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Profundizar en el oasis

Francesc de Carreras

La política catalana está atravesando uno de los momentos más raros de su historia reciente, ya de por sí bastante peculiar.

Tras las pasadas elecciones autonómicas, parecía que Maragall y un PSC aparentemente transformado podían dar un aire nuevo a la oposición, formulando un nuevo modelo de país frente al tradicional modelo identitario convergente. Sin embargo, tras dos años de legislatura comienza a verse claro que la situación, desde este punto de vista, claramente ha empeorado: en Cataluña ha desaparecido un proyecto alternativo de la oposición ya que, a excepción del PP -atado a CiU por razones parlamentarias-, los demás partidos políticos nos proponen un único modelo de país.

Como decía Jordi García-Soler en su magnífico artículo de ayer, en estas mismas páginas, la política catalana se halla encerrada con un solo juguete, con el juguete de la identidad. Sólo preocupa aprofundir en l'autogovern -una manera de decir aprofundir en l'oasi- y no tratar de cómo se ejerce este autogovern. Como consecuencia de ello, no es extraño, en estos tiempos, encontrar a ciudadanos catalanes libres de prejuicios y con el corazón a la izquierda que suspiran por tener un presidente que se parezca a... Alberto Ruiz Gallardón, presidente de la Comunidad de Madrid. A esto hemos llegado en Cataluña.

En este panorama, no son de extrañar propuestas que oscilan entre el esoterismo y la mística, como es el caso de un Projecte de carta de drets i deures cívics i principis rectors de l'acció política a Catalunya que ha propuesto a los portavoces parlamentarios el presidente del Parlament, el señor Joan Rigol, para que sea aprobado como proposición no de ley. Soy consciente de que decir que el documento oscila entre el esoterismo y la mística es algo fuerte, y me cuesta, además, decirlo cuando su autor es una persona a la que aprecio y respeto como es el caso de Joan Rigol. Pero, créanme, no encuentro palabras más ajustadas a su significado y contenido.

Como he dicho, se trata de una proposición no de ley, es decir, un texto jurídicamente no vinculante. Sin embargo, la vocación del texto parece ir un poco más allá y pretende que sea un compromiso vinculante para la clase política catalana del futuro. Así parece indicarlo un párrafo de su preámbulo: 'Les noves interdependències materials, polítiques i culturals de la Catalunya d'avui, aíxí com els avenços i els problemes, les esperances i les injustícies de la societat actual ens obliguen a la generació present de responsables polítics, legitimats democràticament en aquest Parlament de Catalunya, a formular els principis rectors de la política catalana que tots compartim i a comprometre'ns a seguir-los en la nostra acció política en el marc de les institucions d'autogovern'. Está claro que no es ni democráticamente legítimo ni jurídicamente posible que una simple proposición no de ley pretenda vincular la acción futura -ni siquiera inmediata- de la política catalana en determinados ámbitos, secuestrándola de la voluntad de los ciudadanos. Sin embargo, este párrafo parece que pretende un compromiso moral para que se acepte un marco más estrecho que la Constitución y el Estatuto como ámbito de la acción política en Cataluña. Todo ello tiene un claro significado antidemocrático ya que va encaminado a condicionar, más allá de las leyes, a los ciudadanos actuales y futuros. Seguramente, eso debe de formar parte del misterioso 'aprofundiment de l'autogovern', tan de moda.

Pero si su significado es ambiguamente esotérico, su contenido adopta un tono claramente místico. Como no podía ser de otra manera, el preámbulo comienza con una declaración de principios del más puro nacionalismo esencialista: 'Catalunya, com a poble milenari, ha estat referència d'identificació i de sentit de pertinença de totes les generacions de catalans que ens han precedit. Fruit de les seves aportacions i dels seus esforços socials, econòmics, cívics, culturals i polítics, nosaltres n'hem rebut el seu llegat en herència'. Después siguen párrafos de tono parecido, arropados en un melifluo lenguaje más propio de una pastoral de los obispos que de un documento político, aderezados con los consabidos tópicos de la Cataluña autosatisfecha (somos una sociedad abierta, acogedora, integradora, emprendedora...) y de la filosofía identitaria (convivencia nacional, herencia espiritual, proyecto convivencial, colectividad, fidelidad al bagaje de nuestra historia y, sobre todo, mucha identidad conjugada de todas las formas posibles).

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Hasta ahí no hay sorpresas. Lo asombroso viene a continuación. Tras el rimbombante preámbulo, siguen unos llamados derechos y obligaciones cívicas (ciudadanos, culturales, educativos, laborales y socioeconómicos), redactados en el mismo tono y estilo que el preámbulo, que no son ni derechos ni obligaciones, sino píos deseos de buena voluntad, formulados con una vaguedad tal que no añaden nada a los derechos y principios que ya constan en nuestra Constitución, éstos sí con validez jurídica. Finalmente, en tono muy solemne, se enumeran 22 principios rectores de la acción política en Cataluña que no son otra cosa que 'más de lo mismo', también con mucha identidad y especifidad nacional por en medio. Total: diecisiete inquietantes páginas para no decir nada de manera clara, lo cual es más que sospechoso.

El Parlamento tiene como funciones básicas legislar y controlar la acción del Gobierno. Ocasionalmente puede realizar también otras funciones. Pero lo que no puede hacer es el ridículo. Ortega y Gasset decía, en una intervención como diputado de la II República, que al Parlamento no hay que ir a hacer 'ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí'. Ninguno de estos supuestos es aplicable al caso que comentamos. En todo caso, al Parlament lo que no hay que ir a hacer es el kumbayá, a menos que se pretenda convertir nuestra Cámara en un gran foc de camp.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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