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Reportaje:

Crimen en una familia feliz

El parricida de Tuéjar aduce que discutió con su mujer por dinero pero su empresa no tiene deudas

La más negra de las crónicas del pueblo de Tuéjar se escribía en la noche del pasado lunes 19. Hacia medianoche, José Manuel Rubio Jiménez, de 38 años, segó a cuchilladas la vida de su mujer y sus tres hijos. Siete horas después todo un pueblo entraba en estado de conmoción. Pepe el arenas había matado a Pili (Pilar Martínez, de 37 años), trabajadora social; a Sara, la hija mayor, de 11 años; a Eva, de siete, y al pequeño David, de cinco. Después intentó quitarse la vida autolesionándose con alguno de los cuchillos con los que apuñaló decenas de veces a su familia. Y fallido ese intento, se precipitó con su coche por un barranco a menos de un kilómetro del pueblo. No se dio ni un mal golpe.

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Un familiar, avisado por un vecino que vio el turismo en la ladera del río, rescató a José. Él fue el primero en saber de la tragedia y quien trasladó al asesino confeso hasta la Guardia Civil. Desde entonces, quienes conocían a la pareja, es decir casi todos los 1.300 vecinos de ese pueblo situado en el interior de la provincia de Valencia, en la comarca de los Serranos, se pregunta qué pasó por su cabeza, cómo pudo hacer algo así.

Delfín Martínez, alcalde del municipio y amigo del matrimonio, lo definía, tras ver salir los féretros del domicilio familiar hacia el tanatorio, como 'un chico jovial, alegre, con mucho sentido del humor, juerguista en el buen sentido de la palabra'. De Pili dijo que era 'muy cariñosa, una mujer encantadora'. Y de ambos, 'una pareja ideal, siempre iban juntos'.

El dueño del autoservicio contiguo a la finca donde ocurrieron los hechos recordó que aquella mañana vio salir a José a las siete, que los niños siempre compraban en su tienda antes de entrar en el colegio que nunca les vio discutir, que le parecía una pareja 'normal'.

Nadie escuchó discusión alguna la madrugada al martes. Los Rubio Martínez vivían en el segundo piso de una finca de tres. Ni un grito, ni una voz, ni un lamento que alterara el silencio de la noche.

Amigos de la pareja aseguran que no tienen constancia de que el matrimonio tuviera problemas. En el colegio, los profesores afirman que los niños 'estaban perfectamente integrados, eran alegres, buenos, nunca dieron un disgusto'. Los familiares más próximos que han sido capaces de hacer alguna manifestación creían que Pilar y Pepe eran felices. Pero no era así. El propio José Rubio, tal como explicó su abogado de oficio tras declarar en el juzgado, reconoció que 'la noche de los hechos había consumido mucha cocaína y que mantuvo una fuerte discusión con su mujer por la difícil situación económica que arrastraba la familia'.

Esa explicación no ha hecho que los vecinos hilvanen detalles como ha ocurrido en otros parricidios. Lo que ocurría entre Pilar y José sólo ellos lo sabían y lograron que nadie tuviera sospecha alguna. José, dado de alta como comerciante autónomo y empresario de suministros de materiales de construcción, mantuvo su negocio sin incidencias. No constan deudas, ni embargos, ni pagos con demora, ni hipotecas. Nada.

La pregunta que aún no tiene respuesta clara es cuál era entonces ese problema económico. Las primeras conclusiones que se desprenden de la escasa información fiable que ha trascendido es que el consumo habitual de cocaína de José suponía para las cuentas domésticas un montante que Pilar no estaba dispuesta a soportar. Fuentes de la investigación apuntan a que José acumulaba deudas por su consumo y que podía haber recibido amenazas que hicieron ya imposible silenciar a su mujer.

El propio abogado, en declaraciones a las puertas del juzgado de Llíria que lleva el caso, eludió contestar sobre la posibilidad de que en la discusión previa a los hechos Pilar planteara poner fin a su matrimonio. 'Eso forma parte del secreto de sumario'. Personas cercanas a la víctima consideran que si realmente José arrastró a la familia a un callejón de difícil salida por su adicción, es posible que Pilar dijera basta. Pero esa decisión no la conoció José la noche de los hechos, sabía que eso podía pasar y que con ello su vida sería otra.

Pero ¿por qué mató a sus tres hijos? Quienes conocían a la pareja y han ofrecido testimonios, cuentan que Pepe el arenas era un hombre que siempre manejó dinero -porque el negocio que heredó de la familia funcionaba bien-, que era un líder. 'El típico que se nota que está, que te ríes con él, que de alguna manera esperas su broma', dice un conocido. Le definen como aparentemente seguro pero con la necesidad constante de ser aceptado. Pilar, en cambio, era más serena, la 'responsable' y más inquieta en su proyección de vida. Tal vez por eso, dicen los expertos, José, antes de que la realidad se hiciera pública y su tormento alcanzara a sus hijos, los mató para ocultarlo.

Familiares de la mujer asesinada junto a sus tres hijos, a su llegada al funeral el pasado viernes.
Familiares de la mujer asesinada junto a sus tres hijos, a su llegada al funeral el pasado viernes.TANIA CASTRO

Ni emoción ni arrepentimiento

José Rubio permanece desde el jueves en el Hospital Penitenciario de Picassent. Los psiquiatras le vigilan de cerca por el alto riesgo de suicidio. Hasta ahora, se ha mostrado sereno y sin arrepentimiento. Fuentes de la Guardia Civil aseguraron que hasta que la juez decretó prisión, se comportó con normalidad, comió, durmió y en ningún momento se vino abajo. Entró y salió del juzgado sin signos de abatimiento, declaró relatando los hechos sin desmoronarse y leyó su propio testimonio sin que le temblara el pulso. Los expertos dicen que José sufría una depresión que la cocaína le ayudaba a disimular, que le daba fortaleza para mantenerse tal como todos le reconocían, que no padece una psicosis cocaínica ni cumple el patrón de psicópata. La realidad le superó, se falló a sí mismo como valedor de su familia, percibió como irreversible un problema que no lo era. Fuentes de la investigación señalan que se ayudó de la cocaína para cometer el crimen y aguantar siete horas en su casa.

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