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GUIÑOS
Columna
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Imposible de volar

En la comunidad autónoma vasca son pocas las salas de exposición donde la fotografía prevalece como expresión artística principal. Hay quien afirma que esta carencia es motivo importante del desconocimiento que los aficionados tienen de las muchas y exquisitas novedades que ofrece esta materia. Parte de la razón está de su lado; de todas formas las manifestaciones fotográficas en nuestro entorno no escasean. Quizás no siempre se les dé la importancia que merecen; también es cierto que se ven obligadas a buscar paredes de cafeterías y tabernas para darse a conocer, pero esto es más bien fruto de una selección obligada que de un olvido intencionado. Es sabido que los más relevantes espacios consagrados al arte alternan exposiciones de las disciplinas más variadas y raro es entre ellos el que no posee sus propios fondos fotográficos. Es, sin duda, una actitud que pone a la fotografía en su sitio y a la vez puede confrontar su imaginario con otras materializaciones del arte. Ejemplo reciente lo tenemos en la exposición de reapertura del Museo de Bellas Artes de Bilbao donde instalaciones, vídeo, pintura o escultura conviven armoniosamente con nuestra disciplina. Además contamos, para consuelo de los más recalcitrantes, la sala del Archivo del Territorio Histórico de Álava donde, con estricto control de calidad, se garantiza mensualmente una oferta de vanguardia consagrada a la fotografía.

La ultima muestra que ofrece la galería vitoriana, ubicada dentro del campus universitario, pertenece a Koldo Mendaza (Vitoria, 1964). La presentación fue apoteósica; nunca se había conocido en la sala una afluencia tan masiva. Algo tuvo que ver en ello un preámbulo protagonizado por la estrepitosa música de Kessengue y la danza contorsionada de la mulata Magdalena Milano. Pero, festejos aparte, las fotografías expuestas con el titulo Aunque no pueda volar, además de un trabajo depurado, insinúan un guiño al inconformismo y reivindican metafóricamente las cosas sencillas que hacen más liviano el día a día.

Para este autor, ganador del primer premio del Concurso San Prudencio del año 2000, se trata de la primera exposición donde desarrolla un tema en profundidad. Lo hace con 16 fotografías presentadas en un formato de metro por metro. Su primer contacto con el medio fue casual, con la cámara familiar que sus padres habían traído de Canarias. En la facultad, estudiando Geografía e Historia, un compañero le incitó a ir a una escuela de fotografía. Terminada la licenciatura, sin saber muy bien qué hacer, retomó aquella propuesta y marchó a Madrid. Se inscribió en el CEV y cursó dos años de fotografía. Antes de acabar le llegaba una propuesta laboral en una empresa de Vitoria donde estuvo seis años haciendo trabajos de publicidad. Finalmente fue a parar al Departamento de Educación y a impartir clases dos veces por semana en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal.

Ahora, después de algunos otros avatares, se ha propuesto desarrollar temas más personales. La idea que maneja surgió estando recuperándose de una operación de columna. No se podía mover, quería salir (volar), pero era imposible y sin conseguirlo pudo apreciar otros valores más elementales de la vida. Estos sentimientos los ha trasladado a sus fotos presentadas en negativo. Son huellas que han marcado su identidad y las registra sobre cuatro modelos desnudos (dos mujeres y dos hombres) que intentan escapar (volar) con sus movimientos de los límites que impone el encuadre (el sistema social establecido), pero no lo consiguen. Desnudos porque es más primitivo; dos y dos por simetría de sexos. Las fotos cuadradas, copia de un negativo polaroid suspendido por pequeños cordones, en formato seis por seis, ganan sensación de movimiento al presentarse inclinadas ya que pierden su estricto equilibrio formal. En definitiva, parece una radiografía personal donde lo onírico y lo sensual se entrecruzan para conjugar una metáfora de aspiraciones y emociones íntimas.

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