Antón Lamazares expone su obra oculta
El artista reúne en A Coruña 57 obras de gran formato que nunca han salido de su taller
Antón Lamazares (Lalín, Pontevedra, 1954) es un pintor excesivo, de obra, de palabra y probablemente de cosmovisión. Ha reunido cuadros que nunca habían salido de su taller en 15 años, la mitad de su trayectoria artística, por razones diversas, que él resume en 'que eran difíciles de enseñar' y en buena parte son atribuibles al exceso, sobre todo de formato: Desazón de vagabundos (por otra parte el único cuadro que estuvo antes en una sala de exposiciones) es un políptico de 14 por 2,5 metros.
Un saco de pan duro, 'un símbolo de la alimentación primaria', en definición del autor, es el título de esta selección de la 'obra oculta' de Lamazares. Son 57 obras que salen a la luz en la Estación Marítima de A Coruña, también una estación terminal: el enorme espacio portuario se desmontará a mediados de enero, a la par que la exposición, para dar paso y terreno a un palacio de congresos más polivalente y comercial.
La exposición no es, sin embargo, una retrospectiva de esos 15 años. Hay muestras de sus series (de todas menos tres), que inició con Letanías en su etapa salmantina (1988-1991), continuó con Gracias vagabundas (1992-1993), Eidos de Rosalía (1996-1997) o con Milongas, ya en este año. Pero también hay obras transversales a su evolución, como los bifrontes, enormes mamparas de cartones, papeles y telas cosidos, pintados y barnizados, que se pueden observar por ambas caras, o una representación de sus puertas, acciones sobre puertas barnizadas que expuso, con acogida desigual de público y crítica, después de su etapa neoyorquina.
Tampoco es una muestra antológica. 'Yo pinto con muchos registros, con todo, con lápiz o con bolígrafo, y en todo tipo de formatos, incluso de veinte por veinte centímetros, porque creo que cada obra es un pulso a ti mismo y con el cuadro. La partida es a que el cuadro te aplasta o a poder con él. A veces la cosa se sale de madre, pero tienes que hacerlo igual', enfatiza Lamazares.
Un saco de pan duro es también símbolo de la fidelidad del pintor ('soy pintor, no artista') al mundo familiar y rural de su niñez en la aldea de Maceira (lugar de manzanos), a la tribu y al territorio, pese a que los últimos 25 años ha vivido en Nueva York, Salamanca y Madrid y nunca ha pasado más de tres o cuatro meses seguidos en su tierra de origen. 'Soy hijo de mi padre y de mi madre, pero también paisano del cura Ramón María Aller, que dio su nombre a un cráter de la Luna. Soy de Maceira, y también de Oriente y de China', afirma.
Esa fidelidad le ha acarreado una etiqueta de creador marcadamente regionalista que tanto le da. 'Como decía Álvaro Cunqueiro, 'no más orgulloso que humilde'. Soy un pintor tradicionalista, parto de la tradición occidental, paleocristiana, franciscana, pero aspiro a ser un creador llamado a inventar'.
Lamazares, ni un pelo en la afeitada cabeza ni en la lengua, reivindica también tradicionalmente el papel de la cultura con palabras prestadas de unas de sus lecturas anárquicas, la autobiografía de Santiago Ramón y Cajal: 'Cultura consiste en darle manos a los que tienen alas y alas a los que tienen manos, y el tamaño de la planta corresponde al de la maceta', casi recita. 'Ahora hay que echar un pulso heroico contra las circunstancias o los medios. Yo siempre estoy con la mecha encendida'.
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