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Columna
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¿Diálogo en Euskadi?

Antonio Elorza

En los meses que precedieron a las últimas elecciones autonómicas, la palabra que presidió el discurso del lehendakari Ibarretxe fue la de 'diálogo'. Frente a la 'crispación' que provocaban los partidos españolistas, exigiendo la convocatoria electoral por el simple hecho de que el Gobierno estuviese en minoría, Ibarretxe les invitaba a un diálogo que debía asimismo ser la panacea para resolver los problemas políticos del país. Fue un recurso muy eficaz de marketing político, conforme prueban los resultados del 13-M.

Sólo que una vez reconfirmado en el poder, de diálogo nada. Los plenos temáticos convocados no tuvieron como prólogo el intento desde el Gobierno vasco o desde el PNV de establecer puentes con los partidos autonomistas para alcanzar alguna forma de consenso. Al pleno en directo, y allí cada cual con lo suyo, en un auténtico diálogo de sordos, y nosotros con nuestra minoría mayoritaria, apuntalada por el fiel servidor Madrazo. Nada de diálogo tampoco al constituirse las comisiones. Entre tanto, la tercera persona mayestática de Ibarretxe, tan bien reflejada en el guiñol, informa de que estamos ante la construcción de una figura política exaltada a partir de la sacralización del cargo, no de un liderazgo carismático para el cual evidentemente al hombre le falta todo: es el Señor de la Compasión que desde arriba contempla conmiserativo la vida política de esa Euskadi cuyo espíritu él encarna. ¿Cómo va a dialogar con los políticos partidistas? En el mejor de los casos, les convocará a rondas de consultas para el tema que él mismo fije, subrayando la propia centralidad (y de paso, la supuesta irresponsabilidad de los disconformes).

Desde tan altos principios, no debe extrañar que si las normas molestan, bien para constituir grupo parlamentario o para votar los Presupuestos, el PNV se las salta y aurrerá mutillak. Es preciso tener estos antecedentes en cuenta a la hora de enjuiciar el boicot realizado por PP y PSOE a la votación presupuestaria, en desafortunada coincidencia con los batasunos. Había que devolver a Ibarretxe y al PNV a la tierra y esto se ha logrado. Toca al PSE, el partido hoy en posición más frágil del espectro político vasco, resistir a los cantos de sirena de un PNV cuyo principal objetivo sería hoy consolidar la propia posición, con una trama de apoyos móviles, anulando de paso el pacto antiterrorista: institucionalmente, con EA e IU; en la sombra, con la supervivencia de ETA que mantiene vivo un 'problema vasco' en línea de secesión, y con un PSE que entra en juego cuando es necesario para asegurar 'la gobernabilidad'.

En esta conyuntura, el acierto de Nicolás Redondo ha consistido en convertir la oración en activa. El no sin más provoca el desgaste de las instituciones, pero por otra parte sólo a partir de una crisis como la actual puede iniciarse la reconstrucción de la unidad democrática. De otro modo el PNV carece de incentivos para un cambio de rumbo. La crisis del Presupuesto debiera servir para que existiese un auténtico y permanente diálogo del Gobierno con los partidos democráticos, en el marco del Estatuto, rehaciendo la unidad antiterrorista y aislando a HB, pero no sólo en el Parlamento, sino también en los ayuntamientos. La pelota pasa al campo de Ibarretxe, quien tratará de aislar al PP.

Conviene tomar en consideración a ese respecto los datos que ofrece el Euskobarómetro elaborado bajo la dirección del profesor Francisco Llera: las elecciones han polarizado aun más la sociedad vasca, han incrementado el miedo como factor que conforma actitudes y comportamientos políticos, pero no alteraron el predominio de la identidad dual vasco-española, el equilibrio entre nacionalistas y no nacionalistas, el rechazo tajante de ETA, el apoyo a la autonomía en tanto que el independentismo declina hasta casi el 25%, todo ello en un marco de optimismo económico. Y no hay que olvidar que tras el 11-S la vía peneuvista a la autodeterminación a la sombra de ETA no gozará de apoyo alguno en el mundo occidental. Es el PNV el que está en la encrucijada y la elección racional no debiera ser otra que un efectivo diálogo.

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