio de amistad, pero como no todos pueden ser falsos, no cabe duda de que una parte de ese tiempo tan escaso y valioso que no queremos desperdiciar, Benjumea lo empleó en escuchar y en ayudar.

Ayudar a los parientes y amigos lo hacemos todos con bastante frecuencia; pero escuchar con interés y atención una opinión polémica o un relato personal es otra cosa, sobre todo cuando son problemas. Casi nunca se les deja terminar. Hay quien corta el discurso a la mitad para compararlo con su propio conflicto, más terrible y más difícil de resolver. Si además es un hombre el que escucha es porque es verdaderamente excepcional. Como para echarle de menos.

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