Palomitas de oro
Mareantes hileras de ceros a la derecha hacen de este primer Harry Potter una mina de oro, mientras el runrún de la factoría del maíz crujiente abre sucursales en las puertas de los cines del mundo y hay indicios de que al menú cinematográfico de la gente muchacha se ha enganchado la gente adulta, porque la gana de aniñarse que destapa Harry Potter y la piedra filosofalno hace distingos de edad e invita a las muelas cariadas al concierto de palomitas de oro.
La película no reinventa el cine pero encuentra lo que busca y esto que busca es también lo que el espectador busca al ir a verla: gracia alada y contagiosa. Y, salvo algunos excesos retóricos de encuadre enfático y un apresurado montaje de las primeras escenas -con excepción de la pequeña joya de inventiva visual que es la compra de la varita mágica-, efectismos mecánicos que dan lugar a un comienzo esquemático por demasiado conciso, esta primera aventura de Harry Potter arranca de la pantalla ritmos vertiginosos de alta precisión; cadencias oníricas resueltas con olfato para el chiste visual; un uso sagaz de elipsis y otras formas metafóricas del salto de tiempo; combinaciones de efectos naturales y digitales de rara singularidad; una infrecuente capacidad para (cuando todo parecía ya visto en estos jugueteos) la sorpresa visual; y tacto para soltar el brote de lo inesperado, de modo que el agolpamiento de argucias y efectos no estraga, ni satura, ni fatiga.
HARRY POTTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL
Director: Chris Columbus. Guión: Steve Kloves, sobre el libro de J. K. Rowling. Intérpretes: Daniel Radcliffe, Rupert Grint, Emma Watson. EE UU-Reino Unido, 2001. Género: aventuras. Duración: 105 minutos.
Las raíces de la alegría
Y, al fondo, sosteniendo el tinglado, un reparto en el que los muchachos protagonistas -Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson- juegan de tú a tú con las magistrales composiciones histriónicas, truculentas y expertísimas, de los talentos de Maggie Smith, Richard Harris, Alan Rickman, Julie Walters, John Cleese, John Hurt y otros grandes de la escena y la pantalla británicas. Y de esta adorable gente surgen, tras el de la venta de varita mágica, otros instantes mágicos: el reparto del correo, el partido de hockey con escobas voladoras y más astutas intromisiones en rincones de la vida cotidiana de los rizos del prodigio y la nigromancia, que tienen sabor a juego ya jugado y conjugado en la memoria del espectador.
Y una variada y trepidante riada de viejos mitos de gusto gótico y alquímico, mezclados irónicamente con cercanos mitos cinematográficos, dan lugar a esta insólita confluencia de Adiós, Mister Chips con La guerra de las galaxias,que es un baño de cine epidérmico (porque se olvida y no queda) pero que mientras se ve vivifica, ya que despliega con elegancia y buen oficio una de esas aventuras de la inventiva que acarician las raíces de la alegría y se deslizan sin respiro sobre la piel de la pantalla.
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