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Reportaje:

'Necesitamos comida'

La inseguridad dificulta el reparto de ayuda humanitaria en Afganistán

Guillermo Altares

De repente, hay un tumulto en una calle del centro de Kabul. Mujeres con el burka azul, niños sucios, algunos con marcas de sarna en la piel, hombres con harapos, tullidos, se apelotonan ante la verja de hierro de un edificio. Es la distribución de comida por Ramadán (el mes sagrado de los musulmanes, durante el que deben ayunar entre la salida y la puesta del sol) de Najeb Zarab, uno de los hombres más adinerados de la capital afgana. Este empresario se hizo rico vendiendo piezas de coches y, todos los años, durante 30 días -desde el 17 de noviembre al 17 de diciembre-, reparte un kilo de arroz y otro de pan entre los pobres.

A pesar del follón, la distribución está bien organizada: Zarab ha repartido unas cien cartillas de racionamiento y los afortunados que han conseguido hacerse con ellas pueden ir a su puerta todos los días en busca de comida. Cuando la distribución ha terminado, todavía quedan mujeres encerradas en la cárcel del burka esperando por si consiguen unas migajas. Siempre hay gente en la puerta de la casa de Zarab. La situación de las viudas en Afganistán, obligadas a quedarse encerradas en casa durante cuatro años por los talibanes, es dramática. 'A la vida de estas mujeres no se le puede llamar vida', asegura Soraya Parlika, una histórica luchadora afgana por los derechos de las mujeres. 'No pueden trabajar, no pueden ganarse el pan. Si no tienen un hermano o un marido para ayudarlas están condenadas a la miseria absoluta', agrega antes de señalar que, con las nuevas autoridades provisionales del país, la situación no ha mejorado.

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Abdul, un hombre de unos 40 años, enseña su cartilla, con unas cuantas casillas ya rellenas. Asegura que el resto del año se busca la vida como puede, pero que durante el mes del Ramadán sabe que puede contar con el arroz de Zarab. En medio de los gritos de los niños, una voz emerge desde uno de los burkas. No quiere decir su nombre, pero sí relatar su historia. 'La situación es peor que cuando los talibanes', afirma. Aunque luego da marcha atrás: 'En cuanto a la comida, es igual de mala. Pero por lo menos tenemos más libertad', dice. Entonces, ¿por qué no se quita el burka? 'Todavía es demasiado pronto', responde. Otra voz surge detrás de las terribles rejillas de tela, un pequeño agujero por el que las mujeres apenas pueden entrever la realidad. 'Necesitamos comida'.

Desde la llegada de la Alianza del Norte a Kabul, hace casi dos semanas, los convoyes de ayuda humanitaria del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas están consiguiendo llegar a Kabul por la carretera entre Jalalabad y la capital afgana. La ONU dice que, aunque al principio fueron asaltados varias veces, actualmente logran pasar sin problemas.

Aunque los puestos de los mercados estén bien abastecidos, tanto de carne como de verduras, y en los restaurantes haya de casi todo, siempre dentro del nivel afgano, que en cuestión de alimentos es muy bajo, muchas familias pasan hambre a diario en Kabul. Las calles están llenas de mujeres y de niños, que trabajan como limpiabotas, pidiendo dinero. Como siempre, son los sectores más débiles de la población los que más sufren. El primer envío de la ONU, unas mil toneladas de harina, fue repartido esta semana en los barrios del oeste y el norte de Kabul, los más destruidos, y quieren cubrir con ellas las necesidades primarias de unas 65.000 personas. Los nuevos cargamentos, que llegaron durante el fin de semana, también incluyen mantas, calefactores y medicinas. Según el portavoz de Naciones Unidas Eric Falt, eso es sólo el principio. El avance de la Alianza del Norte y la retirada de los talibanes de muchas regiones han aumentado la inseguridad en gran parte del país, lo que dificulta enormemente una distribución regular de alimentos por parte de las ONG y de Naciones Unidas. Mucha más gente necesita ayuda humanitaria en Kabul y solamente con los convoyes de la ONU, que corren el peligro constante de ser asaltados, y los repartos por Ramadán de Zarab no se podrá dar de comer a todo el mundo.

Un niño pide dinero en una calle de Kabul.
Un niño pide dinero en una calle de Kabul.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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