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Columna
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2002 y nada cambia

Llegamos al ecuador de las fiestas navideñas. Entre Navidad y Reyes, fiestas de estirpe religiosa, el cambio de año supone una apoteosis laica que debemos al calendario y a la pertinaz manía humana de dividir el tiempo en unidades (Al tiempo, al tiempo con mayúsculas, le traen al pairo nuestras subdivisiones). Lo cierto es que el cambio de año supone un cambio de dígitos y, de pronto, como si eso quisiera decir algo, la gente se pone muy contenta.

'Un año más', decimos a menudo. 'Un año menos', deberíamos decir, siendo algo más realistas. Por otra parte, el hecho va a traer este año consecuencias paradójicas: el euro hecho carne entre nosotros y la emoción de pagar por fin una ronda de cafés en la nueva moneda.

Lo que no cambia en el paisito, por muchos años que pasen, es la singular trifulca política. Nicolás Redondo Terreros ameniza estas fiestas con su dimisión como secretario general del PSE-EE. No ha comido el turrón a la cabeza de los socialistas. Sorprende la decisión cuando tanto su partido como el resto de la oposición en el Parlamento de Vitoria se han embarcado en una operación de envergadura: no dar su brazo a torcer, presupuestariamente hablando, ante el Gobierno Ibarretxe. Y sorprende porque, teniendo la resolución de afrontar tan duras decisiones, no parece el mejor momento para hacer mutis por el foro. No sé si esto ha desconcertado a sus votantes, pero sí a todos los demás.

Por suerte o por desgracia, la prensa afecta al Partido Popular (que es mucha prensa para leer, en lo corto que sale el día) no para de elogiar al ex secretario general del PSE, aunque todo político debería sospechar cuando el adversario le dedica tantos y tan encendidos elogios. En el terreno de las suposiciones, muchos hablan de que el nacionalismo, ante la inesperada dimisión, se está frotando las manos, pero nadie ha hablado del frotamiento de manos de Mayor Oreja, que ya ha abierto los brazos para acoger en las filas populares a todos los previsibles disidentes, aquellos que no se prestarían de buen grado a un golpe de timón en la nave socialista. ¿Habrá gente subiendo ya a los botes?

Leyendo la prensa de estos días, ciertas derivaciones del pensamiento político de moda acaban llegando a límites ridículos. Conocido que ninguno de los partidos del actual Gobierno vasco es democrático, se revela ahora que el PSE-EE está también lleno de nacionalistas. Al grito de ¡Prietas las filas! se impone entre los auténticos demócratas una vigorosa respuesta de firmeza. Lo que ocurre es que, ahondando en tal discurso, algunos van a concluir que hay más demócratas en Quintanilla de Onésimo, término municipal, que en esta superpoblada comunidad autónoma. Qué raro país es éste, donde los únicos demócratas que existen son los incondicionales del viejo león gallego.

Navidades políticas son un ejemplo de mal gusto, pero en el País Vasco no hay fecha que no sea política. Desanima un poco la conclusión de estos últimos días: que incluso el PSE está infestado de pro-, pseudo-, filo-, y proto- nacionalistas. Con estos mimbres a ver quién termina el cesto constitucional. Con razón el presidente Aznar ha hablado tanto de la inmadurez del pueblo vasco, de nuestra crónica estulticia. Estamos verdes. Estamos incompletos. El arroz aún está duro. La carne no se ha hecho. Tenemos crudo el pescado. Y eso que nos pasamos el día en la cocina, combinando los ingredientes de la huerta del país.

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En el entramado batasuno sí que deben sentirse muy contentos: se han convertido en una decisiva bisagra parlamentaria. Han accedido incluso a la posición más cómoda: la posibilidad de influir en todos sin llegar a acuerdos con ninguno. Los siete parlamentarios pueden hacer o deshacer en virtud de su mera voluntad, y nadie les pide cuentas por sus propias posiciones. Todo el mundo les da por imposibles: por no saber, no saben ni hacerse el nudo de la corbata.

La kale borroka, por otra parte, lo tiene cada vez más fácil. Eso de quemar cajeros automáticos cuenta ahora con un nuevo aliciente: impedir que el personal acceda al euro. Seguro que ya existen estrategas menores de edad dispuestos a asegurarnos tan imbécil contratiempo. Por de pronto, una vez más, el año cambia de dígitos. Pero eso en el País Vasco nunca quiere decir nada.

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