Enron cae en su propia 'trampa'
El gigante energético sucumbe a las originales normas contables que él mismo impulsó
Enron, el gigante energético norteamericano, se ha estrellado. Ha protagonizado la mayor suspensión de pagos de la historia y ha provocado que el Congreso de Estados Unidos comience a analizar en enero los cambios necesarios para evitar otros fiasco semejante y si hay que retocar la apresurada liberalización del mercado energético, en especial el de la electricidad.
La compañía presenta unos activos de 49.800 millones de dólares y unas deudas conocidas, de momento, de 31.200 millones
'Es muy preocupante que una compañía pueda hundirse tanto y tan deprisa'. Las palabras del congresista Billy Tauzin, presidente de la comisión de Energía y Comercio de la Cámara de Representantes, resumen como ningunas, aunque pálidamente, el choque producido en Estados Unidos por la volatilización de Enron, el gigante de la energía que pasó de una capitalización bursátil de 70.000 millones de dólares (en torno a los 13 billones de pesetas) en el verano de 2000 a valer unos miserables cientos hace una semana, cuando presentó suspensión de pagos en un intento desesperado de ganar tiempo para tener una nueva oportunidad.
La mayor suspensión de pagos de la historia, con activos de 49.800 millones frente a deudas de 31.200 -probablemente muchos miles más cuando se deshaga la maraña de unos balances incompletos e incomprensi-bles-, se ha convertido en ejemplar caso de estudio y no ha dejado títere con cabeza. 'Muy preocupante'. Que se lo digan a los ejecutivos de Enron, cuya conducta deberá determinarse si entra en el campo de lo delictivo o de lo simplemente irresponsable; a la clase política, que renunció a establecer controles serios en el proceso de liberalización del mercado energético; a bancos como Citigroup y JP Morgan, que prestaron millones de dólares a Enron y aún le sostenían en la fallida operación de fusión con su rival-salvador-enterrador Synegy; a Arthur Andersen, que como auditora dio el visto bueno a unas cuentas que no hay por dónde coger, al tiempo que asesoraba a la compañía, y a los analistas de Wall Street, deslumbrados por los brillos de una compañía pionera en el tratamiento financiero de la energía y, por ello, merecedora de la máxima credibilidad. Pero nadie tan preocupado como los 4.000 trabajadores despedidos y los otros 17.000 cuyos empleos están en el aire, y todos los que tenían sus planes de pensiones vinculados a las acciones de Enron, que ahora se han quedado sin nada.
Mercado volátil
Enron nació en 1985 de la fusión de dos compañías especializadas de gasoductos, en unos tiempos de estricta regulación del mercado de la energía. Su presidente, Kenneth Lay, aspiraba a mucho más que a ser un canalizador del gas natural de otros. Sus esfuerzos contribuyeron decisivamente a una liberalización del sector que creó un mercado muy volátil para el que la solución era convertir la energía en un producto negociable como lo son las materias primas con precio garantizado a futuro. Lay transformó Enron en una bolsa en la que productores y distribuidores se ponían de acuerdo. Enron ofrecía a las partes EnronOnline, su infraestructura en Houston, a cambio de una comisión. La idea dio resultado y pronto Enron extendió su actividad mediadora a muchos otros campos: electricidad, papel, metales, o banda ancha para Internet.
Todo era negociable. Gasoductos, turbinas y explotación de yacimientos eran para otros, cosas del siglo XX. Para Enron quedaba la negociación de su valor en el mercado, el siglo XXI. 'Hay muy alta probabilidad de que nos convirtamos en la mayor compañía del mundo', llegó a decir Jeffrey Skilling, el delfín de Lay.
La agresividad de Enron, su ambición en la creación de nuevos mercados, la originalidad de sus estructuras financieras y de sus métodos contables le llevaron a lo más alto. En el verano de 2000, cuando empezó a despuntar la crisis energética de California, el emporio creado por Lay era lo máximo. Su modelo de trabajo generó imitadores y sus acciones se dispararon hasta los 90 dólares. La revista Fortune etiquetó a Enron como la más innovadora compañía de Estados Unidos y la colocó en el séptimo puesto por ventas en su lista de 500. En algún momento de su fulgurante historia, EnronOnline llegó a negociar casi la mitad de la energía de Estados Unidos.
Más rápida que la subida ha sido la caída. La crisis se desencadenó a mediados del pasado mes de octubre, cuando la compañía anunció pérdidas y el desvío de 1.000 millones de dólares para compensar fracasos inversores, que ya antes habían airado a los accionistas. En rápida sucesión trascendieron operaciones sospechosas con entidades controladas por Skilling -que dimitió en agosto, a los seis meses de haber asumido el control del conglomerado-, contabilidades opacas, deudas no registradas en los balances oficiales... Nada era lo que parecía y la Comisión del Mercado de Valores anunció la apertura de una investigación oficial. A primeros de noviembre, Enron comunicó que iba a revisar las cuentas desde 1997 hasta mediados de 2001, de las que esperaba recortar no menos de 590 millones en beneficios.
Sin crédito ni credibilidad, sus clientes se negaron a hacer operaciones por temor a que no pudiera cumplir sus compromisos. A la urgente necesidad de 2.000 millones de dólares, Synegy respondió con una oferta de compra que Lay, vuelto al timón tras la salida de Skilling, no pudo rechazar: 9.000 millones en un intercambio accionarial y asunción de 13.000 millones en deudas. Era el 9 de noviembre. La situación bursátil de Enron siguió degenerando, entre denuncias y más sapos financieros, hasta que su crédito fue degradado a la categoría de bono basura. Synegy, que iba a salvar a Enron, no aguantó más, superada por una situación que no controlaba, y el día 28 tiró la toalla. 'A veces la mejor operación es la que no se hace', declaró su presidente, Chuck Watson.
Extrema complejidad
Enron se ampara en la suspensión de pagos para salvar lo que sea salvable y, sobre todo, volver a poner en marcha EnronOnline, su principal activo. Las cuentas presentadas ante el juez son de una complejidad que sorprende a los propios expertos. Nadie sabe lo que se va a encontrar. Se tardarán muchos meses en conocer el verdadero alcance de su endeudamiento, no sólo por el modo en que se mantuvieron operaciones fuera de los libros, sino por las peculiaridades de la contabilidad de las compañías del sector energético.
'Nosotros establecimos esas reglas', reconoció el pasado verano Richard Causey, jefe contable de Enron, al hablar de la extrema laxitud de la contabilidad en el sector energético, exento del escrutinio regulador que pesa sobre intermediarios de dinero, valores u otras materias primas. Aquí queda a la discreción de las compañías, por ejemplo, el incluir como beneficios actuales los que se espera realizar en un futuro mediante contratos de energía y otros derivados de modo que la valoración de un mismo contrato de gas puede ser de 40 millones o de 153, según las previsiones que se hagan.
A partir un piñón con el poder
Kenneth Lay está deshecho. El creador de Enron, el ejecutivo ambicioso y visionario, el Midas que creía haber dado con el modo de convertir una modesta compañía que enviaba gas de un extremo a otro del país en la primera corporación del mundo en la era de la comunicación instantánea, está en estado de choque, según quienes han hablado con él. El apóstol del mercado lucha ahora a brazo partido por salvar los restos de un imperio con los pies de barro ante el silencio defensivo de sus valiosísimos contactos en la política, temerosos de abrasarse en la misma llama. El primero de ellos, el presidente George Bush. Lay y Enron son los mayores donantes de fondos a la causa republicana, encarnada por un Bush a quien el empresario ha venido apoyando desde 1993, cuando el hijo tomó el relevo del padre, que perdió la reelección en 1992. No es que Lay sea un dogmático. Lo que le movía era velar por el negocio, construir un imperio. Y para ello necesitaba cortejar al poder. Con Bill Clinton jugó al golf y se hizo imprescindible en Tejas para la gobernadora Ann Richards, demócrata derrotada por Bush hijo en 1994, campaña en la que Enron ayudó con dólares a los dos partidos. La amistad de los Lay y los Bush era estrecha, y su relación, campechanamente tejana. En 1997, el gobernador felicitó el cumpleaños al empresario: '55 años. ¡Pues sí que eres viejo! Menos mal que tienes una mujer joven y guapa'. Ese mismo año, Bush se tuvo que operar de una lesión en la rodilla. 'Que sepas que hay al menos un corredor que ya no cumple los 50 y que no ha pasado por el quirófano', le escribió el ejecutivo, refiriéndose a sí mismo y deseándole lo mejor. La gobernatura de Bush, en la que Lay le prestó grandes servicios políticos como consejero, proporcionaron al empresario cruciales accesos en Tejas y otros Estados, coronados con la llegada de su amigo a la Casa Blanca. Se llegó a especular entonces con que Lay podría ser secretario del Tesoro, opción descartada para evitar dar pábulo a la especie de que la presidencia de Estados Unidos estaba en manos del lobby de la energía. No obstante, otro representante del sector, también con negocios en Tejas, Dick Cheney, tomó la vicepresidencia y con él mantuvo Lay la única entrevista que el número dos de la Administración de Washington concedió a un empresario del mundo de la energía mientras elaboraba la pasada primavera su estrategia energética para EE UU. Interrogado el portavoz presidencial por la reacción de Bush sobre el caso Enron, respondió: 'La reacción del presidente es que hay que ver lo que pasa'. Analistas y políticos están convencido de que no habrá mano salvadora. El fiasco es obra exclusiva de Enron y lo más que conceden a Lay es que quizás no estaba al tanto de lo que ocurría.
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