Bajo las apariencias
Reconocida no sólo como la máxima representante de la actual literatura canadiense, sino como uno de los escritores más notables de las narrativas occidentales, y candidata al Nobel desde hace algunos años, Margaret Atwood (Ottawa, 1939), además de novelista -actividad que le ha proporcionado celebridad internacional- es ensayista y, sobre todo, poeta. Una poeta excelente, autora de una quincena de poemarios merecedores de varios premios, dentro y fuera de su país, de quien en España se han editado (además del inquietante Asesinato en la oscuridad, traducido por Isabel Carrera, KRK Ediciones) tres libros de poemas: Juegos de poder (Power Politics), traducido por Pilar Somacarrera Íñigo, en Hiperión; Los diarios de Susanna Moodie, traducido por Lidia Taillefer y Álvaro García, en Pre-Textos, y Luna llena, en versión de Luis Marigómez, publicado por Icaria.
EL ASESINO CIEGO
Margaret Atwood Traducción de Dolors Udina Ediciones B Barcelona, 2001 627 páginas. 3.494 pesetas
'En mi opinión', escribe Margaret Atwodd en Under the Thumb. ¿Cómo me convertí en poeta?, ' la poesía se nutre de la parte melancólica del cerebro, y si no haces nada para evitarlo, te encuentras caminando lentamente por un largo túnel sin salida. Yo he evitado esta situación convirtiéndome en ambidiestra: también escribo novelas'. Esta opción, adoptada por la autora cuando era ya uno de los poetas canadienses más prestigiosos, dio pie al inicio de una obra novelística que le proporcionó una resonancia que, por razones obvias, no hubiera alcanzado como poeta. Sin embargo, no piense el lector que nos hallamos frente al caso (más frecuente de lo deseable a juzgar por los resultados) del poeta que opta por el género novelesco, rebajando presupuestos estéticos, para obtener una mayor difusión con su escritura.
No es éste, repito, el caso de Margaret Atwood, quien no sólo ha seguido escribiendo poesía, sino que abordó, y sigue abordando, la novela con un rigor en verdad admirable, y que, en una espléndida entrevista realizada por Joyce Carol Oates, novelista y también poeta, publicada en 1978 en The New York Times, explicaba la naturaleza 'aural' de su quehacer poético en contraposición al carácter 'racional' de su actividad novelística. Es más, insistiendo en la diversidad existente entre su poesía y sus novelas, desafiaba a críticos y lectores, empeñados en establecer relaciones entre ambas, a identificarla como autora de sus poemarios en caso de haberlos publicado con seudónimo.
En cualquier caso, para Margaret Atwood, la Margaret Atwood que busca 'salir del largo túnel' de la melancolía, la novela ofrece la posibilidad de expresar, de manera como ella dice 'racional' -¡y con qué alto grado de racionalidad!-, su visión del mundo y del hombre contemporáneo, y aborda el género con el talante creador propio de los gigantes de la novela del siglo XIX y del XX en lo que se refiere no a una determinada estética narrativa, a todas luces hoy impracticable, sino al temple moral que lleva al escritor a despegarse de la piel del mundo y de los hombres de su época para, luego, verbalizar su experiencia con afán totalizador.
Entre nosotros, al igual que en los demás países donde se han traducido sus novelas, Margaret Atwood se ha ido convirtiendo en uno de esos escasos autores en quienes el lector confía a ciegas. Tras la publicación de El cuento de la criada (crítica feroz, ferocísima, de las sociedades totalitarias, Seix Barral, 1987), a la que siguieron Ojo de gato (Ediciones B, 1990, espléndida rememoración del mundo de la infancia, considerada por algunos críticos como su mejor novela), El huevo de Barba Azul (Martínez Roca, 1990), Resurgir (Muchnik Editores, 1994, incluida por Harold Bloom en su polémico Canon occidental); Doña Oráculo (Muchnick Editores, 1996), Alias Grace (Ediciones B, 1998) y el volumen de relatos Chicas bailarinas (Lumen, 1999), los lectores de Margaret Atwood saben que se hallan frente a una escritora poseedora de una concepción crítica del mundo y de la sociedad en que vive, capaz de ahondar en las complejidades del comportamiento y del sentir de los hombres y mujeres que se debaten entre sus propios fantasmas interiores y la demoniaca e inhóspita realidad exterior de la vida urbana contemporánea. Es decir, una autora que piensa el mundo y al ser humano que lo habita y que, dotada de una pasmosa capacidad para matizar y aunar contrarios, somete su experiencia a un proceso literario, a un espacio creativo donde convergen su punzante ironía, su exquisita sensibilidad poética, una aguda profundidad psicológica, una inteligencia fuera de lo común y una inconformista y batalladora denuncia contra los mecanismos de poder desencadenantes de toda clase de injusticias, ya sean de orden social, político, económico, religioso o étnico, que tienen como víctimas a los sectores más desfavorecidos de la humanidad, entre ellos, a las mujeres.
En El asesino ciego, su última novela, galardonada con el Premio Booker 2000, Margaret Atwood consigue arrastrar al lector a través de más de seiscientas páginas, sometiéndolo a toda clase de pruebas no sólo argumentales -la intriga que teje la historia-, sino estructurales, ya que para desarrollar la crónica de la familia Chase, desde la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad, se sirve de una superposición de géneros y recursos narrativos magníficamente lograda. El relato (vertebrado por la rememoración, en primera persona, de una octogenaria que, antes de desaparecer de este mundo, quiere legar a su nieta, por escrito, la verdadera historia de la familia y de los siniestros avatares acontecidos en su seno) incluye fragmentos de una novela (titulada El asesino ciego), escrita, se nos dice al principio, por la hermana de la narradora antes de morir, a los 25 años, en un simulado accidente de coche, y convertida posteriormente en gloria nacional, más notas de prensa que dan cuenta de los hechos y acontecimientos que, a lo largo del tiempo, sacuden la vida social, económica y política del país (suntuosas fiestas en las que brillan distintos personajes de la familia Chase; las dos guerras mundiales y la contienda española de 1936, la crisis económica de los años treinta con la subsiguiente efervescencia de las luchas sindicalistas y de los movimientos comunistas, etcétera).
Novela realista, novela romántico-sentimental, melodrama e incluso ciencia-ficción se mezclan en la estructura de esta última novela de Margaret Atwood combinando, según conviene en cada caso, los inagotables recursos de una prosa poética en ocasiones, cruda y directa otras, y exacta y eficaz siempre, que la traducción de Dolors Udina acierta a matizar. Con tono irónico y distanciado, la protagonista, educada para la mansedumbre acorde a las normas de una sociedad puritana, protestante, marcadamente hipócrita, rememora un pasado familiar que, en apariencia rutilante y edénico al principio, se va 'revelando' al lector como una historia dominada por los fantasmas del fracaso, de la ruina económica y moral, por los prejuicios, los celos, las traiciones y los amores ilícitos. Y es esta 'revelación', o mejor dicho, el modo en que se produce, el colosal acierto de la novela, ya que si bien el lector la confirma al final del libro, se ha ido produciendo, de manera gradual a lo largo de sus páginas, a través de los materiales en principio ajenos a la rememoración de la narradora, éstos son, las notas periodísticas y los capítulos de El asesino ciego, la obra de la difunta hermana de la protagonista, en cuyas páginas dos enamorados clandestinos, de quienes nunca aparece el nombre, componen, a su vez, una historia destinada a ser esencial en el conjunto de la trama narrada. Y para la comprensión de la verdadera -e inquietante- naturaleza de las relaciones entre las dos hermanas. En definitiva, otra gran novela de Margaret Atwood.
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