Vuelve el cambio 'negro' a las calles
Los arbolitos llevaban ya más de diez años secos. Desde la época de la hiperinflación, cuando la gente recurría a ellos para salvar sus pesos del deterioro diario que sufrían y mantenía sus ahorros en moneda extranjera. Entonces no se conseguían dólares en las ventanillas de los bancos ni en las casas de cambio y ellos florecieron como si un sol particular les recreara una primavera en pleno invierno. El pasado viernes estaban otra vez allí, murmurando en las esquinas. 'dólares, billetes, dólares'. La voz llegaba de atrás, de lejos, como quien ofrece chocolate en Madrid o hierba en Río de Janeiro.
En la memoria de los argentinos avisados hay un detonador de alarma general que funciona cada vez que un ministro de Economía se dirige a la población por la cadena de radio y televisión y recomienda 'calma, tranquilidad y confianza'. Allá van todos a la mañana siguiente a comprar dólares. El goteo había comenzado tres días antes.
La paridad que impone la Ley de Convertibilidad desde 1991, cuando se estableció el uno a uno del peso con el dólar, comenzó a romperse por las comisiones que se atribuían los intermediarios. El pasado miercoles era un dólar a 1,05 pesos; el jueves, a 1,10, y el viernes se cotizó a 1,40 pesos, pero sólo conseguían dólares los arbolitos. Esos tipos de la esquina, que 'tienen de la buena', como dicen los que saben. La buena es también la cocaína en la jerga de los narcos.
Ayer, después de que Cavallo ratificara el domingo por la noche que 'los argentinos podrán dolarizarse todo lo que quieran' porque habría divisa estadounidense hasta en los cajeros automáticos, la cotización volvio a bajar a 1,07%.
De todos modos, el bosque de arbolitos está raleado, no son ni el 10% de otras épocas. A ellos también la realidad les taló el negocio. La guita, la biyuya, los morlacos, los mangos, el cobre, la luca, el efectivo, como lo llaman los argentinos en todas las acepciones del lunfardo, ha desaparecido y no hay un sope en la calle, menos para comprar dólares. Como dicen los giles (los inocentes), que llegan siempre tarde adonde no pasa nada, los que tienen la mosca (fortuna) de verdad ya se la llevaron de aquí.
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