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Columna
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Fiesta de moros y cristianos

La Toma de Granada, o mejor dicho la porfía sobre cómo se debe conmemorar la victoria de los Reyes Católicos sobre Boabdil, ha adquirido la nobleza recurrente del turrón. Los entendidos no han podido establecer con certeza si son los fríos decembrinos, el eco coriáceo de las panderetas o la inquietud por el vacío que representa el Año Nuevo lo que fecunda la polémica.

Lo único cierto es que regresa con la puntualidad del sorteo de la lotería y que enreda a las autoridades municipales hasta dejarlas maniatadas y con el trasero a la intemperie. Se ha intentado casi todo para contentar a las dos parroquias pero como en las fiestas de moros y cristianos la disputa forma parte de la tradición y es ineludible. Personajes tan filantrópicos como Federico Mayor Zaragoza han intentado mediar pero al final han quedado abonados a uno de los bandos. El Dos de Enero es como un derbi deportivo entre equipos hermanados por un odio fraterno.

Pero también es una prueba para medir la solidez moral, o la inteligencia, de las autoridades municipales. Aun partiendo de que se trata de un asunto irresoluble, y cuyo éxito y trascendencia reside precisamente en esa resistencia a cualquier solución definitiva, las propuestas de los alcaldes retratan el talante y habilidad ante las adversidades.

El anterior alcalde del PP, Gabriel Díaz Berbel (que ahora, desbarbado, y con un lejano parecido a Edward G. Robinson, trabaja de extra en la versión cinematográfica de El florido pensil), mantuvo la tradición y, a modo de compensación para el lado árabe, levantó un monumento a Boabdil que parece más bien una porcelana de Lladró. También invitó a la fiesta cristiana a un diplomático marroquí que fue destituido de inmediato.

Los actuales regentes, José Moratalla y sus generales de IU y PA, irrumpieron con aires más que conciliatorios: eliminaron a los militares de la compañía de honor (a la que pertenece el soldado que todos los años se marea en el balcón del Ayuntamiento, unas veces por frío, otras por el calor) e introdujeron en el ritual la lectura del Manifesto por la Tolerancia.

Pues bien, para el próximo día de la Toma el PSOE se ha desdicho y aquí viene lo peor. De haber alegado una mudanza de opinión todos la habríamos aceptado con la disciplina y la guasa de otras ocasiones, pero han intentado razonar y han demostrado una debilidad de pensamiento que demuestra la falta de criterio general que ha caracterizado el mandato.

Han explicado a los granadinos que eliminan el discurso de la tolerancia para impedir que la ultraderecha abuchee a la corporación o, dicho de otro modo, borran un gesto de magnanimidad, nacido de la propia voluntad, para no molestar a los intolerantes. Esto es, dan la razón a la ultraderecha con tal de que no proteste. ¿Imaginan una Transición basada en tales preceptos? En realidad, la política municipal del equipo de gobierno actual es un fiel reflejo: ha carecido de ideología, ha bandeado de aquí para allá y a la menor queja no ha tenido inconveniente en recular. Con tal de que no haya toses disonantes.

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