Chichones
El Ayuntamiento de Valencia me ha obsequiado en este fin de año con una multa de quince mil pesetas por aparcar en un sitio con placa de prohibido estacionar. El policía municipal que me sancionó, aunque le asistía la legalidad, carecía de razón, circulaba en bicicleta y se tocaba con una excelsa chichonera.
El resultado no podía ser más patético para quien no se percata de que quienes deberíamos ir con un artilugio para defendernos de los golpes somos los contribuyentes. Me apresuré a pagar la multa en un negociado privado -bendito negocio- donde te hacen un discreto descuento por pronto pago. No es que me parezca mal que se persiga y se castigue a quienes infringen las leyes, pero podríamos sugerirles unos cuantos enclaves ciudadanos donde, además de transgredir los códigos, se incordia sistemáticamente a los vecinos. Los valencianos nos planteamos a menudo dónde se encuentran nuestros policías, pito en ristre, cuando se suscita cualquier conflicto de circulación. Les invitaría, por ejemplo, a ir, chichonera incluida, a la zona de las calles Conde Altea, Salamanca, Marqués del Túria y Cánovas del Castillo cualquier víspera de día festivo por la noche, o al pasaje Ventura Feliu a cualquier hora de cualquier día. Allí los automóviles en segunda fila contribuyen a configurar la imagen de un embudo viario, entre los más antiguos y lamentables de una urbe que se abre al tercer milenio con pretensiones de gran ciudad.
Si repasamos la asignatura pendiente de la seguridad, no pasaríamos de una calificación deplorable, por debajo de Nueva York y por encima de Bogotá. Los chichones que acusamos los ciudadanos incluyen el demencial reparto de las euromonedas. Los bancos, en la duda de ser empresas privadas o ventanillas maquilladas del Ministerio de Hacienda, sólo venden monedas europeas a sus clientes, como si los demás no tuvieran derecho a poseerlas. Y un chichón bancario de este calibre no es más que una muestra patente de imbecilidad corporativa.
Brillante forma de iniciar el camino de espinas que nos espera entre chichón y chichón. Y para pescozón monumental, el que nos viene cuando, a partir de enero, paguemos los combustibles con un impuesto sobreañadido. Un chichón crónico de tres céntimos de euro por litro. Obtendremos una gran ventaja solidaria en el consuelo de que contribuimos a financiar una sanidad, que posiblemente no utilicemos, pero siempre nos será muy útil para remediar los chichones que nos provocan, sin compasión, quienes pretenden administrarnos. Pagar las multas está muy bien, si las pagamos todos. Justicia y tranquilidad sí, pero para todos.
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