Fabricantes de ilusión
Escolares de Málaga aprenden a crear los juguetes que usaban los niños en la posguerra
Cada año, desde que asoma diciembre, cualquier niño con un ápice de ilusión concentra todos sus esfuerzos en seleccionar los juguetes que pedirá a los Reyes Magos. Quienes no pensaban en eso precisamente eran los que tuvieron la dudosa suerte de crecer bajo una cruda posguerra. Este contraste se apreció de forma nítida en la Residencia para Personas Mayores de Málaga situada en la zona de Pinares de San Antón. Allí se ha celebrado en estas fechas un taller de juguetes en el que un grupo de mayores enseñó a 40 escolares del colegio Valle Inclán a fabricar los artilugios con los que se divertían cuando eran pequeños.
Tras varias horas de trabajo, la nariz de Víctor manchada de arcilla refleja su esfuerzo por moldear el barro hasta convertirlo en algo difícil de definir. A sus diez años él tampoco acierta a ponerle nombre a su creación. Se debate entre la manualidad y la Gameboy que guarda en su bolsillo. 'Nosotras ni sabemos manejar esos aparatos', afirma Isabel Huerta, de 77 años. Junto a ella se sientan María Díaz y Encarna Monedero, ambas malagueñas de 75 años. Las tres supervisan los últimos retoques que los chavales dan a unas maracas hechas con vasos de papel y lentejas.
'En nuestros tiempos no había vasos de plástico y las lentejas escaseaban. Hacíamos las maracas con piedrecillas y latas pequeñas', explica Encarna. Por su lado, y con 65 años menos, camina Inma con una lata de tomate y una cuerda convertidas en un zanco. 'Con eso me pasaba el día cojeando' afirma María recordando con tristeza una difícil infancia. Pero se le ilumina la cara al comprobar todo lo que ahora tienen los niños. 'También teníamos el diábolo y las muñecas de barro que vestíamos con cualquier trapucho', continúa María, 'y si alguien tenía la suerte de que le regalaran una pelota, el barrio entero jugaba con ella'.
Un juguete preciado era la pepona, una muñeca que un hombre cambiaba en la calle por botellas vacías y zapatos viejos. 'Era de cartón, con la cara colorada y los brazos en cruz. Una vez se nos ensució y la metimos en agua para lavarla', relata Encarna. A pesar de que la pepona no era una belleza, Encarna y sus cinco hermanos lloraron durante meses su fatal desenlace en la bañera.
Los mayores no dudan sobre los simuladores bélicos que azuzan el carácter violento de los chavales. 'Los padres no deberían permitir que sus hijos jueguen con esos chismes', afirman al unísono unas auténticas abanderadas del ocio pacífico.
La escasez de antaño hacía que los niños inventaran artilugios con los que pasar las horas mientras oían el crujir de sus estómagos. Mataban el hambre y el aburrimiento con la imaginación. Ahora, tras un copioso desayuno a base de chocolate con churros, la joven Inma seguro que guardará en un rincón privilegiado de su cuarto un rudimentario zanco nacido de sus manos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.