Las estrategias violentas de ETA
Entre los etarras, el rechazo de la lucha armada se produce principalmente cuando el terrorista pasa un largo periodo inactivo, ya sea en la cárcel o en el exilio. El distanciamiento con respecto a la organización permite que el individuo pueda ver su situación y el sentido de su actividad en términos más realistas. Es muy común que estas declaraciones de rechazo (total o parcial) a la lucha armada no se expresen en términos morales, acerca de la ilegitimidad de asesinar a personas en nombre de la independencia vasca, sino más bien en términos puramente instrumentales, referidos a la imposibilidad de que ETA consiga derrotar al Estado, o a la propia lucha armada como obstáculo para alcanzar la independencia. El etarra se reconoce derrotado y entiende que resulta imposible la victoria en la guerra de desgaste.
Hirschman ha demostrado que la salida, cuando está controlada, puede terminar resultando beneficiosa para una dictadura. Al fin y al cabo, los que se marchan son los descontentos
A pesar de atentados como el de Yoyes, destinados a amedrentar a los que tuvieran la tentación de dejar ETA, lo cierto es que decenas de presos se han acogido a las vías de reinserción
El procedimiento que sigue ETA frente a la desobediencia suele ser cruel. Esposado y vendados los ojos, el disidente es instalado en un pozo, agujero o celda, hasta que se le pase el 'ardor guerrero' que le llevó a rebelarse y desobedecer
Una de las personas que más lejos han llegado en este proceso de 'desintoxicación política', el antiguo miembro del comando Madrid Juan Manuel Soares Gamboa, compañero durante años de Etxebeste en Santo Domingo, por tanto a distancia del centro de actividad, resumía así su transformación:
'Todos presos. No sé si son conscientes de ello, pero tarde o temprano todos acabaremos en el mismo sitio. Guerra perdida para ETA. No hay salida'.
'Una organización ilegal, clandestina, terrorista, no conseguirá jamás ningún avance a través de las armas, y menos aún contra todo un Estado español, miembro de la OTAN y enclavado en Europa, algo que parece haber olvidado ETA incluso después de comprobar los exiguos logros conseguidos por los auténticos frentes de liberación, con decenas de miles de militantes echados al monte'.
Lo que Soares Gamboa transmite es la superación de su umbral de resistencia individual en la guerra de desgaste. Él, como terrorista, estaba dispuesto a aguantar hasta cierto punto, pero no indefinidamente. Una vez superado su umbral, se reconoce derrotado y comienza a descubrir, desde la perspectiva que le da esta nueva convicción, el sinsentido de la lucha armada. (...)
El umbral de resistencia
Ahora bien, mientras que algunos terroristas ven superado su umbral de resistencia, parece que la percepción de la derrota no consigue trasladarse a la propia organización. Desde una postura extrema, cabría incluso llegar a concluir que ETA como organización ha cobrado vida propia y tiene suficiente inercia como para sobrevivir en cuanto organización al margen de las creencias de sus miembros. En definitiva, éste es el punto de partida de los que piensan que ETA no mata para conseguir fin alguno, sino tan sólo para sobrevivir como organización. Sin embargo, esta conclusión no está justificada. Primero, porque no puede explicar la decisión de ETApm de autodisolverse. Segundo, porque incluso ETAm reacciona a los acontecimientos externos, aunque lo hace a un ritmo extremadamente lento. Tarda seis años en asimilar algunas de las críticas que se inician tras la caída de Bidart, pero finalmente consigue abrirse paso la tesis de experimentar con estrategias políticas, y, por tanto, la tesis de la tregua.
En lugar de entender que la organización tiene vida propia, por encima de sus miembros, es posible explicar en términos de psicología organizativa por qué las disidencias individuales no se transforman nunca en una protesta organizada. En gran medida esto resulta evidente, dada la comparación entre ETApm y ETAm (...). Hay un mecanismo de selección en virtud del cual son los duros los que llegan hasta la cúpula directiva de ETAm, de forma que cualquiera que se arriesgue a expresar una opinión crítica con la línea de inflexibilidad en la guerra de desgaste puede ser represaliado o expulsado. (...)
Las organizaciones terroristas, en la clasificación que propone Albert Hirschman, ocupan un lugar extremo caracterizado por el intento de supresión simultánea de la voz y de la salida. Se silencian las protestas y se castiga al traidor que abandona. Hay multitud de ejemplos que muestran que ETAm no admite la crítica interna. En 1996, la policía confiscó una carta del etarra Juan María Insausti Múgica, Karpov, en la que decía: 'Tenemos miedo, cuando la gente se mueve, de que se entere de las cosas, y para evitar eso lo que se hace es la imposición' . Soares Gamboa es más explícito:
'El procedimiento que sigue ETA frente a la desobediencia suele ser cruel: primero es una advertencia; si no se obedece, la advertencia adquiere rango de orden, y, si se continúa sin atender las órdenes recibidas, el rebelde queda arrestado por la organización, que es lo peor que puede suceder. Esposado a la espalda y vendados los ojos, el disidente es instalado en un pozo, agujero o celda, hasta que se le pase el ardor guerrero que le llevó a rebelarse y desobedecer'.
A López Ruiz, Kubati, se le grabó una conversación privada en prisión en la que decía: 'Yo sé cómo es el chiringuito mío, lo sé perfectamente. Yo, en el momento en el que lance una propuesta de fuera tiros, esa gente ya queda marcada'. Cuando se hicieron públicas estas declaraciones críticas, López Ruiz se apresuró a enviar una nota al diario Egin en la que se retractaba de todo: 'No creáis lo que se dice de mí. La intoxicación no debe confundir. Mi apoyo a la lucha armada y a ETA es total. Ánimo, que resistir es vencer'.
Esta supresión de la voz, pese a la existencia latente de un amplio descontento, podría llevar a una situación límite, a saber, que cada terrorista individual pensara que hay que retirarse de la guerra de desgaste, pero que ninguno se atreviese a plantearlo públicamente por temor a ser purgado o represaliado. Lo más probable es que en la práctica las cosas no lleguen tan lejos, aunque sí puede ocurrir que se mantenga la estrategia de no retirarse sólo con el apoyo de un sector minoritario compuesto por los más duros de la organización. La imposibilidad de configurar un grupo de oposición interna garantizaría la permanencia indefinida del sector duro. Aquí está la clave, en suma, de que el umbral de resistencia de la organización sea más alto que el de una mayoría de sus miembros. Probablemente, si hubiese habido algún procedimiento democrático de consulta que permitiera expresarse libremente a la mayoría, ETAm habría parado hace ya tiempo. La falta de democracia interna, la ausencia de asambleas, constituye el método más eficaz para hacer duradera la guerra de desgaste.
Consumir el miedo
La lealtad, por lo demás, contribuye también a imposibilitar la formación de un frente opositor en el interior de ETAm. El ex etarra José Miguel Latasa lo explicaba en estos términos en un artículo significativamente titulado He consumido todo mi miedo. '¿Quién se atreve a decir que, desde hace mucho tiempo, no comparte las tesis de ETA? Ocurre que esta postura no se trasluce, no sale a la luz, porque estás en una dinámica que te arrastra: compañeros en la cárcel, otros que están contigo; te metes en un círculo que al final te lleva'. Aquí queda muy claro que la lealtad no sólo retrasa la salida, sino también, como contempla Hirschman para casos excepcionales, la voz. La lealtad debilita la tentación de salir, pero también debilita la protesta cuando ésta se toma como un signo de rebeldía.
La cuestión de la salida es mucho menos clara. Por un lado, la salida es indudable que debilita a la organización y puede provocar fuertes tensiones en el colectivo de presos. Además, el etarra que consigue regresar a la vida civil tal vez haga públicos sus desacuerdos con la organización terrorista, lo que constituye una forma incontrolada de voz. Las críticas que ETA recibe desde dentro de su propio mundo son particularmente dañinas, porque, a diferencia de las que vienen de fuera, las personas que habitan en ese mundo son sensibles a las mismas. Pero, por otro lado, la salida contribuye a afianzar el mecanismo de selección, en virtud del cual los que sobreviven y permanecen en la organización son siempre los más duros. Cuando los blandos, en lugar de organizarse en el interior de ETAm para luchar por un cambio estratégico, la abandonan, el resultado es que son los duros los que quedan al mando de la estrategia en la guerra de desgaste.
El asesinato de Yoyes
Aparentemente, ETA reprime con dureza a los que intentan salirse. El caso mejor conocido es el de María Dolores González Cataraín, Yoyes. Esta antigua dirigente de ETA vivía exiliada en México. La distancia física le permitió evolucionar hacia el abandono de cualquier opción de lucha armada. En 1986 regresó a España y se instaló en su pueblo natal, Ordizia. El 10 de septiembre de ese año, López Ruiz, Kubati, acompañado de Latasa Guetaria, Fermín, y José Ignacio Urdain, la mató a tiros en presencia de su hijo de tres años. Ha habido otros episodios similares, como el de Mikel Solaun en 1984, aunque en su caso se mezcla la reinserción con las acusaciones de ETA de haber colaborado con la policía (Solaun avisó a la Guardia Civil de la colocación de unas bombas destinadas a matar al general José Antonio Sáez de Santamaría). A esto hay que sumar el aislamiento y la presión que sufren los reinsertados por parte del mundo etarra cuando regresan a sus pueblos o ciudades.
En un comunicado que ETA hizo público para justificar el asesinato de Yoyes, se explican así los efectos de la reinserción:
'Los pasos dados por el Gobierno opresor español y sus colaboradores en la política de arrepentimiento, eufemísticamente llamada de reinserción social, han ido conducidos en todo momento a abrir fisuras en los sectores más vulnerables del MLNV, prisioneros y refugiados políticos, con el fin de debilitar aquél y ofrecer una falsa e infame salida personal a aquellos que se han traicionado a sí mismos y a su pueblo, habiendo implicado ello un endurecimiento de las condiciones para los sectores más honestos y consecuentes, que no se han plegado a la sucia y degradante maniobra de claudicación: el arrepentimiento'.
ETA se refería a los efectos de la política de reinserción del Gobierno, consistente en rebajar todo lo posible el coste de salir de la organización y reingresar a la vida civil. Habida cuenta de que jamás un reinsertado ha vuelto a cometer crímenes de terrorismo, el Gobierno considera que se trata de una medida eficaz para debilitar a ETA. El texto anterior parece confirmar la utilidad de esta política, pues ETA entiende que la política de reinserción hace atractivo lo que llama el 'arrepentimiento' de algunos de sus miembros.
Política de reinserción
La política de reinserción es una extensión de las medidas de gracia que la UCD concedió al colectivo de ETApm disuelto, así como de las que posteriormente se aplicaron a un grupo de 43 etarras formado mayoritariamente por los octavos. Se trata de emplear dichas medidas individualmente, terrorista por terrorista. En orden a facilitar el paso de alejarse de ETA, el Gobierno, después del fracaso de las conversaciones de Argel, complementó esta política con la dispersión de los presos por todas las cárceles de España. Si los etarras no estaban coaccionados por sus compañeros, el coste de salir sería menor. ETAm, para combatir tanto la dispersión como la reinserción, ha realizado numerosos atentados contra funcionarios de prisiones (tal vez el mejor conocido sea el interminable secuestro de José Ortega Lara).
A pesar de atentados como el de Yoyes, destinados a amedrentar a aquellos que tuvieran la tentación de retirarse de ETA, lo cierto es que decenas de presos se han acogido a las vías de reinserción. Domínguez Iribarren ha calculado que sólo entre 1983 y 1986 se produjeron más de 140 casos. Estos datos arrojan algunas dudas sobre las verdaderas intenciones de ETA, pues esta organización podría haber asesinado a otros muchos de los que han elegido la salida y sin embargo no lo ha hecho. Cabe especular con la posibilidad de que ETA haya utilizado estratégicamente la opción de salida.
Hirschman (1993) ha demostrado que la salida, cuando está controlada, puede terminar resultando beneficiosa para una dictadura. Al fin y al cabo, los que se marchan son precisamente los más descontentos. En la extinta República Democrática Alemana, incluso después de la construcción del muro de Berlín, en 1961, no hubo año en que no consiguieran salir varios miles de personas del país. Según Hirschman, la esperanza de salida, por muy pequeña que fuese, era suficiente para amortiguar la voz. Podríamos también referirnos al caso de Fidel Castro, que ha demostrado gran talento en la dosificación de la salida, permitiendo, primero en 1981 (crisis de los marielitos), y luego en 1994 (crisis de los balseros), que los ciudadanos más descontentos abandonaran la isla. En ambas dictaduras se mantuvo el discurso oficial de repudio y desprecio hacia los 'traidores' que huían, pero en la práctica se manipuló hábilmente la salida para mantener estable el régimen político.
ETA es una organización cerrada y totalitaria que guarda ciertos parecidos con las dictaduras comunistas. Por eso no es descartable que, pese a toda la retórica de rechazo a las vías de reinserción, ETA pueda haberse aprovechado de las mismas para conseguir la permanencia de los duros al frente de la organización. Esto explicaría el hecho de que ETA no haya atacado con demasiada intensidad a los reinsertados. Evidentemente, la política de reinserción sí que debilita y crea fisuras en el colectivo de presos etarras, pero este beneficio hay que ponerlo en la balanza junto con los incentivos que crea para que no se dé nunca un desafío de los partidarios del abandono. Si la reinserción dificulta que los descontentos se organicen y exijan a ETA el cese de los atentados, la conveniencia de esta política debe ser revisada. En España los partidos nunca han cuestionado la reinserción por motivos de eficiencia en la lucha antiterrorista. El PP explotó los casos de reinserción contra el Gobierno socialista en los años noventa, pero alegó fundamentalmente razones morales, de justicia, y lo hizo principalmente con el propósito de desgastar al Gobierno y transmitir una imagen de firmeza.
A falta de un estudio más profundo, no quiero sacar ninguna conclusión definitiva sobre los efectos de la política de reinserción. Sin embargo, creo que el análisis de esta política mediante las categorías de salida y voz plantea la posibilidad de que la reinserción, además de crear tensiones en el seno de ETA, refuerce al sector más duro de la organización. Si este refuerzo fuese cierto, la política de reinserción, por muy buenas que sean las intenciones que la impulsaron, habría contribuido a alargar el desenlace de la guerra de desgaste.
Guerra de desgaste
Llegados a este punto, podemos poner juntos todos los elementos que componen el argumento del presente capítulo. La psicología organizativa de ETAm es una variable fundamental a la hora de analizar la estrategia de ETAm en la guerra de desgaste. El modelo organizativo en el que ETAm se basa garantiza que el umbral de resistencia de la organización se corresponda con el del sector con un umbral más alto, el sector de los duros. Aunque este grupo sea minoritario dentro de ETAm, nadie discute sus decisiones en el interior, pues la voz es duramente castigada y tiene grandes dificultades para aparecer, dada la existencia de opciones de salida. La ausencia de desafíos internos permite que la línea estratégica oficial se aplique indefinidamente. En la práctica, estas constricciones organizativas, que en última instancia son ventajosas para ETAm, hacen que ésta se vuelva un actor autista, indiferente a los desarrollos que suceden a su alrededor. Le cuesta enormemente reaccionar a los acontecimientos porque el primero que se atreve a señalar la necesidad de cambiar en función de tales acontecimientos es marginado de la toma de decisiones.
Todo esto contrasta con la experiencia de ETApm, que por tener una relación estrecha con un partido dotado de cierta autonomía estratégica con respecto a los terroristas no pudo impedir que se discutiera la eficacia de los atentados en el contexto de una lucha política más general. La presencia de una orientación política en sus atentados se tradujo en que sus dirigentes tuvieran un umbral de resistencia más bajo que el de los de ETAm, procediendo a su disolución en 1982.
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