_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Saharauis a subasta

Ante la intensa y ruidosa polémica que ha precedido, acompañado y seguido a la visita prenavideña de José Luis Rodríguez Zapatero al reino de Marruecos, un servidor confiesa experimentar sentimientos encontrados. Por una parte, y a la vista de la feroz hostilidad del Partido Popular y su Gobierno contra dicho viaje; de la cascada de descalificaciones en la que han competido Josep Piqué, Javier Arenas, Mariano Rajoy, Rafael Hernando y tutti quanti; de las reiteradas acusaciones de deslealtad, de hacer el juego a los marroquíes, de servirles de embajador oficioso, de dañar los intereses nacionales, casi de inteligencia con el enemigo y traición a España; frente a la tendencia quién sabe si idiosincrásica o genética del Gabinete de Aznar al desprecio del adversario, a denunciar en quienes con él discrepan a encarnaciones de la anti-España -un día al líder de la oposición por un tema de política exterior, el siguiente a un senador de Esquerra Republicana en pleno debate sobre la financiación de la sanidad-; delante de este paisaje tan viejo, tan familiar, tan tenebroso, uno está dispuesto a admitir que la excursión marroquí del secretario general del PSOE ha sido una obra maestra de la diplomacia paralela, la performance de un estadista en sazón.

Más aún: después de echar un vistazo a los espacios de opinión de la caverna mediática, de leer a los más finos analistas, a los más acreditados arúspices del presente y el porvenir patrios, a gentes del nivel de José María Carrascal o Miguel Ángel Rodríguez -el ex portavoz del Gobierno, aquel experto en canicas...-, del editorialista de Abc o del televisivo Carlos Dávila describiendo el viaje a Rabat como un producto de la 'frustración', una 'bajada de pantalones' o una impertinencia, y al viajero como 'un tipo desleal', 'un muñeco en manos de Marruecos', 'una veleta', después de eso me entraron vehementes deseos de echarme a la calle provisto de una pancarta que rezase '¡Aúpa, Zapatero!', y consideré al joven líder socialista un serio candidato a figurar en el top ten de las relaciones internacionales contemporáneas, junto a Palmerston, Bismarck, Clemenceau, Foster Dulles y unos pocos más.

Sin embargo, no es bueno dejarse arrastrar por reacciones demasiado viscerales y, una vez enfriadas éstas, admito que me han empezado a asaltar las dudas. Más allá de la lógica y legítima explotación que tanto el PSOE como Rabat han hecho de la crisis diplomática bilateral -los socialistas para ganar credibilidad exterior y poner en evidencia a Aznar, los marroquíes para puentear y desairar al Gobierno del PP-, ¿qué novedades concretas ha aportado la estancia norteafricana de Rodríguez Zapatero? Pues, a lo que parece, sólo una: el cambio de actitud del principal partido de la izquierda española en lo que se refiere al contencioso del Sáhara Occidental.

No, el hecho no ha cogido a nadie por sorpresa porque, entre otras señales precursoras, la secretaria socialista de política internacional, Trinidad Jiménez, ya había manifestado a La Vanguardia del pasado día 16 una frialdad y una ambigüedad bien significativas con respecto a la autodeterminación del Sáhara, mientras dejaba caer que 'el Frente Polisario está en una fase humanitaria y política muy mala, muy incómoda'. Por otra parte, no han faltado ni faltarán, en el ámbito del 'progresismo políticamente correcto', las voces que consideran ilusoria la independencia saharaui, que deploran 'el fundamentalismo referendario que España ha defendido durante 25 años en la cuestión' y que empujan al PSOE a abandonar de una vez ese pleito perturbador de las relaciones hispano-marroquíes.

La operación, con todo, no tiene nada de sencilla ni de limpia. Es verdad que pocos recuerdan ya el viaje de Felipe González, en 1978, a los entonces flamantes campamentos de Tinduf y sus promesas de apoyo fraternal al pueblo del desierto; pero hay asuntos sobre los que la ciudadanía común posee más memoria y más vergüenza que sus políticos, y la causa saharaui es uno de ellos: la opinión pública española se siente todavía en deuda con unas gentes que perdieron su patria para que nosotros pudiésemos emprender nuestra transición democrática sin el cáncer de una guerra colonial. Tal vez por eso el Frente Polisario sigue gozando aquí de tanto crédito en el tejido asociativo e institucional, incluidas las organizaciones territoriales y las bases del partido socialista. Tal vez por eso cuando, hace unos años, Mohamed Abdelaziz -presidente de la República Árabe Saharaui Democrática- visitó Barcelona y su Ayuntamiento, las izquierdas catalanas denunciaron con toda la razón que Pujol no quisiera recibirle para no molestar a los marroquíes.

Pues bien, ahora es Rodríguez Zapatero quien, en nombre de la realpolitik, rehúsa recibir a Abdelaziz en Madrid, quien avala la pantomima autonómica propuesta por James Baker al dictado de Rabat y de París, quien tolera en silencio que, durante su visita, la prensa oficialista marroquí equipare a los terroristas de ETA con 'los mercenarios separatistas del Frente Polisario'. Por cierto, ¿qué opinarán sobre todo ello Josep Lluís Carod-Rovira, amigo leal de los expoliados del desierto, visitante asiduo de Tinduf, y con él los cientos de familias catalanas que acogen cada verano a niños saharauis de colonias en el primer mundo?

En fin, es cosa sabida y averiguada que la política en general, y la política exterior en particular, no se rigen precisamente por las normas de la ética o de la moral. Aun así, resulta penoso ver cómo el reconocimiento de los derechos de un pequeño pueblo del que somos deudores por varios conceptos es objeto de subasta a la baja entre un Gobierno prepotente y una oposición inmadura.

Joan B. Culla es historiador.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_