Prórroga o equilibrio
Desde la Segunda Guerra Mundial y hasta la década de los ochenta la relación entre las dos grandes potencias nucleares, los Estados Unidos y la Unión Soviética, se basó en una estrategia que recibía el nombre de 'mutua destrucción asegurada', en inglés, mutual assured destruction, por lo que era conocida por sus siglas: MAD. Como es sabido, mad significa loco, y ciertamente, parecía cosa de locos confiar en el mantenimiento de un equilibrio militar basado en el miedo a la propia destrucción, en la amenaza de un invierno nuclear del que nadie podría salvarse. De ahí que popularmente se denominará a esta situación 'equilibrio del terror'. Un equilibrio ciertamente inestable, pues, embarcadas en una pavorosa carrera de armamentos, las potencias militares situaban cada vez un nuevo punto de equilibrio en un nivel siempre más alto de amenaza.
Una popular película de 1983 titulada Juegos de guerra y dirigida por John Badham reflejaba esta situación potencialmente dramática. Y anteriormente, en 1964, Stanley Kubrick había hecho lo mismo con su magistral Teléfono rojo: volamos hacia Moscú. Pero, al fin y al cabo, aún basado en el terror, aun sostenido por el miedo a la mutua destrucción, se trataba de un equilibrio. Con la llegada de Ronald Reagan a la Presidencia de los Estados Unidos, en 1981, la estrategia nuclear norteamericana cambió radicalmente. Se empezó a teorizar sobre la posibilidad de dar un primer golpe (first strike capability), de lanzar un poderoso e inesperado ataque nuclear que limitara la capacidad de respuesta del enemigo, que desequilibrara al adversario impidiendo o retardando su reacción. En definitiva, por primera vez se empezó a pensar seriamente en la posibilidad de ser el vencedor en una confrontación nuclear, rompiendo así con décadas de equilibrio.
Políticamente hablando, para nosotros los vascos el año 2001 ha terminado en prórroga. A primera vista puede parecer que la situación de prórroga refleja la existencia de un equilibrio entre los contendientes, pero esto es sólo cierto a medias. A la prórroga se llega, es verdad, porque cada uno de los contendientes tiene suficiente fuerza como para impedir que el adversario se alce con la victoria, pero no tiene fuerza bastante para ser él mismo quien triunfe. En este sentido, la prórroga es consecuencia de un falso equilibrio en el que, como el perro del hortelano, uno sólo puede impedir que el otro coma a costa de quedarse también él sin comer. Pero siendo reflejo de una situación de equilibrio, la prórroga no es equilibrio, sino proyecto de ruptura de todo equilibrio. La prórroga tan sólo significa que el partido no ha terminado. Que no ha bastado el tiempo reglamentariamente previsto para que uno de los contendientes gane y el otro pierda.
La situación de prórroga significa, en definitiva, que los contendientes se han embarcado en un juego cuyo resultado sólo puede ser la victoria de uno sobre el otro. Esto y no otra cosa es lo que significa la prórroga: voluntad de ganar al adversario. De ahí que se recurra a alargar el tiempo, a estirar los plazos, a prolongar, en definitiva, la contienda hasta que uno de los dos sea derrotado. Aunque sea a penaltis, el caso es que uno de los contendientes ha de alzarse con la victoria. Lo que quiere decir que en el 2002 nos espera más de lo mismo: más confrontación, más descalificaciones, más amenazas, más dificultades para el diálogo institucional... Suele ocurrir, además, que quien vence en la prórroga no siempre es quien ha jugado mejor a lo largo del partido. No digamos ya si la derrota y la victoria se juegan en una tanda de penaltis. Cuando de política se trata, es casi seguro que, en situación de prórroga, ganará el peor.
Es por eso que uno añora aquellos tiempos en los que la situación política vasca era caracterizada como un empate infinito. Inestable y precario, no siempre fundado en el juego limpio, tramposo en ocasiones, pero al menos era un equilibrio basado en la convicción de que en política hay juegos en los que la única forma de ganar es no jugar.
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