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Columna
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Cortarse las orejas

Juan José Millás

Ahora mismo no sé si esto que voy a contar lo he leído en algún sitio o lo he imaginado. Yo creo que lo he leído, pues a mí no se me ocurren ideas tan brillantes. Por lo visto, el Ayuntamiento, o quizá la Comunidad (tampoco estoy seguro), va a colocar a 20 o 25 personas unas pulseras que miden el ruido ambiental. De este modo sabremos los decibelios que soporta un ciudadano desde que se levanta hasta que se acuesta. La idea, aunque excelente, resulta un poco rara. Es como si los responsables políticos dudaran de la existencia del ruido.

-No, señor, ya sabemos que hay ruido, pero queremos saber cuánto.

-¿Para qué?

-Ya veremos más tarde para qué.

Para nada; quieren saberlo para nada. Después de averiguar, por ejemplo, la cantidad de ruido del aeropuerto de Barajas, han decidido seguir adelante con la brutal ampliación. Se van a gastar 600.000 millones en unas instalaciones que sólo se usarán 15 años. A los componentes de Pijamas en Acción tendrían que facilitarles, en vez de la pulsera acústica, una pulserita de la suerte como la que lleva Aznar, o bien una partida de somníferos, porque les espera una década y media de tortura. Pobres.

Hay inventos que a primera vista parecen ingeniosos, pero que, a poco que les des un par de vueltas, se revelan como una tontería. Pensemos en el tráfico: el Ayuntamiento tiene mil modos de medir si es líquido o espeso. Bien, después de muchos años de controlarlo con aparatos que cuestan un ojo de la cara, ha llegado a la conclusión de que es espeso. Los usuarios de las calles lo sabemos desde hace mucho tiempo por experiencia, pero comprendemos que tiene que haber concejales de Movilidad, y todo eso para proporcionar la sensación de que vivimos en un mundo organizado. De acuerdo, pues: el tráfico es espeso. Solución: que la gente vaya andando.

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Veamos: se inventan los coches para ir deprisa y cómodo de un lugar a otro, pero, cuando ya todo el mundo tiene coche, llega un genio y dice: vaya usted andando. Quizá deberían pensar en soluciones intermedias, por favor. De ese modo, arregla el tráfico un piernas cualquiera. Por si fuera poco, el responsable de la movilidad asegura que andar es gratis, bueno para la circulación, rápido y agradable. Se supone, pues, que el coche sería todo lo contrario: cuesta una pasta (con el último duro de la gasolina, más), es malo para la circulación (¿se refiere a la sanguínea o a la otra?) y es desagradable. Ya ven ustedes: veinte siglos tardó la humanidad en inventar el automóvil y ahora resulta que es una porquería: quieren volvernos locos.

Y conste que yo soy partidario de andar. Lo he dicho en varios de estos artículos. En uno de ellos propuse lo que ahora acaba de hacer don Sigfrido: que se calculara el tiempo que se tardaba en caminar de Diego de León a la Puerta de Alcalá, por ejemplo, o desde Cibeles a Nuevos Ministerios. La gente piensa que entre Cuatro Caminos y la glorieta de López de Hoyos hay miles de kilómetros porque ha perdido la noción del tiempo y de las distancias. La Concejalía de Movilidad ha descubierto al fin que se tarda menos en ir a muchos sitios andando que en transporte público. Ya era hora. No me han dado las gracias, ni siquiera una pulserita de la suerte. No importa: me satisface haber ayudado a que se ganen el sueldo algunos políticos.

Pero, para animar a la gente a andar, tampoco hay que decir que el motor de explosión es una porquería. Ambas cosas son compatibles, por favor. De hecho, si no se hubiera inventado el motor de explosión, Sigfrido Herráez no tendría ese automóvil oficial con el que contribuye modestamente a jorobar el tráfico. Andemos, sí, pero creemos a la vez una cultura del transporte público, incluso del transporte privado, pues tanto el uno como el otro se usan ahora de manera iletrada.

Es como si, para aliviar a la gente de los ruidos del aeropuerto, el concejal del Ruido (seguro que existe un concejal del Ruido, por raro que parezca) recomendara a los madrileños arrancarse las orejas. Pues no: el pabellón auricular está bien inventado y ha sido muy útil a la humanidad a lo largo de su historia. Si no tuviéramos oídos, no habríamos inventado la música. No pretendo equiparar de ningún modo el motor de explosión con la música, sino hacer ver a las autoridades que cortar por lo sano no es bueno nunca. Lo de la pulserita acústica, en fin, es una tontería. Si quieren saber si hay ruido, yo mismo se lo digo: lo hay, y más del que sería tolerable. Pero un respeto para el oído interno.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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