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Columna
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Voluntariado con voz propia

'Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó...'. Así comienza uno de los relatos de solidaridad más conocidos en nuestra cultura. Es la historia del Buen Samaritano, narrada en el evangelio de Lucas. Una historia sencilla. Pero, tal vez por esta misma sencillez, la historia del samaritano ha superado sus orígenes religiosos pasando a formar parte de nuestra cultura. Si hacemos una búsqueda del concepto samaritano en Internet encontraremos referencias tan diversas como los siguientes: a) Para narrar la historia de Juan Campillo, un gregario que hizo posible el triunfo de Bahamontes en el mítico Tourmalet cuando le ofreció su propio bidón de agua. b) Para hacer peticiones de distintos productos, desde discos descatalogados hasta software gratuito, información sobre viajes, etc. ('se busca samaritano que...'). c) Para explicar las sanciones previstas por el Código Penal a quienes dejan de socorrer al prójimo. d) Para referirse a Bill Gates, en un artículo sobre sus donaciones benéficas. e) Para describir el argumento de un juego de ordenador en el que el jugador actúa -cito textualmente- como un inexperto dios, con una pequeña ciudad a su servicio, con poder tanto para asesinar por capricho como para convertirse en un buen samaritano. f) Y hasta para referirse a las excelencias gastronómicas del cerdo, de quien se dice que 'el gorrino es el samaritano de los animales'. Este mismo diario publicaba el pasado domingo en el suplemento Pequeño País una historia de Los Simpsons en la que uno de los personajes exclamaba: '¡Ouch! ¡Es la última vez que hago de buen samaritano!'.

Más allá de la frivolidad de algunos de sus usos, comprobamos que el relato del Buen Samaritano es un recurso excelente para simbolizar el valor y la práctica de la solidaridad altruista. Lo dice Pessoa en El libro del desasosiego: 'Ciertas metáforas son más reales que la gente que vemos caminar por la calle. Ciertas imágenes, a través de algunos libros, viven con mayor nitidez que muchos hombres y mujeres'. En efecto, nuestra ecología moral se construye narrativamente. Necesitamos ejemplos que simbolicen aquello que queremos ser, aquello que creemos que es lo bueno. Sin historias compartidas no hay sociedad. Mediante el lenguaje -que no es sino construcción humana, artificio- creamos y mantenemos la realidad. Pero, ¿cuáles son las narraciones que hoy alimentan nuestra cultura?, ¿cuáles las vidas que se muestran a todas horas a través del televisor, ese gran narrador de nuestra época? Sinvergüenzas que practican el timo del tocomocho a gran escala, aunque ahora lo llamen Gestcartera; imbéciles recauchutadas que se dejan despellejar por engancharse de cualquier manera al carro de la popularidad; artistas multimillonarios que despilfarran caprichosamente cantidades increíbles de dinero... La misma acción voluntaria, la solidaridad misma, están siendo redefinidas desde fuera del propio voluntariado, con el objetivo de normalizarlo, de hacerlo funcional para una sociedad que no se caracteriza, precisamente, por su solidaridad estructural

Las relaciones de comunicación en general, y las relaciones de comunicación por excelencia que son los intercambios lingüísticos, son también relaciones de poder simbólico. Por eso, el voluntariado organizado debe ser capaz de hablar por sí mismo en lugar de ser hablado por otros, recuperando un lenguaje con el que justificar sus motivos para la acción altruista, resistiéndose a la expropiación de sus símbolos, a la banalización de sus esperanzas, a la domesticación de sus impulsos. Acaba de celebrarse en Bilbao el Congreso Bolunta 2001, animado por la Fundación EDE, durante el cual más de dos centeneres de personas pertenecientes a una una gran variedad de organizaciones han reflexionado colectivamente sobre sus prácticas de voluntariado. A mediados de este mes Vitoria tomará el testigo con el Congreso Internacional de Voluntariado impulsado desde Unesco Etxea.

Un voluntariado con voz propia se abre camino entre nosotros. Es una buena noticia para la sociedad vasca.

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