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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Afganos en Bonn

Naciones Unidas ha juntado en Bonn, mientras la guerra continúa, a algunos representantes de las facciones afganas para intentar acordar un Gobierno de transición -quizá sólo de algunos meses- que se instale en Kabul y otras zonas liberadas tras el desplome talibán y ponga fin a la actual hegemonía de la Alianza del Norte. Siendo como es un objetivo relativamente poco ambicioso, cabe alentar esperanzas sobre la capacidad de los cuatro grupos presentes en la antigua capital alemana para llegar a un acuerdo. Se parte de muy bajo, pues sus propios cabecillas ya se han encargado de rebajar a priori las expectativas sobre la esperada conferencia.

El desafío fundamental del cónclave es conseguir que en un futuro Gobierno interino jueguen un papel predominante los pastunes, etnia mayoritaria, a la que pertenecen los talibanes. Sin los pastunes (el 40% de sus 24 millones de habitantes) no es posible la estabilidad política en Afganistán. Por eso, el éxito de las conversaciones de Bonn depende básicamente de la flexibilidad de la Alianza para el compromiso con otros aspirantes al poder. Porque, pese a su escasa representatividad tribal, esta amalgama entre uzbekos, hazaras y tayikos es precisamente quien lleva militarmente la voz cantante. Sus fuerzas son el aliado clave de EE UU en Afganistán, y Washington presumiblemente no puede pedirles que pongan los muertos sobre el terreno mientras les niega en Bonn el pan y la sal. De los cuatro grupos -los otros son el leal al ex rey Zahir; el de Chipre, representativo de refugiados y exilados en la órbita iraní, y el de Peshawar, una de las facciones pastunes manejadas por Pakistán- sólo la Alianza del Norte controla actualmente territorio.

El mayor acicate que EE UU y Europa pueden ofrecer a los representantes afganos es dinero para reconstruir su país en ruinas. Occidente no tiene mejores armas de presión para poner cierto orden en Afganistán que las promesas de su generosidad, cifrada estimativamente en torno a los diez mil millones de dólares. El prerrequisito es que exista un acuerdo siquiera mínimo sobre el futuro bastidor político afgano.

Con todas sus limitaciones, la reunión de Petersberg tiene la trascendencia de sentar juntos por vez primera a algunos de los actores decisivos del Afganistán postalibán. Cabe recordarles que no pueden permitirse lanzar de nuevo al país al enfrentamiento civil, como en 1982. Washington, que está en trance de ganar la guerra contra los integristas talibanes, debe, por su parte, utilizar su inigualable influencia para ganar también la paz. George Bush tiene, tras el 11 de septiembre, un interés vital en restaurar la estabilidad de Afganistán, convertido en santuario del terrorismo internacional tras más de veinte años de bandidismo étnico y político. Cualquier presión será poca para forzar ahora una esperanzadora solución duradera.

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